La invalidación familiar afecta terriblemente la autoestima de los niños

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La invalidación familiar es un proceso que aparece con bastante frecuencia. Se da en esos entornos donde una o varias personas generan un tipo de dinámica insana con las que boicotear la autoestima de los hijos. Se hace uso de la descalificación, de la comunicación pasivo-agresiva, de la manipulación emocional y de un maltrato invisible que deja huella permanente.

Los expertos en terapia familiar sistémica  dicen que todo niño invalidado corre el riesgo de ser en el futuro un adulto invisible. Son personas a las que han hecho creer desde edades tempranas que sus necesidades no son importantes, es más, sus identidades han quedado tan diluidas que ni tan solo han llegado a conformar un sentido auténtico del “yo”. Así, podríamos decir que estamos ante un tema tan serio, como descuidado, por una buena parte de muchos progenitores.

Un simple ejemplo entre hermanos …

Juan tiene 12 años y se pasa el día burlándose, molestando y empujando a su hermano menor, Mateo. Mientras el primero es un chico inquieto y ruidoso, el más chiquito es reservado, introvertido y tímido. Cada vez que Mateo acude entre lágrimas hasta su madre para pedirle ayuda, ésta le responde siempre lo mismo: “Tenés que arreglártelas y aprender a resolver el tema por tu cuenta porque mamá está ocupada y no puedo estar siempre pendiente de tus cosas”. Esta situación que para muchos puede resultar de lo más inocente, esconde varios matices. La invalidación del progenitor en este caso es doble, y las consecuencias bastante serias. La primera, porque la madre no tiene en cuenta las emociones de su hijo menor. La segunda, porque el mensaje que se le da a esta criatura es muy simple y directo: “estoy ocupada, así que estás solo en esto, arreglátelas por tu cuenta”.

Tal y como podemos intuir, una infancia marcada por este tipo de dinámicas invalidantes pueden dejar su marca profunda en la edad adulta.

La invalidación familiar es una forma de negligencia emocional, y por tanto, una de las formas de maltrato sutil con más peligro. Este tipo de interacciones generan conflictos muy graves en la mente infantil.

Pensemos, por ej., en un bebé que casi nunca fue atendido por la noche cada vez que lloraba. Imaginemos ahora a ese mismo niño a los 2 años con una rabieta terrible ante unos padres exasperados porque no saben cómo manejar a dicha criatura. Pocos años después, lo retan porque no sabe aún atarse los zapatos, porque es torpe y llora por todo, porque es lento para vestirse, para comer y para expresarse. Toda esta situación cristalizará en la personalidad del niño de muy diversos modos.

La invalidación familiar genera tarde o temprano la invalidación personal. Si desde el inicio se han pasado por alto las necesidades emocionales del pequeño y se le etiqueta como ese niño que  es un “llorón”, tarde o temprano él mismo acabará invalidándose a sí mismo al interpretar que las emociones son negativas, que es mejor esconderlas, tragáselas a la fuerza. Asimismo, lo que también suele darse en muchos casos es la profecía autocumplida. Si ya desde niños nos repiten que no llegaremos a nada, que eso no es para nosotros, que no somos capaces para ciertas tareas, que no tenemos talento alguno, es muy probable que lo acabemos interiorizando como un mantra venenoso.

Sin embargo, romper el efecto de la invalidación familiar no solo es posible sino necesario. Se puede sobrevivir a ello validándonos a nosotros mismos tal y como merecemos, tal y como otros debieron hacer en su momento.

Las terapias familiares y sistémicas le deben mucho a la teoría de la comunicación humana de Paul Watzlawick. Tanto él como otros expertos del “Mental Research Institute” dieron forma a un enfoque excepcional que fue clave para el futuro terapia familiar y la mejor comprensión de estas complejas dinámicas. Dentro de este marco, por ejemplo se hizo referencia a las técnicas de descalificación, un tipo de comunicación vacía, dañina y en ocasiones hasta agresiva, donde el mensaje que se envía al otro contribuye a invalidarlo y a generar malestar. Algo que han podido comprobar psicólogos y psiquiatras es que el niño que fue descalificado/invalidado en su infancia crea en la edad adulta un diálogo interno basado también en la propia descalificación.

Procesos como la autocrítica, las actitudes limitantes, la indecisión, el sentimiento de culpa, el miedo constante y ese monólogo reiterativo donde no hay ni un gramo de amor propio contribuye a perpetuar la descalificación, casi como un fuego amigo con el que cada vez más nos destruirnos y nos terminamos volviendo autodestructivos.

No vale la pena. Si ya en el pasado fueron otros los que con su estilo de crianza, educación y de comunicación conformaron toda esa serie de oquedades en nuestra identidad y autoestima, no seamos herederos de esa dinámica, no seamos nuestros propios enemigos. Validarnos a nosotros mismos es posible, pero para ello, hay que cambiar el diálogo interno. Debemos hablarnos con respeto y amabilidad, tratarnos como seres valiosos, personas que tienen mucho por delante aún.

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