Poder compañar el crecimiento de nuestros hijos desde la empatía, la comprensión y el cariño pero con firmeza, no siempre resulta ser un tema sencillo. Por el contrario, es algo delicado, que requiere de paciencia, tolerancia pero también de una transmisión clara de límites.
Cuando los límites son puestos desde que son bien chiquitos, cuando ellos crezcan terminarán convirtiéndose en adultos seguros, autónomos, capaces de resolver conflictos y de tolerar frustraciones. Pero, por más que la teoría la sepamos de memoria y nos la vivamos repitiendo una y otra vez, llevar el asunto a la práctica resulta dificultoso y a veces inviable. Encontrar un modelo más equilibrado, en el cual se tengan en cuenta sus deseos y elecciones y, al mismo tiempo, no los dejemos hacer solo lo que ellos quieren, a los padres les cuesta mucho.
No son pocos los especialistas que sostienen que, como generación de padres, padecemos de un exceso de permisividad y nos falta una cuota de firmeza para establecer reglas claras y concisas. No lo vemos en el transcurso de la crianza, pero a la larga, mantenernos en esta postura termina por debilitar a nuestros hijos. Entonces, el gran desafío es poder poner límites claros pero en forma amorosa, que les permita a los chicos sentirse seguros pero a la vez comprendidos y, sobre todo, que nos permita a todos pasarla bien cuando estamos juntos en casa.
La empatía es el recurso de crianza más novedoso. El primer paso es ejercitar el “te comprendo”, que es, básicamente, entender lo que nuestro hijo está sintiendo y poner en palabras lo que expresa con su cuerpo, ya sea llanto, pataleta, susto o cansancio; recién cuando crezcan y sean más autónomos podrán hacerlo solos. Podés decirle: “Estás cansado y tenés sueño, por eso estás molesto”. Una vez que entraste en contacto con él, vas a ver que tu hijo te mira a los ojos porque se siente escuchado. Ahí es hora de avanzar con la segunda parte: “Ahora te digo lo que está mal”. La explicación tiene que ser cortita, no es para convencerlos, es para informarlos. Acá puede pasar que tu hijo se enoje, que trate de provocarte y que incluso te diga cosas hirientes: “Sos mala”, “sos la peor del mundo”. Hay que prepararse para aguantar esos desplantes. En estos momentos, es importante no engancharse y sostener y mantener claramente el límite: “Está bien que te enojes, pero yo soy tu mamá/papá y voy a hacer siempre lo que me parece que es lo mejor para vos”. Ahí le estamos permitiendo su enojo, pero sin enojarnos nosotros.
Cuando nuestros hijos son chicos, el límite se fija por repetición y requiere más nuestra firmeza; si le decís a tu hijo: “Andá a bañarte” y no va, lo llevás a la bañadera. De a poco, él aprenderá que todos los días hay que bañarse. Pero cuando los chicos ya tienen formada una conciencia moral (a partir de los 5 o 6 años), ya entienden qué está bien y qué está mal. Ahí podés usar “el sistema de las consecuencias”; decir las cosas una vez y luego anunciar la consecuencia si no lo hace. “El que no está bañado a la hora de sentarse a la mesa se queda sin helado”. Pero para que el sistema funcione es imprescindible que, una vez que las decimos, las hagamos cumplir. Así tus hijos sabrán que lo que decís va en serio. Por eso, más vale no apurarse a decirlas y elegir bien las batallas que queremos pelear.
Algunos tips que funcionan son:
- Que sirvan como advertencia: hay una diferencia muy importante entre las consecuencias y los castigos o penitencias. Y es que las consecuencias las tenés que decir antes de que sucedan las cosas, no después.
- Que se puedan cumplir: buscá que no sean cosas arbitrarias sino todo lo contrario, tienen que ser posibles, inmediatas (ahora, hoy o mañana, no “el fin de semana”), cortas (si es demasiado larga, se vuelve difícil de sostener), reparadoras (cuando cometemos un error, nos hace bien reparar el daño hecho).
- Que sean proporcionados con lo que pasó: lo ideal es que resulten respetuosas y valiosas para aprender. Por ejemplo, ayudar a lavar el auto puede servir para compensar un suéter perdido o hacerle un dibujo a papá puede remediar haberle contestado mal.
- Establecer un sistema de consecuencias: les da a los chicos la libertad de elegir entre hacer lo que les pediste o no hacerlo y enfrentar la consecuencia. Y a nosotras nos da la posibilidad de ir inventando a partir de lo que no funcionó: siempre podés decir: “A partir de ahora vamos a hacer tal cosa”. En ese caso, si vemos que ellos no pueden autolimitarse, tenemos que volver a ocuparnos nosotras de establecer hasta dónde llegar. Este “retroceso” pasa también en la preadolescencia, cuando buscan diferenciarse del mundo adulto a propósito. De todas formas, ningún ser humano es perfecto y ser padres requiere de un constante “”prueba, ensayo y error” hasta encontrar la estrategia que mejor funciona, para ellos y para nosotros.