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Las madres que sufren depresión afectan notoriamente a sus hijos

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Los seres humanos somos, en gran medida, el fruto de nuestro entorno. Las personas que se hacen cargo de nosotros durante nuestros primeros años tienen una importancia decisiva en lo que seremos, dejan una impronta indeleble. De ahí que existan ciertos rasgos que diferencian a los hijos de una madre deprimida. Algunos estudios han evidenciado que los cerebros de los hijos de madres con algún trastorno mental presentan diferencias respecto a los demás. La amígdala es más grande, aunque aún no se sabe cuál es la causa neurofisiológica de esto. Tampoco se conoce el alcance de sus consecuencias. Solo se ha visto que es una condición que aparece en niños con deprivación afectiva. La incidencia de una madre deprimida es tan grande, que incluso deja huellas físicas.

Aunque no es lo habitual, es posible que algunas madres sufran una etapa de depresión después de tener a sus bebés. Se trataría de la llamada depresión postparto. Se debe en parte a los cambios hormonales asociados a la maternidad. Sin embargo, en esto también se involucra una especie de actualización del vínculo que cada madre tuvo con sus padres al nacer. Si este no fue positivo, la tristeza tiende a intensificarse. Lo habitual es que la depresión postparto se vaya disipando en un lapso relativamente corto de tiempo. Sin embargo, cuando hay otros problemas asociados, es posible que la tristeza se extienda y se haga más profunda. Surge así el fenómeno de las madres deprimidas como consecuencia del proceso de crianza. Otras madres ya estaban deprimidas antes de la gestación, y esta condición se ve intensificada con el parto.

La depresión materna no solo emerge al momento de tener un hijo. Esta condición puede aparecer en cualquier momento de la vida. Sin embargo, el efecto más decisivo sobre el bienestar del niño tiene lugar durante momentos críticos, como los primeros años de vida o la etapa de la adolescencia. En algunas ocasiones, la madre deprimida les otorga un papel de “bálsamo” a sus hijos. Esto quiere decir que les adjudican un rol dentro de sus problemas: el de ser un consuelo para su tristeza. Los niños se convierten en un oasis de bienestar, en medio de la aridez del mundo afectivo de la madre. Es posible que esto, efectivamente, sea beneficioso para la madre deprimida. Sin embargo, las consecuencias para el niño pueden llegar a ser negativas a largo plazo. De manera inconsciente, el hijo aprende a interpretar un papel que no le corresponde. Aprende a “ser para ella” y no “para sí mismo”. En otras palabras, internaliza las necesidades de su cuidadora y renuncia a su proceso de individuación.

En otras ocasiones, la madre deprimida no percibe a su hijo como un consuelo, sino como una carga. Esto se produce, sobre todo, en embarazos que no hayan sido buscados de forma activa. Estas mujeres pueden tratar de minimizar su presencia en la vida de los niños, así como a limitar sus expresiones de cariño. Evaden al bebé. Tratan de ignorar sus necesidades. Esto genera en el pequeño una sensación de extrañeza y gran dificultad para otorgarle significado a su propia existencia.

La adolescencia es otra de esas etapas sensibles, en donde la presencia de una madre deprimida puede llegar a tener gran impacto. Es frecuente que la depresión del adulto compita con la del hijo, y esto dé lugar a un cúmulo de culpas mutuas. Los resultados de esta interacción pueden volverse impredecibles. Algunos adolescentes convierten el vínculo con su madre deprimida en un campo de batalla. Allí no hay lugar para treguas de ningún tipo. Lo habitual es que esto ocasione una sucesión de heridas por parte de ambos. Es frecuente que en esos dramáticos escenarios todo culmine con distancias exageradas e insalvables por muchos años. También, se da el caso de los hijos que, por inseguridad o excesiva dependencia, terminan aceptando ser culpados por la madre deprimida. Deciden entonces reparar ese dolor insondable que perciben en ella. Así, la dependencia se transforma en simbiosis y se perpetúa en el tiempo. El cordón umbilical se mantiene vigente, incluso hasta la muerte.

Una madre deprimida puede no estar disponible psicológicamente para atender plenamente las necesidades emocionales, y a veces físicas, de sus niños. Así, una de las mejores cosas que pueden hacer por sí mismas y por sus hijos es tratar su depresión profesionalmente. De lo contrario, no solo les será más complicado disfrutar de la maternidad, sino que también corren el riesgo de causarle daños a largo plazo a pequeños.