La esquizofrenia es una enfermedad que causa pensamientos y sentimientos extraños, y un comportamiento muy inusual. Se trata de una enfermedad mental crónica y compleja muy poco común en los niños, y que no afecta de igual manera a quienes la padecen, y es muy difícil de reconocer en sus primeras etapas. El comportamiento de niños y adolescentes con esquizofrenia puede diferir del de los adultos con esta enfermedad. Es un desorden cerebral que deteriora la capacidad de las personas para pensar, dominar sus emociones, tomar decisiones y relacionarse con los demás. La esquizofrenia afecta a casi el 1% de la población mundial independientemente de la raza, cultura y civilización. Según datos de la OMS, afecta a unos 52 millones de personas en todo el mundo.
En lo que respecta a su detección en niños, las esquizofrenias que aparecen antes de los 5 años de edad tienen rasgos extremadamente comunes con el autismo, y solamente una evolución posterior, con la aparición de síntomas psicóticos propiamente dichos, permitirá un diagnóstico certero. De hecho, antes de los 3 años, el diagnóstico diferencial es muy improbable. Es prácticamente imposible distinguir una esquizofrenia de un autismo. Solamente quedará esclarecido con el paso del tiempo. A partir de los 5 años, el diagnóstico diferencial se va esclareciendo con la presencia de síntomas psicóticos (alucinaciones, delirios) en la esquizofrenia. Pero, se pueden notar algunas señales de alerta en los niños con esquizofrenia.
El comportamiento de un niño con esquizofrenia puede cambiar lentamente con el paso del tiempo. Por ejemplo, los niños que disfrutaban relacionándose con otros pueden comenzar a mostrarse tímidos y retraídos, como si vivieran en su propio mundo. A veces, comienzan a hablar de miedos e ideas extrañas. Pueden comenzar a aferrarse a sus padres y a decir cosas que no tienen mucho sentido. Los maestros pueden ser los primeros en darse cuenta de estos problemas. Si en la familia hubo otros antecedentes familiares de esquizofrenia puede ser hereditaria, pero en un porcentaje relativamente bajo (no supera el 25%), pero si la esquizofrenia se desencadenó por factores de estrés ambiental, o por otras causas que no son genéticas, no hay razón para heredarla.
No todas las esquizofrenias son iguales, ni evolucionan de la misma manera. Una vez realizado el diagnóstico, los profesionales las dividen en cuatro:
PARANOIDE: Es la más frecuente. Se caracteriza por un predominio de los delirios sobre el resto de los síntomas, en particular delirios relativos a persecución o supuesto daño de otras personas o instituciones hacia el paciente. El enfermo está suspicaz, incluso irritable, evita la compañía, mira de reojo y con frecuencia no come. Cuando se le pregunta, suele eludir la respuesta con evasivas. Pueden darse alucinaciones, lo que genera mucha angustia y temor.
CATATÓNICA: Es mucho más rara que las formas anteriores y se caracteriza por alteraciones motoras, ya sea una inmovilidad persistente y sin motivo aparente o agitación. Un síntoma muy típico es la llamada obediencia automática, según la cual el paciente obedece ciegamente todas las órdenes sencillas que recibe.
HEBEFRENICA: Es menos frecuente, y aunque también pueden darse las ideas falsas o delirantes, lo fundamental son las alteraciones del estado de ánimo. Esta forma de esquizofrenia suele aparecer antes que la paranoide y es mucho más grave, con peor respuesta a la medicación y evolución más lenta y negativa.
INDIFERENCIADA: Este diagnóstico se aplica a aquellos casos que, siendo verdaderas esquizofrenias, no reúnen las condiciones de ninguna de la formas anteriores. Se suele utilizar como un “cajón de sastre” en el que se incluyen aquellos pacientes imposibles de definir.
Los chicos que la padecen, deben ser sometidos a una evaluación integral. Por lo general, estos niños necesitan un plan de tratamiento que envuelve a otros profesionales. Una combinación de medicamentos y terapia individual, terapia familiar y programas especializados (escuelas, actividades, etc.) son a menudo necesarios. Los medicamentos psiquiátricos pueden ser útiles para tratar muchos de los síntomas y problemas identificados. Estos medicamentos requieren la supervisión cuidadosa de un psiquiatra de niños y adolescentes. El tratamiento de los procesos esquizofrénicos suele quedar reservado para el psiquiatra. Requiere el empleo de medicamentos difíciles de emplear, tanto por lo limitado de sus efectos como por la cantidad de reacciones adversas que pueden provocar.
En general, los síntomas psicóticos antes citados corresponden a dos grandes grupos:
Síntomas “positivos”, o productivos. Se refiere a conductas o modos de pensamiento aparecidos en la crisis psicótica, en forma aditiva (nuevas conductas se añaden a las existentes). Son los delirios y las alucinaciones fundamentalmente. En este caso la palabra “positivo” no tiene connotaciones favorables; significa simplemente que “algo se suma o añade”, y ese “algo” (delirios, alucinaciones) no es en absoluto nada bueno.
Síntomas “negativos”, o propios del deterioro: se restan capacidades apareciendo signos de embotamiento o de carencia. Disturbios psíquicos, el aplanamiento afectivo, la torpeza en las relaciones interpersonales, la inutilidad laboral… son típicos síntomas negativos.
Los tratamientos básicos antipsicóticos (neurolépticos, electroshock) suelen actuar más o menos sobre los síntomas positivos. Pero no tenemos nada que actúe de forma brillante sobre los negativos. Solamente el empleo de algunos neurolépticos concretos o de antidepresivos a dosis bajas puede ser de alguna ayuda. Su manejo exige muchísimo cuidado, pues pueden reactivar una fase aguda de la esquizofrenia. El electroshock se reserva para los casos de baja respuesta a los neurolépticos, o para cuadros muy desorganizados con riesgos físicos para el paciente (conductas autoagresivas, por ejemplo). Su utilidad se ciñe sólo a la fase activa, y solamente para los síntomas positivos.