Los límites demasiado estrictos o demasiado laxos y las normas inadaptadas o fluctuantes suelen ser causa de conflictos agotadores tanto para los pequeños como para los adultos. ¿Cómo evitarlos ejerciendo una autoridad positiva que respete a los niños y establezca un marco para que puedan crecer bien? Seguid los consejos de dos especialistas de la paternidad y de la primera infancia.
“Mi hijo es insoportable”, “me provoca”, “no puedo más”… Es el tipo de frases que utilizan los padres, solos o en pareja. No se sienten escuchados ni comprendidos ni respetados. Lo que se ve en estos problemas, es la señal de una autoridad mal impuesta: un marco demasiado estricto o demasiado laxo, o normas fluctuantes o inadaptadas al desarrollo del niño. Si las normas son demasiado numerosas y cerradas, el niño puede inhibirse y perder totalmente la confianza en sus capacidades. Sin embargo, no establecer ningún límite hace que recaiga sobre el niño toda la responsabilidad de sus actos y de sus elecciones: ¡qué angustia! El pequeño necesita sentir que puede apoyarse en sus padres: lo que vale para hoy tiene que seguir siendo válido dentro de una semana. Es fundamental que los adultos se tomen su tiempo para reflexionar sobre lo que quieren para sus hijos, sobre su papel hacia ellos, para llegar a establecer algo claro y compartido. La cosa se complica cuando los padres están separados. En ese caso, lo ideal es que el esfuerzo de comunicación y el consenso sean posibles.
Por otra parte, hay que saber que no se puede luchar en todos los frentes. Es algo insoportable y lleva a todos al fracaso. Lo sensato es retomar la lista y rebajar las ambiciones sin olvidar nunca la edad del niño. Un criterio de selección puede ser: ¿esta norma seguirá siendo importante para mí cuando tenga 18 años? Por ejemplo: ¿seguiré poniéndome nervioso si, cuando sea adulto, no se pone las zapatillas? ¿Y si no da las gracias a alguien que le hace un favor? ¡Hay que elegir! ¿Y en caso de gran berrinche? ¿Qué hacer cuando la famosa “terrible two” (la crisis de los 2 años) se eterniza hasta los 5 años o cuando tiene recaídas? No hay recetas, claro, pero tal vez podamos preguntarnos: ¿desde cuándo es un niño difícil?, ¿ha pasado algo?, ¿en qué situación o situaciones nos peleamos? Entonces, descubrimos que no hemos visto cómo evolucionaban sus necesidades: a un niño de 5 años no podemos decirle o imponerle las cosas como cuando tenía 2 años. Si el padre o la madre le habla como a un bebé, es normal que reaccione mal.
Además, hay que responsabilizar al niño. Si le decís: “Hoy está lloviendo, ¿qué zapatos te vas a poner?”, seguro que reacciona mejor que si lo sometemos exclamando: “¡Ponéte las botas!”. También, debemos reconocer que otras veces exigimos cosas solo porque estamos nerviosos y queremos tener la última palabra: “¡Te ponés el sweater rojo y se acabó!”. Por último, no debemos olvidar que si el niño se opone tanto en casa es porque durante el día ha tenido que concentrarse mucho: necesita “liberarse” en el ámbito familiar y con alguien con quien tiene confianza, es decir, sus padres. Lo mejor es tomar una buena bocanada de aire y mirar todos esos pequeños rechazos en retrospectiva. Porque el marco solo se puede mantener si da un amplio margen de libertad. Marco y libertad: la clave de una autoridad que respeta y hace crecer al niño.
9 reglas de oro
¿Pero cuál es la regla?
Cuando el niño empieza a participar en juegos de mesa, muchas veces evita una regla y la adapta a su favor. Es buena señal: eso significa que ya ha asimilado lo que es una norma. Durante el juego, pregúntale: “¿Pero cuál es la regla?”, “¿cuándo se puede hacer esto y cuándo no?”, ¿si hago esto, qué pasa?… Así lo harás avanzar en esta noción. ¡Que pierda o que gane da igual!
El chantaje es útil, ¿pero a qué precio?
“Si te ponés el pijama te doy un caramelo”. Sí, el sistema funciona y evita conflictos, ¿pero a qué precio? ¿Qué queremos desarrollar en el niño? ¿La obediencia ciega y la docilidad o el espíritu crítico? En el segundo caso, hay que evitar las frases del tipo “si… entonces…”. Eso no significa que no podamos poner condiciones. Todo es cuestión de cómo se formulan. Imaginemos que la norma establecida es la siguiente: por la tarde, cuando los niños están ya en pijama y tienen las manos limpias, antes de las 19 horas, pueden ver un rato la tele. En ese caso, podemos decir: “¿Querés ver la tele? Bueno, entonces ya sabés lo que tenés que hacer”.
¿Son eficaces los castigos?
El castigo condena a la persona, no el acto. Humilla e impone un temor al progenitor. Las dos prefieren las nociones de consecuencia y reparación. Si el niño conoce la norma y está previamente advertido, es importante que haya consecuencias. Es una realidad de la vida: un adulto que llega tarde todos los días al trabajo también acaba teniendo problemas. A esta edad, una reparación puede ser ir a buscar una esponja cuando haya tirado un vaso, pedir perdón o hacer una caricia cuando ha hecho daño a alguien, ayudar a ordenar lo que ha desordenado, etc.
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