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Actualmente, no son pocos los niños que transitan su primera infancia bajo una gran presión. Muchos papás se comportan como exifgentes espectadores y desde la primera fila observan con extrema (y preocupante) atención desde el inicio del habla, luego si “sesean” o, si pronuncian correctamente la “R” , hasta el apuro para que abandonen los pañales. También, tienen ansiedad para que sus hijos, empiecen a caminar, vestirse, bañarse o incluso a leer y escribir. Son padres que suelen estar encima de ellos desde edades cada vez más tempranas y, muchas veces, interfieren con los tiempos naturales de ese proceso madurativo. Como si la etapa de crecimiento del pequeño tuviese que ser vivida con urgencia y excelencia y que, la rapidez con que se superan ciertas etapas o alcanzan determinados logros fuerna sinónimos de “lo mejor”, “éxito”, “ideal”.

Esta situación no es ni más ni menos que otro de los tantos mitos relacionados con la crianza actual, donde se pone el foco más en los resultados más que en los procesos. Con esto de la celeridad, se pone más énfasis en el cuándo que en el cómo. En la sociedad actua, la inteligencia y el éxito tienen que ver con la premura. Todo lo que se logra antes parece que es mejor y, lo que debe hacerse es terminar por desactivar estas conclusiones tan erróneas. Apurar procesos que tienen un tiempo natural de maduración es un mal de ésta época. Vivimos tan acelerados y tan “para el afuera”.

Estamos permanentemente comparando a los niños unos con otros y entonces, empieza esta carrera por ver quién lo logra primero. Los papás terminan por no observar a sus hijos, sino a los hijos del vecino, amigo, familiar o compañero de trabajo. El que lo hace antes parece que es mejor. Hay una especie de satisfacción paterna, como si el logro del niño fuera mérito de los adultos. Sucede que, en nuestros hijos vemos reflejadas nuestra calidad de padres. Si lo que vemos es positivo, nos sentimos orgullosos y si no, nos avergonzamos. Sin duda, hay una cuestión narcisista. Por otra parte, la creciente temprana escolaridad no hace más que fomentar y contribuir a esta tendencia de padres ansiosos. Ahora los chicos se escolarizan desde el año y medio y, esto también repercute en los tiempos. Antes los procesos eran más para adentro, de cada familia, y hoy los chicos están mucho más expuestos, se mira más en el afuera y se comparten esas etapas con un montón de personas.

Las consecuencias de acelerar los procesos son varias y van desde la frustración hasta la sobreadaptación. Le estás diciendo que está preparado para algo que no lo está y eso lo frustra mucho. Y tanta exigencia también puede derivar en niños sobreadaptados o sobreexigidos que no se permitan errar o fallar.

Los pediatras suelen ser testigos privilegiados de la creciente ansiedad paterna. Y muchos reconocen que terminan cediendo ante el pedido de los padres por hacer interconsultas con especialistas como fonoaudiólogos, endocrinólogos (por cuestiones vinculadas al crecimiento) o psicólogos, especialmente cuando se trata del desarrollo del lenguaje. Muchas veces son los propios padres, con su ansiedad por que el chico hable, camine o crezca, los que crean trastornos o patologías donde no las hay. Es así como los pediatras responden según las ansiedades paternas. Muchos sienten la presión y entonces calman a la madre y al padre ofreciéndoles hacer otra consulta con un especialista. En algunas ocasiones, la consulta sirve para bajar la ansiedad.

Todos los procesos naturales de crecimiento van a suceder tarde o temprano. Desde un punto de vista saludable, un niño aprende cuando hay un deseo genuino por hacerlo y no cuando alguien se lo impone. Cada chico tiene sus propios tiempos. Un padre que pone expectativas en la rapidez tiene tendencia al adiestramientro, que es muy diferente al proceso de aprendizaje. El proceso de aprendizaje se da de adentro hacia afuera y sucede de forma natural, cuando se cuenta con los recursos necesarios. El adiestramiento, en cambio se produce mediante la obediencia y el reforzamiento de una conducta. Muchos niños terminan adquiriendo ese comportamiento, pero a un costo elevado ya que, si el proceso no está bien afianzado, no puede sostener con el paso del tiempo y la frustración puede ser peor. Lo importante, es entender y comprender que cada niño tiene su ritmo y está interesado en determinadas áreas. Cuando los padres apuran los procesos aparecen los conflictos, con chicos que tienen insomnio, sufren trastornos de atención o hiperactividad. Es clave acompañar los procesos: ni apurarlos ni atrasarlos. Y observar y escuchar al chico, hacerle formar parte del proceso porque el aprendizaje tiene que partir de un interés personal y no de un interés del adulto. Como papás, les estamos planificando y estructurando el desarrollo y los procesos de maduración desde la más tierna infancia. Tenemos que poner todos nuestros esfuerzos en que los avances y los aprendizajes se vayan haciendo y afianzando bien; despacio y seguros.

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