Los niños que, comunmente, denominamos “difíciles” suelen ser chiquitos/as que tienen dificultades para calmarse. Hay que distinguir entre conductas problemáticas o conductas que son totalmente normales. Por ejemplo, un niño que llora al quedarse en el jardín y se separa de su mamá es una criatura totalmente normal y sana, que expresa sus emociones de miedo o inseguridad con los recursos que tiene a su alcance. Y a esa edad, el principal recurso es el llanto. También hay que tener en cuenta la relación con sus papás. No está de más preguntarse: ¿estoy pasando tiempo con mi hijo? ¿Soy constante con las normas básicas y flexibles con lo que no es importante? ¿Le demuestro todos los días cuánto lo quiero?
El aprendizaje no es un proceso lineal. Tiene avances y retrocesos, y más cuando se están produciendo cambios importantes como aprender a hablar o andar. Habrá etapas en las que la inseguridad puede llevar al niño a exigir mayor atención, otras en las que esté más sensible o días en los que su afán por explorar lo lleve a “hacerse el sordo” cuando le hables.
Si tienen entre 1 y 2 años de edad, es pronto para hablar de hiperactividad. Lo que sí está claro es que hay nenes muy sensibles a los estímulos. Por ejemplo, hay algunos que en situaciones como una reunión familiar o simplemente con el juego se sobreexcitan y no saben tranquilizarse solos. Estos niños necesitan a sus padres para calmarse, ya sea apartándolos un momento, tomándolos en brazos, lo que mejor funcione. No se trata de evitar las situaciones “conflictivas o complicadas”, tan sólo hay que tener en cuenta el carácter del nene y exponerlo a esas situaciones con cautela. Por ejemplo, para un niño sensible al ruido y las multitudes, una larga sesión de compras no es aconsejable, como tampoco es lógico pretender que se duerma inmediatamente después de una movida tarde de juegos. Hay que conocer bien a tu hijo para saber cómo evitar las situaciones de “riesgo”.
Entre el 1er y 2do año de vida la capacidad de jugar solos es muy limitada. Todavía no tienen interiorizada su relación con los objetos y requieren estar cerca de papá y mama para todo, también para jugar (se ha demostrado que, cuando los padres abandonan la habitación, los niños dejan de jugar), pero eso no quiere decir que haya que estar entreteniéndolos todo el tiempo. Actividades cotidianas como hacer la cena les resultan muy divertidas, sobre todo si les hablas y les vas narrando todo lo que haces.
La agresividad forma parte de la naturaleza humana, pero a través de la educación los niños aprenden a socializar sus emociones. A estas edades, cuando quieren algo, lo quieren ya, y es pronto para que entiendan que no todo es suyo y que cuando pegan o muerden están haciendo daño. Si estos comportamientos son esporádicos no hay que preocuparse, simplemente decirle que eso no se hace (si no nos hace caso, podemos intentar distraerlo con otra actividad o bien apártalo del juego un ratito). Pero si el pegar y morder forma parte habitual de su comportamiento, debes preguntarte qué está ocurriendo y buscar la ayuda de un psicólogo infantil.
A partir de los 20 meses ya los chiquitos/as han comenzado a hablar, a comunicarse con algunas palabras y/o expresiones pero, la realidad es que, su principal herramienta de comunicación es, todavía, el llanto. Es norma que lo utilicen para expresar sus miedos, su incomodidad… Además, empiezan a tener criterio propio, que muchas veces no coincide con el de los padres: han dejado de ser esos bebés a los que se los puede bañar cuando una quiere. Por otra parte, es pronto para que entiendan que si no dejan de llorar no conseguirán lo que quieren. Los mecanismos de control de las emociones no se han desarrollado, por lo que hay que ayudarlos a calmarse.
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