Las emociones regulan el funcionamiento mental, organizando tanto el pensamiento como la acción. En primer lugar, establecen las metas que nos son prioritarias y nos organizan para llevar a cabo ciertas acciones concretas. Esto convierte a los afectos en motivadores y determinantes de las conductas. Las emociones nos dan señales de qué es importante para nosotros y nos organizan para la acción, mientras que los pensamientos nos dan los medios para llevar a cabo la acción. Los pensamientos son necesarios, además, para el posterior análisis de situación y para poder reafirmar o corregir nuestras valoraciones automáticas. Tienen, también, la función social de comunicar al otro cómo nos sentimos. La integración de emoción y razón nos permitirá una conducta más adaptativa. Es la emoción la que nos dice qué nos está afectando y nos permite establecer metas alcanzables y mejorar la supervivencia. Las emociones tienen una función muy importante en el desarrollo personal ya que sus efectos se traducen en los procesos mentales que alteran nuestras percepciones, razonamientos, lecturas de la realidad, memorizaciones, etc.
Vivimos en un mundo en el cual nos faltan una gran cantidad de herramientas necesarias para manejar las distintas emociones que surgen en el día a día. En niños y adolescentes, la ansiedad, el estrés, la violencia, el consumo de sustancias tóxicas, la depresión y las dificultades en las relaciones nos revelan problemas serios en el manejo de las emociones.
Desarrollar competencias emocionales es una forma de prevención de muchas patologías y disfunciones. Generar recursos y estrategias para detectar y manejar las emociones es algo posible y muy fructífero. Y esto puede realizarse desde la escuela, una institución que tradicionalmente se ha centrado en el desarrollo cognitivo restando importancia al desarrollo emocional. Después de la familia, la escuela es el segundo agente de socialización de los niños; allí se despliegan situaciones complejas a modo de escenarios de preparación para la vida. En este proceso, la intervención del docente, la interacción con los alumnos y la retroalimentación que el docente les da tienen un papel fundamental. Los docentes deben promover una escucha activa, usar metodologías que favorezcan la cooperación, la interacción, la reflexión, el diálogo, la aceptación de diferentes posturas. Hoy debemos tratar de educar también el afecto, capacitar a los niños y a los jóvenes en las destrezas necesarias para el conocimiento y el manejo de las emociones: ayudarlos a alcanzar el control de impulsos, el manejo de la propia ira y la búsqueda de soluciones creativas en situaciones difíciles.
Llevar la alfabetización emocional a las escuelas convierte las emociones y la vida social en temas en sí mismos, en lugar de tratar estas facetas apremiantes en la vida cotidiana del niño como estorbos sin importancia…o relegándolas a ocasionales visitas a la oficina del director. Si pensamos en los altos índices de fracaso escolar, abandono, fobia escolar o estrés frente a las situaciones de evaluación descubrimos -en todos ellos- emociones específicas como el miedo, la ira, la vergüenza, la apatía, la desvalorización de sí mismo. Y todo esto se relaciona con desajustes emocionales. Notemos la siguiente paradoja: mientras cada generación de chicos parece volverse más inteligente, sus capacidades emocionales y sociales parecen estar disminuyendo.
Los objetivos de esta educación emocional deberían ser, en principio, que los chicos puedan reconocer las distintas emociones y, así, manejarlas; que puedan integrar sentimientos y pensamientos para poder expresarlos de manera adecuada y productiva; y que puedan comprender los sentimientos de los otros y desarrollar empatía. La educación emocional no se propone cambiar la razón por la emoción, sino cambiar el modelo tradicional de pensamiento-acción por un nuevo modelo de emoción-pensamiento-acción, que está más en consonancia con la misma naturaleza humana y tiene la finalidad de aumentar el bienestar personal y social. En esta situación, la dimensión del apoyo emocional de los docentes pasa a ser esencial. La enseñanza debe incluir la entrega de herramientas que permitan mejorar las competencias emocionales para afrontar, con el mayor éxito posible, las dificultades con las que el niño se enfrenta ahora y con las que se va a enfrentar en el futuro.
Educar en el campo afectivo y emocional es una tarea necesaria ya que representa, en esencia, una tarea de prevención indispensable para reducir, actuando desde la infancia y adolescencia, trastornos mentales cada vez más frecuentes en la sociedad de nuestro tiempo. El conocimiento emocional de los docentes es el aspecto fundamental para el aprendizaje y el desarrollo de las diferentes competencias emocionales en los alumnos. Los docentes emocionalmente más “inteligentes”, con mayor capacidad de percibir, comprender y regular las propias emociones y las de los demás serán quienes tendrán mayores recursos para dar respuesta a los embates cotidianos de su tarea, a la interacción con colegas, padres y alumnos. Ellos representarán, sin duda, el modelo de docencia que necesitamos y contribuirán de manera ponderable al bienestar actual y futuro de sus alumnos.