Hasta hace solo un tiempo se daba por sentado que todo el mundo quería formar una pareja y tener hijos. Esto ha ido cambiando de manera radical. En Occidente la decisión de no tener descendencia se ha convertido en una tendencia en auge. Son muchos los hombres y mujeres que no quieren o prefieren no tener hijos.
Los motivos que esgrimen los que participan de esta tendencia son muchos. Van desde un deseo personal hasta la idea de que traer nuevas vidas contribuye al desequilibrio social y ecológico del mundo. Sea como fuere, lo cierto es que cada vez hay un menor grado de tabú en torno a esa decisión y esto se aplica para prácticamente todas las sociedades del mundo.
El resultado de esta opción que ha ido ganando adeptos se refleja de manera clara en las pirámides de población de la mayoría de los países desarrollados: estamos entrando en un mundo en donde cada vez hay más gente mayor y menos jóvenes. En algunos países la tasa de nacimientos es muy inferior a la de hace 20 años. Esto, junto al aumento de la esperanza de vida, nos habla de sociedades envejecidas. ¿Es esto lo ideal para el mundo? ¿La decisión de no tener hijos corresponde a una lógica responsable o no es más que una enorme muestra del egoísmo que impera hoy en día? ¿Este panorama es un efecto de la crisis de pareja?
Muchos piensan y defienden con argumentos que tener hijos resta libertad y genera complicaciones. La crianza exige un tiempo que muchas personas no están dispuestas a invertir. Para ellos, tener un niño y educarlo no tiene nada de interesante y, en cambio, sí mucho de agobiante. Aparentemente solo la profesión y la vida social son suficientes para darles un sentido a la vida o los hijos no merecen la pena por la inversión que merece su educación responsable.
Los motivos para no tener hijos son en su mayoría profesionales. Sin embargo, también cuentan las razones económicas, las experiencias previas de mala relación con los progenitores y/o el miedo a transmitir enfermedades hereditarias. Las dificultades económicas han venido convirtiéndose en la principal razón para no tener descendencia. La precarización laboral y la incertidumbre frente al futuro inciden para que se haya extendido esa percepción.
Con especto a la pregunta de quiénes son más felices: los que deciden tener hijos o los que no, la realidad es que no hay una respuesta definitiva. Al parecer, el tema está muy relacionado con la edad. Para los más jóvenes, tener hijos disminuye su grado de felicidad. Para los mayores de 30 años, en cambio, la percepción es neutra. Y para los mayores de 40 años, un hijo es una gran fuente de alegría.
No existe una respuesta generalizada a la pregunta sobre tener hijos o no tenerlos. Cada persona y especialmente cada pareja deben tomar su propia decisión. Hay algo cierto: es importante reflexionar al respecto y tratar de no equivocarse. Los efectos de tener un hijo sin desearlo a veces llegan a ser verdaderamente devastadores. Y al contrario, frustrar el deseo de ser padre o madre eventualmente origina un enorme vacío existencial. Cada vez tenemos mayor libertad para tomar decisiones en torno a con quién y cómo configuramos nuestra familia. Esto es un gran avance. Sin embargo, es una situación que también da origen a nuevas angustias e incertidumbres. Lo importante en este, como en otros casos, es cultivar nuestra capacidad para escuchar el mensaje que habita en el fondo de nuestro corazón. Lo demás viene por añadidura.
Casi nunca existen las condiciones perfectas para procrear. Lo ideal es que haya una pareja estable, con ingresos suficientes, que cuente con tiempo disponible y un deseo expreso de ser padres. Es muy raro que estén presentes todas esas variables a la vez. Sin embargo, eso no significa que sea imposible hacer ajustes y adaptaciones para la llegada de una nueva vida a la familia. De hecho, estos ajustes se han hecho siempre: las familias numerosas, comunes no hace tantos años, eran capaces de sobrevivir con menos recursos.
Es importante saber de dónde proviene el deseo de tener un hijo. En algunas ocasiones se origina en una percepción o un interés equivocados. No faltan las parejas en conflicto que pueden engañarse con la idea de que un hijo va a mejorar la relación o poner fin a sus discusiones. También hay quienes sienten frustración con su propia vida y quieren tener descendencia para que esta se alce con los logros que ellos no han podido alcanzar. En ambos casos, las posibilidades de fracaso son muchas.
Tener un hijo siempre va a ser un reto. La educación y la crianza de una nueva vida o de varias no es un proceso sencillo: implica hacer frente a numerosos desafíos sociales, naturales e incluso, y sobre todo, a los que plantean los propios niños. Sin embargo, en este reto hay sin duda escondidas innumerables razones para crecer y, por qué no, para disfrutar también.
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