Son numerosas las historias de mujeres que tras su parto cuentan cómo en la fase final alguien se les subió encima o empujó su vientre para “ayudar a salir a su bebé”. Es una maniobra polémica y controvertida que se realiza durante el parto. Consiste en ejercer presión sobre el abdomen de la madre (el fondo del útero) para conseguir que el bebé salga, o como mínimo llegue a asomar su cabeza.
Esta maniobra debe su nombre a un ginecólogo llamado Samuel Kristeller que empezó a ponerlo en práctica en 1867, y aunque hace años que se desaconseja por no haber evidencia científica sobre su eficacia, muchas madres siguen contando que durante el parto les hicieron presión desde arriba para que el bebé saliera. La realidad es que se desconoce cuál es la prevalencia de esta maniobra, porque su uso no se refleja en el curso clínico de las parturientas, pero a día de hoy se sigue realizando.
Riesgos de la maniobra de Kristeller
La maniobra de Kristeller entraña algunos riesgos, básicamente porque se está forzando la salida de un bebé que aún no sale, desde el exterior. Se ejerce presión sobre el fondo del útero durante 5 a 8 segundos, sincrónicamente con la contracción uterina, con una pausa de 0,5 a 3 minutos, con el fin de facilitar el avance final y la expulsión de la cabeza fetal. Entre los riesgos se han descrito algunos muy graves como desprendimiento de placenta, rotura uterina, desgarros en el periné de la madre, fractura de clavícula del bebé y lesiones en el plexo braquial, es decir, cosas realmente serias.
En diversos estudios, se observaron datos del tiempo que necesitaban las madres para dar a luz cuando se efectuaba la maniobra y cuando no se llevaba a cabo, se tomaron muestras sanguíneas del cordón umbilical para valorar el sufrimiento fetal, se anotó hasta qué punto el parto fue instrumental, cuál fue la morbilidad y mortalidad materna, si hubo traumatismos neonatales, si los bebés tuvieron que ser ingresados en la unidad de cuidados intensivos neonatal y la mortalidad de los bebés. Los resultados mostraron que no hubo diferencias significativas en la duración de la segunda fase del parto y que, aunque sí se vieron variaciones en los análisis arteriales de sangre del cordón, los datos entraban dentro de los valores normales, no habiendo ningún recién nacido con un test de Apgar menor de siete en ninguno de los grupos.
En resúmen: La evidencia científica indica que no está demostrada su efectividad, pero sí sus posibles efectos secundarios.
La OMS también la desaconseja, al no estar demostrada su efectividad. El organismo explica en sus recomendaciones para una experiencia de parto positiva: “En muchos países es común la práctica de aplicar presión en el fondo uterino durante la segunda fase del parto. Esto se hace con el fin de acelerarla. A veces se realiza justo antes de dar a luz y otras desde su comienzo. Esto aparte de acarrear molestias maternas, existe la sospecha de que pudiera ser dañino para el útero, periné y feto, pero desafortunadamente no existen estudios al respecto. La impresión general es que se usa con demasiada frecuencia, no estando demostrada su efectividad.”
Cómo evitarla
Como alternativa a la presión ejercida de manera externa se recomienda y se sugiere que se haga lo posible por aprovechar la ley de la gravedad: si una mujer se recuesta, el bebé no cae hacia el exterior, sino que cae hacia la columna de la madre, hacia su espalda, y el camino hacia el exterior se hace más difícil, dependiendo sobretodo de la fuerza de la madre a la hora de pujar. Esto es una terrible tentación para las personas del entorno, que tratan de ayudar a la madre desde fuera, normalmente mediante la maniobra de Kristeller. Si se utilizan dosis de epidural bajas y se permite a la madre libertad de movimiento, es posible mantenerse en posición vertical, haciendo uso de la única que fuerza que no depende de la madre ni de los profesionales y que ayuda una barbaridad: la fuerza de gravedad. De ahí la importancia de elaborar un Plan de Parto donde consten los deseos de la madre a la hora de dar a luz.