En el estudio se analiza cómo algunas madres viven la experiencia de su maternidad o parte de ella como negativa, señalando un impacto inesperado y poco deseado de su nuevo rol en sus vidas. Aman y cuidan a sus pequeños, pero por diversas causas la maternidad, la experiencia que rodea al acto de criar a un hijo. ha resultado ser poco satisfactoria y frustrante en algunos casos para muchas de ellas.
Antes de juzgar a una mujer en su experiencia como madre, se debería pedir al menos un interés por conocer qué es lo que nos tienen que decir. Una verdadera voluntad de escuchar. Son las protagonistas de su historia, en la que no quieren verse reflejadas como heroínas o super- mamás, sino simplemente como mujeres que tienen una opinión propia vivida en primera persona.
Casos como el de la célebre actriz francesa Anémone, que declaraba en televisión que ella ama a sus dos hijos pero que siente que hubiera sido más feliz si no hubiera escogido ser madre. Sincera y honesta, la actriz relató cómo siempre se había sentido fascinada por la idea de independencia, pero que en cierta forma había sucumbido a la presión de ser madre y por ello decidió tener hijos “sin saber muy bien el porqué”.
Otras madres cuentan que han experimentado la soledad más profunda en ocasiones, haber sentido que su decisión no había sido la correcta al experimentar la realidad de la crianza. Pese a ello, enfatizaban la distinción entre el los niños y la experiencia (la maternidad). La mayoría destacaron su amor por sus hijos y su odio por la experiencia que rodea a su cuidado.
Las mujeres hablan de soledad, de un intenso estrés por la incompatibilidad de su rol como mujer madre y trabajadora, pero también desvelan detalles más íntimos como la sensación de haber perdido parte de su libertad, de no disfrutar de la misma forma la sexualidad y de sentirse como extrañas en sus propias vidas. Las mujeres también señalan el hecho que de que de no haber tenido hijos hubieran sentido también vacío y un sentimiento de estigma social, pero solo porque no sabían lo que saben ahora, una vez que ya han sido madres.
En los relatos se intuye una sensación de rencor y desconfianza hacia ciertos sectores sociales, ya que por un lado se demanda la maternidad casi como una obligación pero posteriormente no se sienten apoyadas en su labor y pasan a convertirse en una especie de esclavas de la que se supone que “es la mejor experiencia para cualquier mujer”.
Estas experiencias seguro se han dado a lo largo de la historia, sólo que ahora se empieza a dar visibilidad a este hecho. La exigencia de descendencia, la presión del reloj biológico, las intensas demandas sociales y morales sobre la sexualidad femenina y las altas expectativas creadas siempre han causado frustración en un gran número de mujeres que por decisión propia o por rendirse ante la presión se han convertido en madres.
Sin embargo, en la actualidad nos encontramos con nuevas realidades: la incorporación de la mujer a la vida laboral que la mayoría celebran y defienden, postergar la decisión de procrear y también la desnaturalización de un proceso en los medios digitales.
Si antes se divinizaba la maternidad como un acto casi místico, ahora vuelve esa idea mezclada con otros conceptos como la súper-mamá entregada hasta el límite pero capaz de recuperar la figura de forma exprés y llevar la misma vida que antes de tener a sus hijos. Constantemente, podemos ver a mujeres de la esfera pública mostrarse en revistas o en las redes sociales su idílico proceso de embarazo, parto, lactancia y recuperación postparto. El problema no radica en que las mujeres no puedan mostrar su dicha por el proceso, sino en que solo se muestra un proceso carente de dificultades y exigencias. Inmediatamente, un gran número de mujeres se ven seducidas por esa imagen de poder gestante sin caer en la cuenta de que sus posibilidades económicas y red de ayuda y contención no se parece en lo más mínimo a la imagen que veneran.
Actualmente, existen muchos movimientos sociales que abogan por la verdadera conciliación familiar y por apostar por una maternidad libre, pero también mucho más protegida y arropada socialmente. Cada mujer tiene su historia y sus características psicológicas propias que desembocan en una experiencia subjetiva y única acerca de la maternidad.
Unas pueden arrepentirse amando a sus hijos, otras no arrepentirse y sentirse plenamente dichosas, otras (en los casos más numerosos) albergar sentimientos contradictorios y otras pueden sentirse desbordadas por aspectos concretos de la crianza o respecto el carácter de sus hijos. De cualquier modo, todas y cada una deberían sentirse apoyadas y respaldadas por una sociedad que verdaderamente integre un modelo social y laboral propicio para experimentar una maternidad satisfactoria.
Una mujer exhausta difícilmente podrá soportar el peso de la crianza a largo plazo si no existe un reparto de las tareas en el hogar y un respaldo institucional con más guarderías, horarios de conciliación reales y salarios dignos. No solo porque estamos criando una generación, sino porque la generación de madres actuales necesitan de ese respaldo para poder encaminarnos a un modelo de maternidad no tan idealizada, pero si mucho más respetada y apoyada.
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