¿Qué actidudes no debemos permitirles a nuestros hijos?

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El desarrollo del aprendizaje en nuestros hijos es permanente. Una de las principales tareas como padres es marcar límites y ayudarles a diferenciar entre aquellos comportamientos que se pueden aceptar y aquellos que traspasan las fronteras del respeto. Los conflictos han tenido y tienen mala fama, pero si hablamos de crecimiento o de desarrollo, el conflicto es consustancial a una estructura familiar que acompañe el ritmo evolutivo de los hijos e hijas. Educar es buscar el equilibrio entre apego y desapego, entre autonomía y dependencia. Esto implica movimiento, cambio y conflicto. Cuando una familia se mueve, surgen contratiempos e imprevistos.

Por eso, en las familias, el problema no es tener conflictos, sino la manera de enfocarlos y resolverlos. Es fundamental aprovechar la cantidad de oportunidades y de momentos que se tienen en la infancia para gestionar de forma positiva los conflictos, ya que una gestión positiva proporciona la dosis de seguridad necesaria para ejercer la responsabilidad en las diferentes etapas evolutivas.

En ocasiones nos encontramos con provocaciones. La provocación es un intento desesperado del hijo o hija por resolver el problema, por situarse en el mundo, la provocación es síntoma de vida. En la provocación, los niños y niñas comunican a su manera que existen, que quieren ser relevantes y es importante que ignoremos el argumento de la protesta y atendamos a la emoción. Es muy difícil no reaccionar emocionalmente. Es preferible contestar a las provocaciones, no razonando o dando excesivas explicaciones, sino entendiendo la emoción, con la mayor empatía posible y como mucho, repetir literalmente el contenido de la provocación. Con pocas palabras. “Entiendo tu enojo (empatía) y puede que sea injusto que te tengas que acostar ahora (desarme) pero ya mañana seguiremos jugando…”

En la sociedad actual proliferan los menores con muy poca capacidad de frustración. Se trata de niños que toleran muy mal el «no» por respuesta, que buscan constantemente sentirse bien y gratificados y que no aguantan un minuto de desagrado ni de aburrimiento. Pero esto es por un motivo. Las familias de hoy en día tienen hijos normalmente muy deseados y poco tiempo para compartir con ellos. Como consecuencia de todo esto, estamos ante una generación de padres que no saben, no quieren o no pueden decir no a sus hijos, que no les frustran por miedo a sus reacciones.

Pero estoy hay que cortarlo. Y es algo que tienen que tener muy claro los padres: No hay que tener miedo ni culpa por decir no a nuestros hijos. Su educación, su bienestar futuro y su felicidad dependen de eso. Eso sí, los límites que impongamos al niño deben ser lógicos y constantes, y no modificables en función del ambiente o del estado de ánimo del menor. Por ejemplo, no podemos decirle al niño que no puede tomar bebidas con cafeína porque es un niño y no es bueno para él, y al día siguiente, para que no se tire al suelo y se enoje desmesuradamete delante de una amiga, darle a probar un poco. Otro error típico es dar órdenes pero con una expresión facial que dice lo contrario. Puede ayudar dar órdenes claras y directas, y exponer normas firmes que no dejen lugar a dudas.

¿Qué actidudes no debemos permitirles a nuestros hijos?

  1. Tomar objetos que no son suyos. A veces les gustan juguetes que no les pertenecen. Es necesario hablar con él, pedirle que lo devuelva y asegurarnos de que lo haga.
  2. Despreciar o burlarse de aquellos/as que son diferentes. Es importante que comprendan la diversidad, todos debemos ser respetados y aceptados. El desarrollo de la sensibilidad y empatía será imprescindible desde los primeros años, la educación inclusiva puede convertirse en la clave para entender las diferencias y apreciarlas.
  3. Molestar o agredir a otros sin motivo. Si esta conducta sucede, buscaremos las motivaciones y cuestionaremos qué está pasando para actuar de forma inmediata.
  4. Romper o lanzar objetos como consecuencia de bronca o enojo. Es fundamental que trabajemos con ellos la identificación de las emociones para que puedan gestionarlas.
  5. Faltar al respeto de manera verbal o física al papá, a la mamá o a alguna figura adulta. Si esto sucede es importante comentar con calma la gravedad de sus conductas y buscar estrategias para reducirlas y evitar que vuelvan a suceder.

Como padres debemos entender la autoridad como la legitimidad, el mérito, el prestigio que una persona se gana por su forma de tratar a los demás, por su forma de ayudar, por su sabiduría… Ejercer la autoridad ayuda a crecer a otras personas, a sentirse libres, a ser personas seguras y responsables para gestionar sus riesgos. La autoridad empática es la facultad legítima de gestionar los conflictos que los hijos e hijas no pueden afrontar, poniéndose en el lugar del otro y respondiendo así a sus necesidades e intereses. La autoridad empática es saber decir NO, de forma amable y  respetuosa con las emociones, pero firme y coherente con las conductas.

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