¿Los niños sanos son más inquietos? Un niño no nace para estar quieto, no tocar cosas, permanecer mucho tiempo sentado y/o callado, ser paciente o entretenerse a sí mismo. Ellos necesitan moverse, explorar, buscar novedades, crear aventuras y descubrir el mundo que les rodea. Ellos están aprendiendo, son esponjas, jugadores natos, buscadores de tesoros. Los beneficios que tiene el juego para los niños a todos los niveles (fisiológico-emocional, comportamental y cognitivo) no es un misterio.
Son libres, almas puras que buscan volar, no quedarse a un lado, encadenarse. No debemos hacerlos esclavos de la vida adulta, de los apuros y de la escasez de imaginación de los mayores. Es importante potenciar su capacidad de asombro, garantizarles una vida emocional, social y cognitiva rica en contenidos, en expresiones sensoriales, en alegrías y, en conocimiento.
La sociedad ha ido alimentando la hiperpaternalidad o, lo que es lo mismo, la obsesión de los padres porque sus hijos alcancen unas habilidades específicas que garanticen una buena profesión en el futuro. Se nos olvida, como sociedad y como educadores, que los niños no valen por una nota escolar y que al no cejar en nuestro empeño de priorizar los resultados estamos descuidando las habilidades para la vida. El valor de los chicos no se define por sus logros o por sus fracasos sino por ser ellos mismos, únicos por naturaleza.
Que cada persona es única es algo que solemos decir con frecuencia, pero que realmente tenemos poco interiorizado. Esto se refleja en un hecho simple: establecemos una serie de reglas para educar a todos nuestros niños. Realmente este es un error muy extendido y que no es para nada congruente con lo que creemos tener claro (que cada persona es única). Por lo tanto, no es de extrañar que la confluencia de nuestra creencia y nuestra acción resulte conflictiva en la crianza.
Por otro lado, estamos criando a nuestros niños en el exceso de, concretamente, cuatro pilares:
Estamos impidiéndoles explorar, reflexionar o liberarse de las tensiones que acompañan a la vida cotidiana. Estamos casi “asfixiándolos” de tecnología, de juguetes y de actividades escolares y extraescolares. Los mantenemos “entretenidos y ocupados” en otras actividades que creemos más necesarias, intentando que se mantengan impecables y no se ensucien con tierra y barro. Es así como terminamos distorsionando la infancia y, lo que es más grave, les impedimos jugar y desarrollarse.
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