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¿Las vacunas son siempre necesarias?

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El tema marca la agenda en foros, consultorios y en las conversaciones entre padres: en países de Europa, ciertas vacunas, como las de la tos convulsa o la del sarampión, por ejemplo, ya no se aplican y cada vez más gente, incluso en nuestro país, está comenzando a optar por no vacunarse y no vacunar a sus hijos. Las opiniones son controvertidas y está en juego la salud de nuestros chicos, la propia y, por ende, de toda la comunidad.

Los detractores dicen que las vacunas suelen tener efectos adversos y contienen sustancias peligrosas de las que no estamos informados. Y para quienes las defienden, no vacunar resulta un riesgo inmenso, ya que todas las vacunas incluidas en el calendario oficial de vacunación están probadas. La homeopatía, por su parte, propone sus propias formas de vacunación y también remedios para intentar paliar los efectos negativos de las vacunas tradicionales. Pero entonces, ¿qué hacemos? Lo importante es que busques asesoramiento y que te informes bien antes de decidir si querés o no vacunar a tu hijo o a vos misma, porque se trata de una elección importante.

Para una gran mayoría de médicos, el tema de la vacunación no es discutible. Los argumentos son contundentes y se disparan a partir de estos interrogantes: ¿qué pasaría si todos dejaran de vacunar a sus hijos?, ¿por qué negar años y años de avance científico con relación a la vacunación y a la erradicación de epidemias? Las vacunas son medicamentos biológicos que provocan la generación de anticuerpos capaces de protegernos ante posibles futuros contactos con agentes infecciosos, con lo que se evitan determinadas enfermedades. Si nos negáramos a aplicarlas, tal vez en lo inmediato no veríamos las consecuencias porque el resto -que es una gran mayoría hasta ahora- sí se encuentra vacunado y lo más probable es que la enfermedad no esté circulando en nuestro entorno. Por eso, es importante también tener en cuenta que la vacunación es un proceso colectivo, y no algo que dependa pura y exclusivamente de la voluntad personal. Para los médicos a favor de la vacunación, alguien no vacunado es un riesgo para sí mismo y para el resto, ya que es un posible sujeto de contagio, o sea, un cuerpo no “protegido”. Las vacunas son una medida sanitaria que, por fuerza de historia, pruebas y estudios científicos, viene siendo la forma de prevención contra enfermedades mortales y epidemias. Aunque la gran parte de las vacunas se aplican en la infancia, los adultos también deben vacunarse.

Boy and vaccine syringe

Algunos de quienes se oponen a las vacunas sostienen que los medios, los médicos y la industria farmacéutica tienden a representar e indicar en cifras la regresión de ciertas enfermedades a partir del comienzo de la vacunación, pero omitiendo las cifras previas. Al no considerar el proceso por el que la epidemia o la enfermedad estaba atravesando, a menudo se adjudica la erradicación de enfermedades a la vacunación cuando podría ser que la enfermedad ya estuviera disminuyendo cuando comenzó a aplicarse la vacuna. Y a menudo lo que extingue una epidemia es la mejora en la calidad de vida (mejor nutrición, contar con agua potable). Pero los argumentos en contra también apelan a la efectividad y seguridad de las vacunas. Llama la atención que antes de tomar cualquier medicamento sea posible acceder a un prospecto donde figuran sus componentes y contraindicaciones, pero no pasa lo mismo con las vacunas. No sabemos de qué están hechas ni tampoco conocemos sus efectos secundarios. Esto no quiere decir que no existan o que no figuren en ningún lado, sino simplemente que no accedemos a ellos. Entonces, los argumentos son los mismos que antes, pero ahora en contra: mientras que los defensores afirman que la viruela, por ejemplo, fue erradicada por la vacuna, sus detractores sostienen que la viruela desapareció en la década del 50 cuando los médicos británicos cesaron de aplicar la vacuna porque observaban que la mortalidad era significativamente mayor en aquellos a quienes se la habían aplicado.

Y hay más: para la homeopatía, por ejemplo, los peligros al aplicarse una vacuna son múltiples porque lo que ingresa en el organismo es una cantidad muy grande y activa de patógenos. Lo que le queda al cuerpo para protegerse son los anticuerpos y la defensa del sistema inmunológico, pero si por determinadas razones nuestro cuerpo se encontrara debilitado, cansado, estresado, triste o en formación, ese ataque podría resultar muy nocivo. Prueba de esto son las alergias, las enfermedades autoinmunes, el asma y otras patologías sobre las que no hay publicaciones o existe poca información. En la vereda contraria, los fundamentalistas de la vacunación afirman que estos casos de denuncia siguen siempre un mismo patrón; aparecen casos pavorosos que se adjudican como consecuencia de vacunas, pero las pruebas no son válidas, no alcanzan o se utilizaron metodologías inadecuadas para comprobarlas. Luego se informa a través de estos casos individuales y esto genera miedo y rechazo, lo que debilita la confianza pública hacia la vacuna.

Frente a este panorama, en el medio quedamos nosotras: usuarias, pacientes y padres de niños que se dirimen entre dos posturas aparentemente irreconciliables. ¿Qué hacemos entonces? Antes de tomar cualquier decisión, es fundamental consultar con tu médico de cabecera -ya sea homeópata o clínico- en quien hayas depositado tu confianza, dado que la única forma que tenemos de actuar frente a esto es informándonos para poder elegir con responsabilidad y control, conscientes de los riesgos y los beneficios.