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¿Por qué esperar hasta los 40 años para ser madre?

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Hasta hace poco, sólo se hablaba de los riesgos de la maternidad tardía. Ahora, se empieza a hablar de beneficios. Hasta la ciencia comienza a señalar los beneficios de ser madre después de los 40 años. Según un reciente estudio de Harvard, las mujeres que tienen hijos después de los 40 años viven más años. Como comprobaron los científicos, estadísticas de mujeres nacidas en 1896 revelaban que, entre las que llegaron a cumplir 100 años, ¡había 4 veces más casos de maternidad después de los 40 años que entre las mujeres que no llegaron al siglo! Todo un respiro para una generación que ha retrasado la maternidad dos décadas… no sin la sensación de un cierto egoísmo.

Famosas como: Jodie Foster, Susan Sarandon, Jane Seymour, Madonna, Geena Davis… etc, son el pico visible de un iceberg cuya base aumenta de tamaño cada año que pasa: el de mujeres que deciden tener un hijo a una edad en que podrían ser abuelas. Si, hace menos de dos décadas, una madre primeriza de 40 años era considerada excepción y “embarazada de riesgo”— y , si bien sigue siéndolo en sentido médico estricto—, hoy se dan unos 12.000 nacimientos al año en ese grupo de edad en muchos países europeos… y el porcentaje de madres “añosas” sigue aumentando.

Control de natalidad, desarrollo profesional de la mujer, seguridad financiera, deseo de disfrutar de la vida antes de aceptar las ataduras de la maternidad, y también mayor esperanza de vida y tratamientos de fertilidad como el de la ovodonación, que permiten engendrar hijos incluso después de los 60 años (como el caso excepcional de la búlgara Adriana Iliescu, a los 67), han influido conjuntamente en la aparición de toda una marea de madres “añosas”. “Hasta hace poco, lo que centraba la atención era la seguridad de la madre y del feto a lo largo del embarazo y el parto, ya que, efectivamente, la edad materna es factor de riesgo de abortos, partos prematuros, malformaciones y anomalías cromosómicas, (como la del Síndrome de Down) en el niño, y de hipertensión y diabetes gestacional en la madre”. “

Sin embargo, ahora que el seguimiento de los embarazos es muy estricto, y que la ciencia permite detectar anomalías fetales desde épocas muy precoces del embarazo o incluso antes del mismo, la preocupación de la “masa crítica” de madres mayores de 40 años es otra : ¿Qué pasará cuando nazca el niño?”  Y es que la vida de la mujer no acaba hoy a los 40 años ni para el amor, ni para sexualidad, ni para la maternidad, ni para la vida en general… Todo es una cuestión de “actitud”. Una madre sedentaria de 30 años puede jugar menos con su hijo y estar menos horas al día con el chiquito/a que una de 45 que es más activa e inquieta. Por otro lado, lo que la madre añosa pierde en ímpetu, lo gana en estabilidad y serenidad. Las madres de 40 y 50 años son, por definición, un grupo muy selecto de mujeres”. “Realmente, hay que ser optimista y valiente para tener un hijo a esa edad, pero cuando una mujer de 40 años se decide, suele ser una madre dedicada y concienciada. Es cierto que, biológicamente, es mejor tener hijos en la década de los 20 años, pero emocionalmente, los 40 años pueden ser un factor altamente positivo”.

Sea como sea, la maternidad tardía se está convirtiendo en una nueva tendencia demográfica que está generado un auténtico movimiento social. En USA ya existen “grupos de apoyo” para madres que han superado el umbral de los 40 años. “Por ejemplo, cuando uno llega a esta edad, se empieza realmente a comprender que la vida no es eterna. Eso supone una nueva sabiduría, pero también  hace pensar que quizás no llegues a ver la boda de tu hijo/a, que puede que no conozcas a tus nietos… Si la maternidad tardía tiene su sabor dulce, no puede negársele ese regusto amargo que hay que aprender a digerir. “Al igual que las madres jóvenes, las madres añosas tienen problemas específicos que les llevan a desarrollar una especie de sentimiento de grupo”. Muchas no se sienten en sintonía con las madres jóvenes y es comprensible. A menudo, una madre que ha superado los 40 años vive al mismo tiempo la transición al climaterio con el cuidado de un niño pequeño e, incluso, el de padres ancianos. Los equilibrios de dedicación y tiempo que tiene que hacer, y ello en un momento en que vive cambios fisiológicos importantes, son realmente admirables”.

En realidad, nadie escoge voluntariamente ser una madre mayor. Nadie se para a pensar y dice: “Bueno, tendré un hijo después de los 40 años”. Muchas mujeres son madres a esa edad tras un largo historial de intentos de embarazo, abortos… Otras no encontraron a su pareja definitiva o no consiguieron estabilidad económica hasta pasados los 35, cuando decrece la fertilidad de la mujer. El debate ahora es, justamente, cuál debe ser la edad límite para acceder a los diversos tratamientos de fertilidad. La Comisión Nacional de Reproducción Asistida recomienda limitar el acceso a partir de los 50 años. “Por supuesto, la decisión debe tomarla el médico, tras estudiar cada caso a fondo. Lo que ocurre es que hoy son muchos los casos de madres añosas. Los especialistas se topan con una realidad diferente, que deben considerar. Una mujer de 50 años del 2019 no tiene nada que ver con una mujer de la misma edad de 1950, cuando la esperanza de vida femenina era de 55 años. Hoy, la mujer inicia la vida reproductiva más tarde y, a los 50 años, le queda una media de más de 30 años por vivir. La realidad ha cambiado y hay que tenerlo en cuenta”.

Al contrario que en las generaciones previas, en las que los hijos de madres mayores solían ser los últimos de una serie (a menudo, el famoso “descuido” de los años previos a la menopausia), ahora, esos niños son casi siempre los primeros y únicos. La consecuencia: que crecen sin hermanos y en familias cuyos amigos y relaciones tienen hijos mayores, es decir, con menos probabilidades de relacionarse con niños de su edad. Para compensar esa circunstancia, los expertos en educación infantil aconsejan a las madres “esforzarse por que los niños tengan relación con una familia lo más extensa posible y con muchos miembros jóvenes: el sentido de pertenencia a un grupo humano extenso da al niño sensación de protección y pertenencia y le ayuda a crear autoestima y a desarrollar habilidades sociales”.