En Argentina, la ingesta de alcohol ha ido cambiando en el transurso de los últimos tiempos, tanto en forma cualitativa como cuantitativa. En 1966 se consumía 9.5 litros de cerveza por persona por año, y en el 2003 la cifra ascendió a 36. Otro cambio fue con respecto a la frecuencia y regularidad: en 1970 el 81% consumía en forma cotidiana, y el 19% en forma intermitente durante el fin de semana. En el 2004 esta cifra cambió drásticamente dado que el 80% bebe en forma intermitente. Y, en la actualidad, el consumo también se da en un rango de chicos/as que tienen menor edad que en años atrás. O sea que, muchos se inician en el consumo de alcohol en edades más tempranas.
Y, aunque quizás en los adolescentes el consumo sea durante los fines de semana, está comprobado que la ingesta de alcohol en los jóvenes provoca daños irreversibles en el cerebro. Esto se debe a que durante la adolescencia el cerebro (como las demás partes del organismo) se encuentra en una etapa de maduración y desarrollo. Por lo tanto, se ve mucho más afectado que en la persona ya adulta porque no cuenta con las herramientas necesarias para defenderse de las constantes agresiones que esto implica. Los efectos en el cerebro adolescente inmaduro, tal como sucede en “la previa”, determinan un menor tamaño de los hipocampos, disminución de la corteza prefrontal y peor calidad de sustancia blanca. Las evidencias clínicas se pueden encontrar en fallas en la memoria (10% menos de capacidad para recuperar la información), en la atención y en el compromiso en la toma de decisiones. Además, dificultades en el control inhibitorio y de impulsos. A su vez, las investigaciones científicas han demostrado que el cerebro de las adolescentes mujeres está más expuesto que el de los hombres porque tienen menor tolerancia al alcohol.
El alcohol en la adolescencia, además , es un factor de riesgo para accidentes o conductas indebidas, y los jóvenes no sólo consumen alcohol en la previa, sino que continúan con las bebidas alcohólicas en la fiesta o boliche al cual, luego, se dirigen. Ingieren mezclas de tragos, los cuales potencian los daños. De esta forma, también quedan expuestos a abusos , peleas, riñas y accidentes, o al denominado “coma alcohólico” que en muchos casos se cobran la vida misma de los involucrados. La inmadurez neurológica hace que sean más imprudentes. La zona que interviene en la toma de decisiones se aloja en la parte más frontal del cerebro. La maduración de esta área termina entre los 20 y los 30 años. Es decir que las neuronas, el entorno, las exigencias y la vulnerabilidad anímica propia de la adolescencia muchas veces no permiten decidir sin exponerse al riesgo.
Un vaso de vino, de cerveza o un trago con vodka son nocivos para los chicos, pero ahora están de moda algunas mezclas que son aún más peligrosas. La combinación de alcohol con bebidas energizantes es altamente tóxica e incrementan el riesgo de arritmias y muerte súbita y, por otro lado, su carácter estimulante “enmascara’”durante un tiempo los efectos depresores del alcohol, como el sueño, lo que hace que una persona siga tomando. El consumo de energizantes con alcohol es una de las principales causas del coma alcohólico, un cuadro cada vez más frecuente en las guardias de los hospitales y sanatorios de todo el país.
El rol como padres y adultos
Los adultos, y sobre todo los padres, tenemos mucho que ver con el consumo de alcohol en los chicos. Ellos están atentos a lo que hacemos. Los adultos les trasmitimos que beber está asociado a situaciones de festejo. Esta imagen quita credibilidad a las medidas de control que los mismos adultos tratan de ejercer sobre los chicos. Decir qué deben hacer y al mismo tiempo mostrar un comportamiento diferente estimula la rebeldía propia de los adolescentes y agrava el problema. Además, por los cambios sociales que se produjeron en los últimos tiempos, los adolescentes están mucho tiempo solos y son más vulnerables a los estímulos que los llevan a consumir bebidas alcohólicas. El abordaje de esta situación requiere un compromiso amplio que incluya a la familia, a la escuela y al Estado. El tiempo compartido y la conversación entre padres e hijos es fundamental, pero no para bajar línea, sino para saber cuáles son los temas que les preocupan a los jóvenes, quiénes son sus amigos, en qué ocupan su tiempo, qué hacen y adónde van cuando salen. Es indispensable dar el primer paso, porque es el que puede cambiar la historia.
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