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La necesidad de poner límites a nuestros hijos

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Es mas que sabido que no se nace sabiendo ser padre o madre. Es un aprendizaje continuo y permanente, pero es justo allí, en los límites, donde los chicos van probando hasta dónde pueden llegar y cuando sus papás tienen la capacidad de ponerles un freno.

Los padres están muy confundidos respecto al ejercicio de la autoridad. En ese embrollo pasan del miedo de ser autoritarios a la necesidad imperiosa de ponerle límites a los chicos. Los padres inmaduros y con falta de coherencia constituyen el mayor peligro para los chicos. Si un pequeño no tiene límites durante su crecimiento, entonces termina criándose desbordado, siendo  caprichoso y, con las emciones a flor de piel.

Los límites deben ponerse desde un lugar de coherencia, consistencia y claridad. Cuando los papás nombran la llamada “penitencia”, les cuesta mucho porque no lo hacen convencidos de que sea un buen recurso, y eso es porque internamente saben que llegan a esa instancia porque algo previo falló. Un niño que desde pequeño entiende la autoridad paterna y materna internaliza que hay una lógica detrás de cada norma. Es decir que, en cada prohibición, hay un sentido de cuidado. La sanción deber ser enriquecedora.

Un ejemplo claro se da cuando el hermano mayor le pega al menor. La forma de sancionarlo para que no vuelva a suceder es explicarle por qué está mal en primera instancia, haciendo hincapié en que si se repite va a tener una “penitencia”. Todo forma parte del proceso de educación aunque sea difícil. La penitencia o sanción tiene que tener que ver con lo que pasó (en este caso el golpe al hermano) y no con quitarle un momento de juego, deporte o un cumpleaños con los amiguitos que le suman sociabilidad y experiencia.

Lo primero es hablar firme con el chico para hacerle entender que los asuntos no se resuelven pegando y a los golpes y, que tiene que proteger y cuidar a su hermano menor, explicitándole que si el hecho vuelve a repetirse, la penitencia va a tener que ver con el cuidado del hermano o del hogar (tareas domésticas acordes a su edad, por ejemplo). El tema pasa por que hagan algo que tenga un valor social. Quitarles cosas como el deporte (“no vas a football”, “no vas al cumpleaños de tu amigo”, “no jugás a la play por dos días”, ” ahora no vas al campamento que tanto querés”, etc) no los hace crecer, sólo les resta un espacio que los enriquece.

La construcción de la penitencia en un hijo, debe tener que ver con algo que sirva para los demás, de reparación de ese “daño” (por llamarlo de alguna manera) que generó hacia alguien o algo. La desobediencia, la agresión, o el pegarle al otro son aspectos que se dan en un niño, y los papás tienen que hacerle ver que está mal, pero nunca alterados ni con furia. Hay que bajar cambios (para eso somos los adultos) para poder hablar con ellos de manera firme, sino en ese estado es imposible poner límites.

Otro aspecto de suma importancia que nunca puede fallar es el de ser coherente, es decir ver qué aspectos son realmente importantes para la formación del chico, y qué cosas no lo son. Hay comportamientos que un niño va a tener porque forman parte de su desarrollo normal (el ser inquieto, curioso, llorar por algo que quiere, etc, porque busca desafiar la autoridad y, otros con los que tendremos que saber poner límites. Si queremos por ejemplo que un chico no ande insultando todo el tiempo a sus amiguitos, pero nosotros como adultos lo hacemos frente a él con quienes nos rodean y en toda circunstancia, no hay una coherencia y el chico se encuentra con un lío en su cabeza difícil de encauzar.

Por otro lado, como papás se tiene que ser consistente. Eso significa que si un día se le deja pasar algo al hijo, pero al otro lo castiga severamente por algo similar, no hay una línea de lógica por parte del adulto. En el fondo, el chico lo que espera es la seguridad de que el adulto va a reaccionar de la misma manera cuando suceda algo que está mal, en cualquier ámbito. También son importantes los acuerdos familiares:  si la mamá reta al chico por algo que está mal, la abuela o el padre no puede desautorizarla y desacreditarla frente al pequeño. Estas contradicciones sólo desorientan al niño.

Cuando se llega al castigo físico (una palmada en la cola, un tirón del cabello, etc), esto sólo muestra que el adulto es impotente e incapaz en el uso de la palabra, además de tener una gran debilidad, problemas para ejercer la autoridad y descontrol. Si se busca que un hijo pueda tener control de sí mismo y use la palabra cuando esté enojado (en lugar de un golpe), los padres tienen que ser un ejemplo en eso. Los castigos físicos le hacen creer al niño que las cosas se resuelven de esa manera, asimilándolo en la forma de relacionarse con el resto de las personas.

La violencia no educa

“¿Qué ocurre cuando en nombre de la educación de los niños y adolescentes se proponen prácticas de castigo físico o humillaciones verbales?” En general, este tipo de acciones parecen ser altamente efectivas a corto plazo: los chicos dejan de hacer lo que estaban haciendo o cumplen con el mandato de los adultos. Pero el motor de esta respuesta es el temor, o el terror, a recibir el golpe o el insulto por parte de las personas que son sus referentes afectivos o sus seres más queridos. Los niños aprenden principalmente del ejemplo y si se les enseña que los conflictos pueden resolverse a golpes e insultos, probablemente reproduzcan estos patrones violentos de conducta en el futuro.