Niños que padecen una gran exigencia de sus padres

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Los padres que exigen demasiado lo único que pretenden es que sus hijos den lo mejor de sí mismos. El problema radica en que no lo hacen de la manera más adecuada: se olvidan de cómo los niños están percibiendo y recibiendo estas exigencias. Por eso, lo que consiguen es el efecto contrario. No obstante, esto, claro está, no justifica su comportamiento. Muchos de los padres que exigen demasiado a sus hijos han tenido progenitores que actuaban de la misma manera con ellos. Nada parecía ser suficiente para ellos; una insatisfacción que no se reducía solo a las notas. Si practicaban algún tipo de deporte, nunca lo hacían bien. Siempre había un «pero» o un «podés mejorar».

Como este fue el ambiente en el que les educaron, consideran que es la forma en la que deben hacerlo con sus hijos. Sin embargo, esta decisión tiene graves consecuencias. Los niños que tienen padres exigentes intentan cumplir con sus expectativas. Lamentablemente, como nada de lo que hacen parece valer, empiezan a tener esa sensación de desilusión e, incluso, culpa. Es más, los niños pueden empezar a autoexigirse demasiado, más allá de sus propias posibilidades con los recursos que cuentan en ese momento. Un fenómeno que puede desencadenar estrés y ansiedad. Esto es muy grave. Una determinada estructura de la personalidad (autoexigencia, necesidad de control, búsqueda de perfeccionismo…), puede determinar la aparición de ciertos trastornos alimenticios, como la anorexia y la bulimia.

Si a un niño sus padres le dicen «sería genial que sacases un 7 en matemática» y, cuando lo logra, le dicen ahora «¿ves cómo podías?, pero ahora tienes que ir a por el 9«, será complicado que el niño sienta que lo que ha conseguido sirve para que sus padres estén orgullosos. Puede que no al principio, pero cuando llegue al 9 y le exijan un 10, y posteriormente, que saque esas notas en todas las asignaturas, el niño terminará explotando. Hablamos de una costumbre que se convierte en perversión completa cuando los padres insinúan que a mejores notas van a querer más a su pequeño. Hablamos de un ambiente exigente que puede ser el mejor caldo de cultivo para los trastornos mencionados, la anorexia y la bulimia. No obstante, no es la única manera en la que pueden reaccionar los niños con padres demasiado exigentes.

Los niños con padres que exigen demasiado pueden terminar no respondiendo a la presión de sus progenitores. Cuando se exige y se exige, se causa estrés en los niños y, al llegar a la adolescencia y a la Universidad, muchos de esos chicos/as se quiebran, porque están hartos, cansados y se rebelan. Como nada de lo que hacen es suficiente, pueden empezar a mostrar diferentes actitudes. No se dan todas, ya que la personalidad de cada uno es diferente.

No obstante, además de los trastornos mencionados, estas son algunas señales de alarma que avisan de que algo no está yendo bien:

  • Actitud pasiva que se manifiesta en que parece que les da todo igual. Se sienten tristes, desalentados y se muestran la mayor parte del tiempo cabizbajos. En su interior, notan que han fracasado. Esto puede llevarles a una depresión.
  • Acciones rebeldes en las que se increpa a los padres o se empiezan a hacer gamberradas. El objetivo es llamar la atención sobre una situación que no pueden controlar, superándolos.

Existen muchas variantes, sin embargo, los niños no consiguen estar siempre alerta, buscando el reconocimiento e intentando cumplir con las expectativas de sus padres. Tarde o temprano terminan sumergiéndose en una profunda tristeza o posicionándose de manera automática en contra de las expectativas de sus padres, ya que las han asociado con frustración. El problema es que en ambas reacciones queda un poso repleto de consecuencias por esa exigencia recibida. A menudo, los niños no continúan sus estudios o abandonan por el camino aquel deporte que tanto les gustaba. Tiran la toalla porque no pueden más. La presión les supera. Por eso, aunque los padres exigentes actúen buscando motivar e incentivar a sus hijos para que den lo mejor de sí mismos, en la gran mayoría de los casos, lo único que consiguen es, justamente, el efecto contrario.

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