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Gritarles a los chicos siempre trae consecuencias negativas

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Gritarles a nuestros hijos nunca es la mejor opción para educarlos. Los gritos son también una forma de violencia que puede causar daños a largo plazo en la personalidad y el cerebro infantil. Los gritos evidencian la pérdida de control en la situación. Son la expresión de la pérdida de control y como tal, aparecen cuando deseamos ser escuchados e imponer nuestros pensamientos.

Cuando comenzamos a levantar la voz, se activa el sistema límbico del niño. El mismo es el responsable de la respuesta instintiva “lucha o huída”. Así, al gritar a los niños en lugar de conseguir que nos escuchen y presten atención, terminamos obteniendo el efecto contrario, causando que ellos griten a su vez o en su defecto, escapen encerrándose en sí mismos. Además, gritar no nos hace sentir bien, ni para nosotros mismos, ni para nuestros hijos. Por más que pueda sentirse como una “liberación” o descarga, esto no es así. Y, en los más pequeños , los gritos traen consecuencias nocivas para su equilibrio y bienestar emocional.

Los gritos causarían:

  • Depresión y baja autoestima

Al gritar a los niños les provocamos miedo, frustración y tristeza. Sin embargo, más allá de esas emociones transitorias, podríamos afectar gravemente la psiquis infantil. Subir la voz para que nuestros hijos nos  escuchen les transmite un mensaje alto y claro: “no son lo suficientemente buenos para hacer las cosas bien, como lo espero!”. La falta de paciencia y tolerancia podría hacerles sentir que no están a la altura de nuestras expectativas, dañando así su autoestima. Por otra parte, algunas investigaciones han sugerido que el abuso verbal podría ser la causa de problemas psicológicos en la edad adulta. De hecho, se han asociado los gritos a depresión y ansiedad e incluso, acciones autodestructivas como el abuso del alcohol y las drogas o actividades sexuales de riesgo.

  • Que se agraven los problemas de comportamiento

Lejos de solucionar los conflictos, los gritos empeoran la situación. En muchos casos, lejos de arreglar un problema, levantarle la voz a los chicos hijos puede empeorarlo, aumentando su rebeldía y, llegando incluso a ponerse en peligro. Ciertas investigaciones demostraron que los chicos mayores de 13 años que habían vivido situaciones de estrés debido a los gritos de sus padres aumentaron las conductas negativas en el mediano plazo.
  • Cambios en el cerebro infantil

Gritar a los niños podría perjudicar su desarrollo cerebral y emocional. La exposición temprana y continuada al estrés que generan los gritos podría cambiar la manera en la que el cerebro procesa la información recibida a través del lenguaje. Podría llegar a cambiar la manera en la que el cerebro infantil se desarrolla, procesando la información y los eventos negativos de manera más exhaustiva y rápida que la positiva.
  •  Enseñarles una forma errónea de lidiar con lo que les sucede

Los padres somos el espejo en el que se miran los niños. Si nosotros no sabemos gestionar nuestras emociones, ¿cómo podemos pretender que ellos sí lo sepan? Al perder el control, les enseñamos a comportarse como nosotros. Al gritar, les mostramos que ese es el camino para conseguir lo que desean. ¿Por qué en lugar de gritar no conversamos? ¿Por qué no les enseñamos a los niños a manejar sus frustraciones de una manera positiva? Demos el ejemplo para que ellos el día de mañana sean adultos seguros de sí, empáticos y respetuosos de los demás.

  • Problemas en la salud física de los chicos

El estrés que vivencian los niños frente a la exposición a continuos gritos podría acarrearles enfermedades crónicas causas por la descarga endocrina generada por el nerviosismo a los que están siendo sometidos. Entre los posibles problemas físicos encontramos:

  • Artritis
  • Migraña o fuertes dolores de cabeza
  • Problemas de espalda y cuello
  • Otros dolores crónicos.

Conclusión

Si deseamos que nuestros hijos se conviertan en adultos felices, emocionalmente empáticos, resilientes y sanos, es necesario que aprendamos nosotros a gestionar nuestras emociones primero. Gritar a los niños no es la solución a nuestros problemas, ni logrará que los niños aprendan o se vistan más rápido. Lo mejor es probar el tratar con técnicas de educación respetuosa y positiva. Y, cuando sintamos que nos encontramos a punto de estallar, lo mejor es alejarnos, respirar profundo y buscar recuperar la calma. Nunca debemos olvidar que los padres son el espejo en el cual ellos de miran y reflejan, y que la valoración que ellos tendrán de sí mismos depende, en gran medida, de nosotros.