Ser mamá y trabajar ¿es posible?

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El desafío de ser mamá y trabajar. ¿Es posible logar el equilibrio entre el rol de madre y vida laboral? Aunque a veces quedemos atrapadas en el “no puedo”, a veces sí es posible encontrar el tan ansiado “equilibrio”.

Un hijo cambia la vida, no es sólo una frase hecha. Cuando llega ese hermoso bebé a nuestros brazos, ya no podemos volver a ser las mismas de antes. Con la nueva realidad, cambian las prioridades y esa personita es lo que más importa en nuestras vidas. Hay toda una infinidad de sentimientos que llegan para quedarse. Pero también llega una especie de tsunami de dudas, culpas y angustias. Porque, en el fondo, no son pocas las que desean continuar con sus trabajos, contar con un espacio que sea individual y propio, que también nos genera satisfacción. No importa la profesión, oficio, empleo que hayamos elegido. Cuando tenemos un bebé, aparece la natural contradicción de quedarnos en casa y dedicarnos full time a nuestro hijo (ni hablar si tenemos más de uno) o, bien seguir avanzando y haciendo carrera en nuestra vida o puesto profesional/laboral.

También, puede suceder que no nos quede otra opción que volver a trabajar, aunque tengamos cero ganas. O que, por el contrario, nos encontremos desesperadas por salir de la casa porque cuidar a un bebé puede terminar resultando tan placentero como agobiante. Cualquiera de los casos, siempre aparecen las complicaciones cuando queremos ser “exitosas” en los dos lugares, algo que es casi un imposible si no se cuenta con cierta planificación anticipada.

¿Cómo evitar no sentirnos mal por no dedicarle el tiempo que quisiéramos a una presentación de trabajo o porque la señora que cuida al bebé nos cuenta que lloró todo el día y nosotras no estuvimos a su lado para contenerlo? En primer lugar, entendiendo que no podemos satisfacer ni dejar contentos a todo el mundo : hijos, marido, jefes, empleados, todo el tiempo, por más que tengamos el mejor temperamento de mundo. Y, por otro lado, teniendo en cuenta que, por más que seamos organizadas, a veces las cosas no resultan como las esperábamos.

Aún cuando sientas que ser mamá te sensibiliza y blanda por completo, también te fortalece y muchísimo. Ser madre no es una tarea para débiles. Por eso, hay que prepararse. No todos van a bancarte o entenderte en el trabajo. Y, lo más probable es que a la mayoría ni les importe si dormiste 2 horas o que debas irte más temprano. O que debas faltar alguna que otra vez porque tu bebé está enfermo. Hay que entrenarse para aguantar esas “caras de traste”, para que nos resbalen los comentarios y gestos de jefes y/o empleados.

Porque, si al primer comentario algo agresivo o poco simpático, volvemos llorando a nuestras casas, la realidad es que “ellos” ganan y nosotras caemos en el rol de “víctimas”. Hay que conocer nuestros derechos, hacerlos valer, confiar en una misma, atreverse a exigir o negociar algún beneficio, perseverar e insistir. Es así como se logran profundizar los grandes cambios.

Por otra parte, hay que ahorrarse el “enroscarse” y escucharse a una misma. A veces, tendemos a la desesperación cuando nos damos cuenta de que las cosas se nos salen de control y nada ocurre como lo teníamos pensado. Pero, colapsar y culparnos no sirve. Lo mejor es parar la pelota y pensar que estamos haciendo lo correcto. Ayuda mucho no escuchar ni creer en esos relatos (que abundan) de super mujeres, aparentemente maravillosas, a las que todo les sale perfecto, siempre están divinas, y al lado de quienes parecemos un desastre.

Si bien en cierto que los proyectos nunca se cumplen al pie de la letra, también sostienen el presente. Por eso, es importante pensar cuántos meses nos tomaremos de licencia, cuáles serán los horarios imprescindibles para ocuparnos de nuestros hijos y, cuales los destinados para las tareas laborales. Tener una organización ayuda, porque se cumpla o no, nos da la sensación de que la vida no se escapa de las manos.

Hay que permitirse fallar, entender que no somos perfectas. Esta es una idea actual muy narcisista, pero que no conviene seguir. Podemos ser mujeres mucho más relajadas si aceptamos que seremos madres con fallas. La crianza de un hijo es una tarea artesanal. Tiene recetas muy amplias y, si seguimos al pie de la letra alguna, a veces el resultado “idealizado” no aparece nunca. Aprendamos a aceptar la imperfección, a equivocarnos y, a amigarnos con el “no puedo”.

Es casi imprescindible contar con una red de contención. Cualquiera sea nuestra situación laboral (empleada, dueña de un emprendimiento o freelance), debemos contar con un sistema que nos respalde: padres, suegros. hermanos, cuñadas/os, primas, padrinos, madrinas, pediatras, psicólogos, amigas, o una persona de mucha confianza. Es necesario tener un back-up donde podamos encontrar apoyo y delegar. A veces, es sólo para que busquen a nuestro hijo al jardín o escuela porque no llegamos. Otras para que nos escuchen llorar porque hace días que  no podemos dormir. Si no aprendemos a pedir ayuda y habilitamos una crianza colaborativa como existía en tiempos ancestrales, y una red de contención, transitar la maternidad se hace muy cuesta arriba, y lo que es peor, muy solitaria.

Es casi innegable que todas la tareas “maternales” y del “hogar” siguen recayendo más en las mujeres que en los hombres.

  • Desde ocuparse de llenar la heladera
  • limpiar la casa
  • organizar la logística de la agenda de nuestros hijos (colegio, tareas, controles con el pediatra, compra de útiles, uniformes, cumpleaños, casas de amigos, deportes, actividades extracurriculares varias).
  • Y, ni hablar si alguno se enferma.

Por eso, es clave invitar y darles espacio a nuestras parejas para que se involucren en el cuidado de los hijos, y en las tareas de la casa. Pero hay que dejar que ellos lo resuelvan a “su manera”, nos guste o no, evitando las críticas. Aprendamos a corrernos, para que ellos ocupen más lugar.

Admin

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