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Los efectos tóxicos que genera ser una madre controladora

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El amor de una madre a veces lleva implícita una cuota de sufrimiento, un sinfín de condiciones y condicionantes que marcan y dejan huella. Un ejemplo de ello son sin duda los hijos adultos de madres controladoras, personas que a pesar de haber alcanzado la madurez arrastran con el peso de ese vínculo dañino y complejo. ¿Qué hay de los hijos? ¿Qué ocurre con los hombres? Esta es una de las frases más recurrentes cada vez que aparece un artículo sobre las madres narcisistas, manipuladoras o distantes. Es como si de algún modo, el peso de nuestra cultura siguiera colocando la mirada entre las relaciones madre-hija, dejando en la más absoluta miopía ese vínculo a menudo doloroso que puede establecerse entre un hijo y su madre.

Quizás, la sombra de teorías, como la Freud con el complejo de Edipo, ha contribuido a ello, prefiriendo poner el foco en el lazo padre e hijo, dejando para el mundo del cine esa visión más patológica entre el hombre y su madre. No tenemos más que dar un repaso a muchas de las películas de Alfred Hitchcock para hacernos una idea de cómo se ha tratado la idea de la influencia que puede tener una madre controladora en la vida de un hijo. Por lo tanto, necesitamos trabajos más profundos que nos aporten una descripción más realista de estas situaciones que son tapadas por nuestra sociedad.

El problema de tener una madre controladora es difícil de reconocer para el afectado. De algún modo, el código de la masculinidad implícita sume con frecuencia a los hombres en situaciones donde difícilmente van a dar el paso para pedir ayuda. La relación de un hombre con su madre es importante para construir su identidad y el modo en que interacciona con los demás. La sombra de una madre controladora puede tener serias implicaciones a la hora de alcanzar su independencia y felicidad. Los hijos adultos de madres controladoras suelen vivir en una esfera de silencio y continuas contradicciones. Esto se debe, ante todo, al peso de nuestra cultura y a ese código del niño por el que está obligado a silenciar sus emociones para parecer fuerte y…no ser una “nena”.

A disimular lo que duele y a reaccionar del único modo que se les permite, con ira. Así, en un mundo donde se sigue emparejando al hombre con el ideal de la libertad o la independencia, no es sencillo aceptar que sobre él recae el peso de una madre controladora, narcisista y manipuladora. Estos hijos adultos de madres controladoras comparten con las hijas las mismas heridas. Al fin y al cabo, ser criado y convivir con una persona emocionalmente no disponible y con el clásico “resplandor” del egoísmo, la queja y la necesidad de control, suele dejar de media las mismas secuelas. Sin embargo, cabe decir que no siempre es así. Siempre hay diferencias interindividuales, queda claro, esas que tienen más que ver con la propia personalidad que con el género.

No obstante, hay un patrón que puede identificar las secuelas que quedan en el hombre adulto y no siempre en la mujer adulta como:

  • El uso recurrente de la mentira y la negación : El hijo que ha crecido bajo la influencia de una madre controladora no ha tenido tiempo para construir una identidad propia, auténtica y fuerte. De este modo, un mecanismo de supervivencia muy recurrente de estos hombres es el uso de la mentira. Al principio lo hará para no decepcionar a su madre, para evitar la culpa, pero al hacer uso de este recurso desde niño lo irá aplicando en cualquier ámbito llegada la edad adulta. La mentira le sirve para protegerse, para esconder sus emociones, para contentar a su madre y para poder sobrevivir a duras penas en cualquier contexto.
  • Marcada contención emocional: Los hijos adultos de madres controladoras viven muchas veces anulados emocionalmente por ese influjo. Al suprimir casi desde el inicio esa energía emocional del niño para colocar la de ella misma como prioridad, ese hijo entiende desde bien temprano que mostrar sentimientos no solo es vergonzoso sino peligroso. De este modo, el hombre adulto que vive aún bajo la influencia de esa madre controladora seguirá mostrando una marcada contención emocional, la misma que en muchos casos puede derivar en distintos trastornos psicológicos.
  • Hostilidad: Una madre controladora genera siempre un apego inseguro. Un vínculo donde el niño no ha sido validado emocionalmente, y donde muy a menudo puede evidenciar comportamientos agresivos u hostiles. Esta es una característica que suele marcar una clara diferencia (por término medio) entre las hijas de madres controladoras. De este modo, el hombre que ha crecido con esta dinámica puede mostrar reacciones sobredimensionadas a ciertas situaciones, ahí donde perder el control y reaccionar con ira. Su habilidad para manejar las emociones suele ser nula o muy deficiente.
  • Relaciones frustradas y autoboicoteo: Las madres controladoras consideran que sus hijos son de su propiedad personal. Ese vínculo tóxico tiene graves implicaciones en el desarrollo afectivo del niño, en su maduración psicológica, en su independencia, en su capacidad para tomar decisiones… Y una consecuencia evidente es la clara dificultad para establecer una intimidad y una conexión emocional auténtica con alguna pareja afectiva. Así, es común que esa madre no dude en desplegar las más complejas artimañas para frustrar cualquier intento del hijo varón por disponer de su propio espacio, por edificar una vida independiente y feliz con otra persona. Son engendradoras de neurosis, de ahí que siempre surjan dudas en la mente del varón adulto, y que el boicoteo de uno mismo sea casi constante hasta el punto de frustrar cualquier relación.

Para concluir, es importante destacar un aspecto evidente. Los hombres son menos propensos a buscar ayuda y, por lo tanto, a acudir a terapia. A pesar de que en su interior carguen con un buen saco de sufrimiento, su capacidad de negación es inmensa. Así, los hijos adultos de madres controladoras son un grupo poblacional que demanda de una ayuda específica y nuestra responsabilidad como sociedad es facilitársela.

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