Cuando un niño recibe regalos materiales por parte de sus padres y/o tutores o adultos, puede terminar en un síndrome. Se lo suele denominar “El síndrome del niño hiper – regalado”. Consiste en conceder, de forma excesiva, regalos materiales a los niños. Por lo general, se trata de objetos que no necesitan y que podría decirse, están “de más” ya que no contribuyen a su desarrollo, a su crecimiento.
La realidad es que ya se trata de un fenómeno social. Algunos padres pretenden compensar su ausencia en el hogar con obsequios. Este es un error muy común en la sociedad del siglo XXI. Muchos papás y mamás no son conscientes de las consecuencias que esto trae, de lo que están creando y acentuando en sus propios hijos. Desde el punto de la psicología infantil, promueve una serie de conductas perjudiciales. Sin embargo, detectado a tiempo, puede ser corregido.
Al acercarse fechas especiales como los cumpleaños, la navidad y otras celebraciones, este síndrome se hace más notorio ya que que los estímulos publicitarios son más directos y ocurren en mayor cantidad. En otras palabras, el “bombardeo” publicitario de juguetes resulta la principal causa de encaprichamiento. Ante la publicidad, los niños pueden llegar a considerar que su felicidad está en la obtención de todo aquello que ven. La novedad y la manera en que se vende el producto les resulta tan llamativa que, de una forma u otra, creen que necesitan poseerlo todo.
Al dar regalos a un niño en demasía, no promovemos los valores más adecuados. Al contrario, les damos el mensaje de que lo que vale la pena es tener el objeto y nada más. Así, nuestros hijos se acostumbran a tener mucho de todo y a no darle valor a lo que ya poseen. De hecho, una vez que llegan a hacerse con algo, lo olvidan porque ya comienzan a pensar en su siguiente capricho.
Para evitar que esto ocurra es necesario comenzar por lo básico: medir la cantidad de obsequios materiales que damos a nuestros hijos. A su vez, será necesario invertir tiempo de calidad para jugar con ellos y enseñarles a valorar aspectos que van más allá del objeto. Hay que promover un entorno en donde lo más importante sea el afecto. Y, siempre hay que dar el ejemplo, nunca manejar una doble moral en el hogar. De nada sirve que les digamos que hay que valorar menos los objetos si nosotros, como padres o tutores, vamos a hacer lo contrario.
Los niños necesitan jugar y divertirse, pero su recreación no debe estar limitada a un juguete; pueden colorear o hacer manualidades, dejar volar su imaginación, compartir con amigos o familiares de su edad. Es por eso que es más importante compartir tiempo de ocio de calidad, con o sin juguetes, para que valore más la acción que el objeto en sí. Por otra parte, es necesario hacerles ver que las cosas materiales no lo son todo en la vida. Si bien hay algunas necesarias, ninguna es el centro de nuestras vidas. Por supuesto, esto hay que enseñarlo tanto con palabras como con acciones, en diferentes momentos e incluso, de formas muy sutiles. Así, conseguiremos que el mensaje llegue.
Hay que hacerles notar que existen muchos chicos en el mundo que son felices incluso con mucho menos que ellos. No se trata de manipularlos, sino de acercarlos a otras realidades para que puedan realizar un contraste por sí mismos y se animen a “imitar” a esos niños que saben divertirse, independientemente de las posesiones materiales. Si tenemos la oportunidad, es mejor que les brindemos una experiencia tanto recreativa como educativa; como un campamento o plan vacacional que una larga lista de juguetes que luego ni siquiera recordarán. Las experiencias y el contacto humano les dejarán una satisfacción mucho más grande a largo plazo.
Adicionalmente, una vez que tengan la suficiente edad para comprenderlo, hay que hacerles saber que los objetos materiales implican un costo y que, no siempre es posible obtenerlo todo. En este sentido, será necesario comenzar con una “educación financiera.”
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