Reducir el impacto del divorcio en los más pequeños es quizás la medida más importante a adoptar cuando enfrentamos un proceso de estas características. Así, las medidas preventivas dependerán, en buena medida, de la edad del los hijos.
Cuando se produce una ruptura de pareja, pueden salir a la luz muchas emociones, como ira, miedo, decepción o rencor. Así, los padres que se mantienen constantemente en «zona de guerra», es decir, en discusiones, disputas y peleas, convierten a sus hijos en víctimas directas. Como papás, debemos protegerlos, reducir el impacto del divorcio en los menores. ¿Cuáles son las consecuencias si colocamos a los niños en medio? En muchas ocasiones, la ruptura de pareja, y por lo tanto de la estructura familiar, supone un conflicto. Cualquier conflicto contiene tanto una posibilidad como un peligro. Si bien el cambio no es necesariamente positivo, aparece la posibilidad de resolver la situación de forma constructiva. Todo dependerá de la forma en que afrontemos dicha crisis vital y el modo en que ordenemos nuestras prioridades. Cuando los intereses económicos o las venganzas sentimentales toman la palabra, el sufrimiento de todos los miembros se convierte en el protagonista. Para evitarlo, el afecto y las necesidades de los hijos deben mantener un peso importante en la ecuación de decisiones.
Es importante conocer las reacciones emocionales de los menores según su momento evolutivo, ya que esto nos permitirá entender su conducta y ayudarles en el afrontamiento del conflicto. Si el menor se encuentra en edad temprana, niños hasta los 6 años, su memoria principalmente es de carácter emocional. Presentan una baja comprensión del porqué complejo de determinados acontecimientos, lo que en ocasiones supone que hagan atribuciones erróneas. Así, pueden llegar a sentirse culpables del divorcio. Por ejemplo, si el niño se ha portado mal en casa y lo retaron, puede asumir que sus padres se han divorciado porque él se ha portado mal. En este sentido, y debido al déficit en el manejo de sus emociones, crean interpretaciones erróneas. Los niños fantasean con la reconciliación de sus padres, desarrollan historias en su imaginación para dar sentido a lo que les rodea, presentan miedos propios de la edad y hacen muchas preguntas.
Organizar rutinas de vida estables y resolver sus dudas con un lenguaje adaptado ayudarán a que su nivel de preocupación descienda. En el caso de que el pequeño adopte conductas regresivas, no hay que regañarle. Por ejemplo, si se hace pis en la cama o quiere dormir acompañado, es recomendable promover su autonomía, ayudándolo a que exprese el malestar emocional y poniendo límites cuando sea necesario. Hablar de su experiencia ayuda a reducir el impacto del divorcio. Es fundamental que el niño entienda que siempre tendrá el cariño incondicional de sus padres y que no es el responsable de la separación.
La media infancia, niños de entre 6 y 12 años, es una etapa donde se construye la autoestima y el autorreconocimiento. El grupo de iguales y el ámbito escolar juegan un papel muy relevante para el desarrollo de aprendizajes, pero también son esenciales los mensajes y la educación que reciben por parte de las figuras parentales, ya que los padres son un espejo en el que los menores se miran para construirse a sí mismos. En estas edades es habitual que se presenten sentimientos de culpa, rechazo o abandono. Poseen mayor capacidad para entender qué es un divorcio, pero suelen persistir las fantasías de reconciliación, por lo que hay que asegurarles que nunca les va a faltar el cariño de sus padres, pero que no van volver a estar juntos como pareja.
Por último, la etapa de la adolescencia es un momento donde tanto el amor como los límites son esenciales. Un adolescente puede comportarse de manera rebelde sin necesidad de que sus padres se estén divorciando. En cambio, si presenta actitudes excesivas o estados anímicos marcadamente desajustados, será importante prestar atención, pues puede deberse a dificultades en la gestión del conflicto familiar. La adolescencia es una etapa en la que se construye la identidad personal, por lo que los hijos “retan” a los padres y buscan ponerlos a prueba. Por este motivo los progenitores deben ofrecer seguridad al joven mediante límites explícitos. Esta también será una forma de reducir el impacto del divorcio. El adolescente ha de entender que si los padres otorgan libertad es a cambio de que él demuestre responsabilidad, y en función de dicha fórmula se estipularan los acuerdos. Es recomendable, por lo tanto, fomentar la reflexión abstracta y el desarrollo maduro del menor, sin dejar de lado la expresión de afecto.
Hablar mal del otro progenitor, usar al niño como mensajero, descargar emociones e insultos en presencia del menor o intentar «castigar» al otro a través de actitudes de crianza, son algunas de las formas con las que podemos dañar seriamente el desarrollo psicológico y afectivo de nuestros hijos. Un conflicto no puede detenerlo un menor, los responsables de terminar con el sufrimiento son los adultos, es decir, sus padres. Por otro lado, el hecho de que uno de los progenitores actúe de manera errónea no le da al otro derecho a seguir sus pasos. No podemos controlar las intenciones o conductas de otras personas, pero sí podemos elegir qué clase de madre o padre queremos ser. Por esoo, es importante hacer una gestión inteligente del conflicto, anticipando las consecuencias de las medidas que tomamos.
En este sentido, hay tres puntos que no podemos olvidar y que nos ayudaran a reducir el impacto del divorcio en nuestros hijos:
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