Es en los momentos complicados cuando más agradecemos el apoyo sincero y cercano de los nuestros. Sin embargo, hay veces en que la familia lejos de prestar ayuda, nos hunde mucho más con su actitud fría o con sus críticas. Cuando la familia no ayuda en momentos difíciles solo cabe una salida, aceptar su decisión. Ahora bien, algo que suele suceder es que, además de no prestar apoyo, algunos de esos miembros cercanos tienden a intensificar aún más el sufrimiento, emitiendo juicios y críticas. De ese modo, merman aún más nuestros recursos psicológicos a la hora de afrontar esas dificultades personales.
Ese microuniverso llamado familia que nos viene dado a la fuerza cuando venimos al mundo, siempre presenta unas particularidades propias. Tanto es así que casi nunca hay dos iguales y, en ocasiones, hasta actúan contranatura. Es decir que, lejos de favorecer la seguridad y la felicidad y de nutrir a los suyos en valías, recortan potenciales y originan heridas. Marcas que, además, podemos arrastrar a lo largo de todo nuestro ciclo vital. Así, si hay algo que como adultos sabemos bien, es que el propio hecho de madurar requiere cortar ese cordón umbilical de la unidad familiar para realizarnos. Lo hacemos para ejercer nuestra libertad y crear una vida a golpe de decisiones propias, de caminos tomados en solitario y con decisión. Sin embargo, a veces ocurre: caemos y fallamos.
Hay momentos en que nos llega la adversidad en alguna de sus formas y, entonces, siempre agradecemos la comprensión y cercanía de los nuestros. Sin embargo, hay familias que, en lugar de apoyar, pueden hundirnos aún más. Lo hacen con su desánimo, con la proyección de la culpa, con la infravaloración e incluso con la frialdad emocional.
Suele decirse que las personas somos rehenes de nuestras familias. Lo que vivimos cada día con esos miembros forma parte de nuestro equipaje emocional y psicológico, ya sea para bien o para mal. A veces, ni tener un lugar propio limita esta influencia. Esos padres, esas madres, hermanos o tíos siguen, en muchos casos, teniendo una clara ascendencia sobre nosotros. De esta manera, es común que muchas personas acudan a terapia psicológica porque arrastran conflictos no resueltos, así como las heridas de unas familias disfuncionales en las que son comunes los reproches, las vulneraciones, las críticas y las desavenencias.
Las principales responsabilidades de una familia son la tolerancia, el compromiso y el apoyo. Cuando estas dimensiones fallan, todo se derrumba. En momentos de dificultad más que ayuda, necesitamos sentirnos acompañados. Cuando afrontamos una dificultad, no siempre necesitamos que quienes nos rodean resuelvan nuestros problemas. La adversidad no se resuelve en todos los casos con dinero o con recursos materiales. Tanto es así que el denominador común que impera es el agradecimiento por la compañía. El tipo de soporte que más beneficios psicológicos aporta a las personas es el que no se ve. Es decir, valoramos el amor de los nuestros, nos reconforta sentir que se nos valoran, comprenden y amparan. Es el apego sincero de los nuestros el que más bienestar genera. Por lo tanto, cuando la familia no ayuda y, además, nos da la espalda dejándonos en ese vacío afectivo y comprensivo, el dolor es muy intenso.
En ocasiones, puede darse otro tipo de situación igualmente dañina. Así como hay familias que pueden dejar a los suyos en el abandono, negándoles el apoyo y la cercanía, hay quien sí da el paso y opta por ayudar, pero en realidad lo hace mal. Son quienes despliegan una serie de actuaciones y recursos que tienden a intensificar aún más el sufrimiento. Algo que debemos saber es que prestar ayuda, en realidad, es un arte que no todos saben desempeñar y, a veces, es mejor no hacer nada que hacerlo de manera equívoca. La efectividad en cuanto a saber qué hacer, qué decir y qué no decir requiere de unas habilidades que no todo el mundo dispone. Y, a veces, en el seno familiar pueden darse situaciones donde uno acabe más hundido por parte de unos padres o hermanos que creen estar haciendo lo mejor.
En nuestra cultura, la familia es poco más que una institución, un icono casi sagrado que todo lo trasciende. Sin embargo, es en este escenario, a menudo sobrevalorado, en el que se originan la mayor parte de los conflictos, desavenencias, decepciones y traumas. ¿Qué podemos hacer entonces si la familia no ayuda? De algún modo, la experiencia ya nos dice quién sí y quién no. Cada uno trae consigo su recorrido vivido y hay que ser inteligente a la hora de solicitar apoyo. A veces, encontramos ese soporte valioso en otras personas con quienes no compartimos código genético. Siempre será mejor no contar con la ayuda de alguien a contar con una cercanía claramente patológica. En momentos de necesidad y dificultad hay que seguir manteniendo una adecuada claridad de miras para saber sobre qué hombro es mejor recostarnos.
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