La cultura occidental siempre ha remarcado el hecho de que la mujer sufre cambios de humor y de carácter cuando se expone a cambios hormonales (puerperio, fase premenstrual y menopausia). O lo que es lo mismo, que cuando los ovarios femeninos dejan de producir óvulos, la mujer entra en la fase de climaterio durante el cual se pueden sufrir cambios en la personalidad, con tendencia a padecer depresión y disminución de su interés sexual. Conclusión: el entorno social hace ver a la mujer que, cuando le llegue la menopausia, será candidata a pasar por un proceso de depresión. A su vez, convencida de que será así, la mujer reforzará la consideración negativa que tenga de su propio proceso… incluso antes de que este llegue. O sea que, las mujeres suelen estar dentro de un círculo vicioso que sólo tiene dos posibles salidas: o se cambia de ambiente social (difícil) o la mujer se convence de que la menopausia, pese a los cambios y las incomodidades que puede llevar aparejada, es un proceso natural con inconvenientes que pueden ser paliados con ayuda profesional.
Las hormonas pueden afectar -y, de hecho, así lo hacen- al estado de ánimo de la mujer durante toda su vida. No en vano, se calcula que el 75% de las mujeres, con ciclos menstruales regulares, manifiestan síntomas desagradables, tanto a nivel físico como psicológico, en los días previos a sus periodos. Sin embargo, durante la menopausia -no en todos los casos, ni mucho menos- la persona puede sentir una cascada de sentimientos, los cuales pueden ir desde la ansiedad y la incomodidad, a la liberación y el alivio. Estos episodios depresivos podrían agravarse si, con anterioridad, la mujer ha padecido situaciones de dificultades de relación con su pareja, problemas de salud crónicos, falta de apoyo del entorno…etc”.
Algunas mujeres, incluso experimentarán una depresión significativa en la pre-menopausia (ese momento en el que el cuerpo de la mujer comienza la transición hacia la menopausia). Dicho periodo incluye los años anteriores a la menopausia (según los casos, de dos a ocho años), además del primer año posterior al último período menstrual. En realidad, no hay manera de determinar, con ninguna anticipación, cuánto durará la perimenopausia ni el tiempo que llevará atravesarla y dejarla atrás. Este periodo es una parte natural del envejecimiento e indica el final de los años reproductivos de la mujer. Sobre cómo la mente responde a este periodo de intensos cambios hormonales, lo más común es que la mujer experimente episodios depresivos muy similares a los que luego, durante la menopausia, podrían volver a sucederse.
Como en cualquier otro periodo de cambio y transición, no resulta extraño padecer sentimientos de pena o extrema tristeza por lo perdido. Lo “perdido”, en este caso, puede estar relacionado, por ejemplo, con la pérdida de su juventud y su capacidad reproductiva. Otro caso es el de mujeres que entran en la menopausia por los efectos del tratamiento contra un cáncer de mama. Ese sentimiento de pena puede estar asociado a la pérdida de la fertilidad; menoscabo de la calidad de vida como consecuencia de los efectos secundarios del tratamiento; el impacto de dichos efectos secundarios en sus relaciones o a considerarse víctima de la injusticia de ser “menopáusicas” antes de tiempo. Claro que, sentir pena es un proceso normal y lógico pero hay que estar atentos para distinguir entre pena y depresión, y más cuando ambos estados comparten síntomas como: pérdida de interés por realizar actividades que antes proporcionaban placer, problemas para conciliar el sueño o falta de apetito.
¿Cómo distinguirlos? Para empezar, la depresión, además de ser un periodo más prolongado e intenso, sumerge a la persona en un estado emocional en el que siente que su vida está paralizada, que no es capaz de avanzar para superar ese proceso. A esta percepción hay que sumar la posibilidad de padecer sensaciones como ansiedad, incapacidad para disfrutar, ausencia de energía para las tareas habituales, inutilidad y puede que hasta desesperanza por un futuro que no se ve nada claro.
Algunas mujeres pasan por cambios de ánimo repentinos cuando llegan a la menopausia. O sea, que pueden sentirse bien ahora y, momentos después, deprimidas. También puede que se enojen con gente de su entorno por pequeñeces. ¿Quién no iba a sentirse así cuando parece que todo va mal, que nada importa, que la vida no tiene sentido? Y si a todo esto se suman las alteraciones de sueño, problemas de peso… La situación parece complicada, pero tiene una solución: ponerse en manos de un especialista.
¿Cuál es el tratamiento?
Tratar un proceso depresivo, asociado a un estado de menopausia, con un tratamiento u otro dependerá de la gravedad de los síntomas. También, de la existencia, o no de factores de riesgo (cómo, por ejemplo, pensamientos frecuentes relacionados con el suicidio). En cualquier caso, los tratamientos podrán incluir desde una terapia hormonal sustitutiva a la prescripción de medicamentos antidepresivos, pasando por psicoterapia dinámica o cognitivo conductual. Este tipo de psicoterapias permiten a la persona identificar, y cambiar, los pensamientos negativos que acompañan a la depresión y los conflictos que pueden subyacer en su inconsciente. También, muestran a la mujer los hábitos de vida que tiene que potenciar para salir, cuanto antes y fortalecida, de esa situación. En todo caso, y sean cuales sean las peculiaridades de cada situación personal, lo primero de todo será cumplir con el tratamiento que marque el profesional. No saltarse sesiones, incluso cuando uno cree sentirse bien. A partir de aquí, otras pautas a seguir consistirán en establecer expectativas realistas, solicitando ayuda siempre que se necesite; estar atento a las señales de emergencia, identificando que factores pueden agravar la situación.