Gritarles a nuestros hijos nunca es la mejor opción para educarlos. Los gritos son también una forma de violencia que puede causar daños a largo plazo en la personalidad y el cerebro infantil. Los gritos evidencian la pérdida de control en la situación. Son la expresión de la pérdida de control y como tal, aparecen cuando deseamos ser escuchados e imponer nuestros pensamientos.
Al gritar a los niños les provocamos miedo, frustración y tristeza. Sin embargo, más allá de esas emociones transitorias, podríamos afectar gravemente la psiquis infantil. Subir la voz para que nuestros hijos nos escuchen les transmite un mensaje alto y claro: “no son lo suficientemente buenos para hacer las cosas bien, como lo espero!”. La falta de paciencia y tolerancia podría hacerles sentir que no están a la altura de nuestras expectativas, dañando así su autoestima. Por otra parte, algunas investigaciones han sugerido que el abuso verbal podría ser la causa de problemas psicológicos en la edad adulta. De hecho, se han asociado los gritos a depresión y ansiedad e incluso, acciones autodestructivas como el abuso del alcohol y las drogas o actividades sexuales de riesgo.
Los padres somos el espejo en el que se miran los niños. Si nosotros no sabemos gestionar nuestras emociones, ¿cómo podemos pretender que ellos sí lo sepan? Al perder el control, les enseñamos a comportarse como nosotros. Al gritar, les mostramos que ese es el camino para conseguir lo que desean. ¿Por qué en lugar de gritar no conversamos? ¿Por qué no les enseñamos a los niños a manejar sus frustraciones de una manera positiva? Demos el ejemplo para que ellos el día de mañana sean adultos seguros de sí, empáticos y respetuosos de los demás.
El estrés que vivencian los niños frente a la exposición a continuos gritos podría acarrearles enfermedades crónicas causas por la descarga endocrina generada por el nerviosismo a los que están siendo sometidos. Entre los posibles problemas físicos encontramos:
Conclusión
Si deseamos que nuestros hijos se conviertan en adultos felices, emocionalmente empáticos, resilientes y sanos, es necesario que aprendamos nosotros a gestionar nuestras emociones primero. Gritar a los niños no es la solución a nuestros problemas, ni logrará que los niños aprendan o se vistan más rápido. Lo mejor es probar el tratar con técnicas de educación respetuosa y positiva. Y, cuando sintamos que nos encontramos a punto de estallar, lo mejor es alejarnos, respirar profundo y buscar recuperar la calma. Nunca debemos olvidar que los padres son el espejo en el cual ellos de miran y reflejan, y que la valoración que ellos tendrán de sí mismos depende, en gran medida, de nosotros.
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