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Hoy en día, tanto los papás como los docentes y educadores suelen sentir culpa y temor al educar a las generaciones futuras. Las razones suelen ser varias y variadas pero lo que realmente importa saber es que, lejos de lograr criar chicos más seguros, alegres, libres y felices, se termina por educar a niños que no logran tolerar ni pueden enfrentar frustraciones.

Como adultos responsables, debemos educar para que los más chicos sean libres y responsables, para que tomen la vida en sus manos, para que no sean recursos humanos, para que desarrollen su originalidad y diferencia en el mundo. Educar para un proyecto de vida, para ser solidarios, humanos, para ser personas y no mascotas. Educar para poder cambiar la sociedad en la que vivimos y no para meramente adaptarse a las demandas de la sociedad.

Una parte importante en materia de educación radica en dejar que nuestros hijos experimenten la frustración, que se angustien ante una negativa. En la actualidad, los padres se paralizan por el miedo que sienten a que sus hijos salgan frustrados. Si nos remontamos a las generaciones pasadas, nuestros abuelos educaron sin culpa a nuestros padres, y en un contexto de pobreza, se crecía sabiendo que no se podía lograr ni obtener todo, se disfrutaba lo poco que se llegaba a tener. Era una educación sin culpa, porque la autoestima del padre no se nutría de su hijo. No esperaba ser popular. Eso daba libertad al educar, confianza, seguridad. Hoy en día los padres se nutren afectivamente de sus hijos, y no quieren que sus hijos sufran lo que ellos sufrieron. Son víctimas del determinismo psicológico. Esto ha congelado a los padres a la hora de educar. No se puede educar sin afectar emocionalmente. Y los padres culpógenos tienen miedo de afectar a sus hijos mientras intentan educar, con lo cual no educan. Además, están tan estresados que no tienen (o no se hacen) tiempo para educar. No se puede educar descansado, y los padres de hoy quieren educar sin cansarse, lo cual es imposible.

Hay investigaciones que demuestran que alumnos con bajo rendimiento tienen la percepción de que sus padres están siempre cansados, siempre estresados. No estamos dando una imagen de que es bueno crecer, porque el adulto de hoy, estresado, cansado, medicado, no puede sostener los dolores propios menos, los de sus hijos. No invitamos a que nuestros hijos crezcan, cuando estamos todo el día o toda la semana cansados. Debemos recuperar el entusiasmo por la tarea maravillosa de educar con alegría.

Un papá que siempre dice que si a todo, (por la culpa), deja a su hijo vulnerable y frágil, porque la vida le va a decir que no muchas veces y debe poder hospedar ese dolor. Si evito que sufra, evito que crezca, si lo exonero de esa vivencia que da dolor, entonces exonero de las vivencias de felicidad. El consumismo psi que reina, genera que los padres quieran ser los mejores padres posibles, y claudican de su libertad, de su entusiasmo por vivir. Todo lo hacen por los niños, quedando ellos condenados y muchas veces sacrificando hasta la vida de pareja. El intento de querer ser el mejor padre posible es neurótico en sí mismo. Debemos asumir que la vida es un límite, este padre es un límite, esta mamá es un límite, y esta maestra es un límite, no se puede hacer todo. Educar implica reconocer que los padres somos imperfectos.

Estamos en una época en la que todo es consultar, y en la que se ha tercerizado la educación. Los expertos son, o deberían ser, el padre y la madre. Son las personas que, siempre en términos de una relación sana, mejor conocen en qué es bueno su hijo y en qué no. Antes, la primera instancia socializadora era la familia, que educaba en valores. Ahora, la primera instancia social es la escuela, son los maestros los primeros que “frustran” al niño. Por eso se estresan también, porque son los “malos” de la historia. Antes, el chico entraba educado al aula, ahora lo tienen que educar mientras dan clase.

Ser el padre implica decir que sí, pero también muchos , sobretodo para formar en los hijos la autorregulación emocional. El problema es que los padres culpógenos no lo pueden sostener, porque todo lo explican con un exceso de psicologismo. Todo esto alimenta la culpa y engendra niños hiperactivos, agresivos, sin paciencia, que no saben esperar, que viven presos del deseo.

La función primordial e irrenunciable de los padres debe ser el contagiarle a sus hijos las ganas de vivir. Darle al hijo la bienvenida al mundo. Para eso es clave que la madre pueda soltar y darle el lugar a la función del padre. La psicología se ha centrado en la madre, pero el padre, o mejor dicho, la función parental, más allá de quién la ejerza, es clave. Es quien dice que no, quien frustra sin culpa. Ese amor que sobreprotege es lo que termina anulando al niño, sobreproteger es desproteger. El gran problema actual es que los padres, al educar con culpa, no preparamos a los hijos para el mundo. Luego, entran en las empresas y los jefes los miman con compensaciones y bonos, porque el nene de 28 años espera que el jefe actué igual que su papá, que cada vez que le demanda algo, se lo da. Esto genera una sociedad frágil y vulnerable, ya que cuando la vida frustra, cuenta con pocas herramientas para sostener sus dolores.

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