El beso tiene muchos efectos positivos. Hasta existe un libro actual en el cual nos enseñan que “buena parte de nuestra felicidad depende de la cantidad de besos que nos dan o damos”. Por supuesto que, esto no significa que debamos obligar a dar besos a nuestros hijos cuando no quieran ser besados.
El beso es la más genuina e inmediata expresión del amor y el deseo, se podría decir que estamos “programados” para ello. Según investigadores de la Universidad de Pittsburg (EEUU), existe un gen, al que han denominado el gen KISS-1 (o gen del beso) que, junto a otro, inician los cambios hormonales que desencadenan la pubertad.
Los besos relajan, calman, tranquilizan y dan alegría. Al juntar nuestra boca con la de otra persona, el sistema límbico, situado en el centro del cerebro, se encarga de transmitir esta información a otras áreas como la corteza o al tronco del encéfalo que regula los mecanismos vegetativos de la respiración, el ritmo cardiaco, la tensión arterial, el tono muscular, la salivación o la secreción hormonal.
Besar, abrazar y acariciar son gestos que afloran de manera natural con las personas que queremos, especialmente con nuestros hijos. Demostrar afectos continuos nos beneficia y, además, son emociones y recuerdos que perdurarán en el tiempo. Las experiencias afectivas con los cuidadores primarios en los primeros años de vida, tienen una enorme influencia a favor del desarrollo cognitivo, social y emocional, íntimamente relacionados. El desarrollo del cerebro del niño depende en parte de las experiencias que vive. El vínculo temprano tiene un impacto directo en la organización cerebral. Existen períodos específicos, llamados períodos ventana, en los que se requieren determinados estímulos para el óptimo desarrollo de algunas áreas cerebrales. Esta estimulación adecuada depende del establecimiento de un vínculo temprano satisfactorio. También, es posible que otros sistemas de neurotransmisores y hormonas se relacionen en el beso, como el GABA, que modula las respuestas de tranquilidad o relajación, y el sistema endorfínico, cuya estimulación produce una disminución de la percepción del dolor, etc.
A partir de los 2 años y medio, se producen dos cambios muy significativos en los niños. El primero, es el crecimiento exponencial del lenguaje verbal, que pasa de estar entre 30 y 50 palabras con año y medio a 1.000 con 3 años. Y el segundo, es el avance en el lenguaje no verbal. Ahí entra la importancia de enseñarle al niño a dar besos y a recibirlos de sus padres y de los más cercanos. Uno de los elementos en la educación sentimental es enseñarle al niño las principales manifestaciones afectivas que forman una constelación de comportamientos pequeños.
El beso, desde la primera infancia, es considerado como un acto de cariño y de amor, por lo que dar muchos besos a los niños es muy positivo. Los besos producen en los niños sensación de protección, de seguridad, de amparo, de abrigo. Además, el beso produce un sentimiento de que el niño es querido, amado, aceptado y, por tanto, esto siempre va en beneficio de uno mismo, lo que favorece su autoestima.
Los besos, como las manifestaciones de afecto permiten el desarrollo neurocognitivo de nuestros hijos como su autoestima. Pero, también debemos desarrollar en ellos sus capacidades para demostrar afecto, respeto que serán tan o más importante para la evolución sana de su personalidad.
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