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¿Es posible que los niños recuperen hábitos perdidos?

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“Todo vicio es un hábito, pero no todo hábito es vicio. El buen hábito es rutina y disciplina”. -Jorge González Moore-

Es muy factible que un niño/a recupere hábitos perdidos. Sin embargo, es bueno primero poder plantearse el por qué ese chico/a dejó ese hábito ya adoptado tiempo atrás. Hay que ir a las causas, a la motivación de tal situación, y no quedarnos en las consecuencias, dejándonos llevar por la desesperación.

Toda acción tiene una reacción. El motivo por el que un niño puede abandonar un hábito podrá ser muy variado. ¿Hay un nuevo miembro en la familia? ¿Los padres pasan más tiempo fuera del hogar? ¿Existió una mudanza, fallecimiento, separación o divorcio? ¿Hubo un cambio de escuela? No siempre es fácil detectar el hecho que ha provocado que el niño abandone un hábito. Es necesario investigar, llegar al origen y, una vez descubierto, poner en marcha los mecanismos para su recuperación.

Obviamente, no es igual trabajar la recuperación de hábitos en niños de 3 o 5 años que en adolescentes y preadolescentes. Siguiendo las tesis de Piaget sobre desarrollo cognitivo, tendremos que conocer al pequeño en cada etapa y actuar en consecuencia. En estas edades tempranas, aunque pueda parecer sorprendente, encontramos el momento ideal para que los pequeños recuperen hábitos. Con conversaciones sensatas con ellos y poniendo énfasis, lograremos que asimilen los cambios y regresen al punto precio a la involución. Para hablar con tel pequeño, usar la empatía para así ubicarnos en su lugar. Con palabras sencillas, juegos y adaptaciones a su edad, sin saturar y sin imponer demasiadas normas o normas demasiado restrictivas, poco a poco, con paciencia, recuperando un hábito.

Cuando los niños superan la barrera física de los 6 o 7 años, cambian de etapa de desarrollo, mejoran su capacidad de razonamiento y, por lo tanto, empiezan a comprender mejor el mundo que les rodea. Así pues, en esta fase,  el pequeño tiene mayor capacidad de adaptación a nuevas situaciones, quiere ser escuchado con más énfasis y empieza a aprender a expresar sus emociones. Podemos aprovechar esta situación para razonar con el pequeño, para explicar con lógica la necesidad de retomar los hábitos perdidos, para validar sus emociones y para buscar alternativas hablando, simplificando, negociando y encontrando acuerdos mutuos para alcanzar puntos de encuentro comunes.

A partir de los 13 años, entramos en una fase es más compleja. Tenemos que considerar que los adolescentes o preadolescentes, son perfectamente conscientes de cuanto sucede a su alrededor. Están en plena transición a la edad adulta. En este momento, los jóvenes pueden mostrarse más reticentes a seguir algunas normas. Quieren más autonomía, pasan más tiempo con sus iguales -que tienen otras normas en casa-, hecho que podría generar conflictos y hacer de acelerador para la sensación de estar siendo tratados como a niños. Sea como fuere, la actitud que nos ayudará será aquella que esté abierta al diálogo. Es importante escucharles para estar en posición de valorar y validar sus emociones, negociar siempre que sea posible y evitar la imposición sin una justificación sobre el porqué de las restricciones. En estos momentos, hay que considerar que el ámbito social es un pilar básico en el desarrollo del joven: sus amigos serán muy importantes para su crecimiento emocional.

Si queremos recuperar hábitos perdidos en niños, el mejor ejemplo somos nosotros mismos. Adaptando estas claves a cada edad, siendo coherentes y actuando desde un punto de vista de equilibrio emocional, nada se debería poder escapar de nuestras manos para que los pequeños mejoren en este sentido.