La maternidad es un acto que se necesita vivir en tribu. Las madres necesitan estar con otras madres. Esto les permite compartir experiencias y pedir y dar el sustento necesario para poder entregarse completamente a sus hijos.
A lo largo de la historia, las sociedades se han agrupado en aldeas o comunidades. En todas ellas, la crianza ha sido una acto compartido entre los diferentes miembros de la comunidad. De esta manera, cuando el bebé es muy pequeño y necesita estar en contacto con su madre, ella puede dedicarle su atención mientras otras personas se encargan del suministro de alimentos, de la limpieza del hogar y del cuidado de niños más mayores. Este tipo de estructura social matriarcal fomenta valores femeninos y de respeto por los ritmos vitales que permiten a las madres conectarse con su instinto natural y dar respuesta a las demandas de sus hijos. A la vez, otorga sustento a las madres para que estas no se vean sobrepasadas por el cansancio. Este apoyo emocional lo proporcionan el resto de madres, cuidándose entre ellas.
A partir de los 3 o 4 años, el resto de miembros de la tribu (padre, familia, amigos y otros niños) entra a formar parte de la crianza de los niños. La madre, que seguirá siendo el sustento emocional básico, podrá seguir atendiendo a hermanos más pequeños o acompañando a otras madres en su maternidad. En estas circunstancias sí es posible criar hijos sanos al atender con respeto sus necesidades.
Es patrimonio de las sociedades occidentales creer que la crianza es exclusiva de las madres y de la familia nuclear. Vivimos en grandes ciudades, aislados en espacios pequeños y con pocas personas. En este contexto, las madres deben afrontar la maternidad solas. Esta estructura social ha sido diseñada por el sistema patriarcal, sistema basado en el poder masculino en el que domina el más fuerte. En este escenario se necesita criar hijos desapegados que necesiten descargar su agresividad a través de su fuerza. Es por ello que se invisibiliza el poder de lo femenino y de la maternidad como fuente de calor y alimento emocional. Separar a las madres es una de las maneras más efectivas de conseguir que las mujeres se desconecten de su instinto maternal por el agotamiento que supone criar en soledad. Definitivamente, este sistema no sirve para criar hijos con amor y respeto porque tanto madres como padres nos sentimos demasiado solos para afrontar la carga y responsabilidad que supone la crianza de nuestros hijos. Prueba de ello son las innumerables separaciones que se producen resultado de la frustración vivida por ambos miembros de la pareja.
A pesar de las difíciles circunstancias actuales para ejercer una maternidad saludable para nuestros hijos, existen varias opciones que pueden favorecer el descanso de las madres y, con ello, una mejor atención a los niños:
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