La pregunta que hoy surge en nuestra sociedad no parece tener una simple respuesta: ¿Qué está sucediendo entre los adolescentes que están perdiendo criterio a la hora de elegir lo que ingieren? ¿ Qué pudo haber pasado en sus vidas ANTES, que llegada la adolescencia no son capaces de decir “no” frente a sustancias que les hace tan mal ? ¿Será falta de información , falta de contención, falta de comunicación con los padres y/o adultos a cargo ? Es muy probable que así sea.
Durante la adolescencia, lo que no nos resulta extraño, es saber que los chicos no quieren escuchar a los adultos cuando cuando hablamos de riesgos porque en esta etapa de “crisis”, el concepto de “muerte” es casi inconcebible. Los jóvenes se creen todopoderosos, omnipotentes y hasta están convencidos de que a ellos nada puede sucederles (aún cuando a su alrededor, puedan observar a otros jóvenes que “caen como moscas”, que terminan internados, accidentados, al borde de la muerte (y otros tantos sin esta “suerte”). ¿ Realmente hay una carencia de criterio? ¿ Perderán esta capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo al entrar en la adolescencia ? Quizás, no los ayudamos a adquirirlo o tal vez lo perdieron con el bombardeo permanente de mensajes de afuera de casa que dicen algo diferente de lo que nosotros les mostramos o dijimos.
Es claro que la prevención del uso de sustancias adictivas tiene que empezar mucho antes de la adolescencia, mientras nuestra palabra de adultos es para los chicos “palabra santa”, mientras somos su modelo de identificación, su modelo a seguir. Esto no desaparece en la adolescencia, pero va a parar al fondo de sus mentes, hasta el punto de que ni ellos mismos se dan cuenta de que nos siguen mirando, pidiendo y valorando nuestros puntos de vista y opiniones. Por eso, aunque nuestros adolescentes pongan cara de estar hartos y hastiados, nosotros no debemos dejar de dar nuestra opinión, tratando de hacerlo sin perder la serenidad y, no desde nuestro miedo ni con amenazas cataclísmicas o fatalidades. Somos más grandes, tenemos más experiencia, sabemos más, aunque la sociedad y nuestros hijso quieran hacernos creer lo contrario.
Nuestro primer objetivo es que desde chiquitos fortalezcan su persona y sus recursos personales hasta tener un yo fuerte, resiliente, que se incline ante los vendavales sin quebrarse, que enfrente las dificultades sin hacer uso de atajos, porque, como dice el dicho “si el atajo fuera bueno, no existiría el camino”. Hablamos de un camino largo y seguro que les permita desde la infancia aprender a esperar, a frustrarse, a esforzarse, a postergar el placer, a sentir, tolerar y procesar angustias, enojos, desilusiones y tristezas, de modo que puedan aceptar esos estados emocionales, que aprendan a hablar de lo que les pasa, a pedir ayuda o simplemente compañía, sin negar, sin echarle la culpa a otro, y sin buscar salir de esos estados emocionales incómodos lo más rápido posible, por ejemplo poniéndose en movimiento o ingiriendo o haciendo algo que alivie su dolor. Hay que acompañar a nuestros hijos y ayudarlos a poner en palabras lo que les pasa haciendo uso de algunas de los miles de oportunidades que nos ofrece la vida.
Además, el modelo que presentamos los padres a nuestros hijos en la infancia es muy importante: padres que podemos (o por lo menos intentamos) procesar las cosas que nos pasan sin tomar atajos (pastillas, exceso de comida, café, trabajo, compras compulsivas) y que a partir de allí estamos dispuestos a acompañar a nuestros hijos en una amplia gama de emociones dolorosas (aunque son tanto más fáciles de acompañar las que no duelen…). Padres que estamos dispuestos también a poner límites adecuados para la edad de cada hijo, entendiendo el valor de nuestros “no” para el fortalecimiento de sus personitas en crecimiento. Padres que los acompañamos desde bebés para regularse y enfrentar e intentar resolver las dificultades en lugar de ayudarlos a evitarlas (podríamos hacer esto último distrayéndolos, cediendo a sus requerimientos, sobreprotegiéndolos, tratando de convencerlos de que lo que sienten es equivocado, etc.).
Para el fortalecimiento de los chicos, es muy importante poder contar con esos padres que van internalizando y que desde adentro empiezan a decirles “no es bueno para vos”, “no quiero que lo hagas”, y que, a su vez, mantienen una presencia atenta (vigilia) en el largo camino del fortalecimiento desde la infancia hasta la plena adultez de nuestros hijos.