En la actualidad, por varios motivos cada vez son más las parejas que deciden tener un sólo hijo. Puede que lo decidan porque quieren criar a uno solo y no tener tanto trabajo, porque se prioriza la profesión y tener más de un hijo exije una demanda de tiempo y energías que consideran no podrán afrontar, por cuestiones económicas (desean brindarle todo a un sólo hijo y no tienen ingresos para duplicar o triplicar ese gasto), porque se postergó la maternidad y volver a embarazarse después de los 40 años es riesgoso … En fin, las razones son muchas y todas valederas.
Con el paso del tiempo, la tendencia de la clase media va marcando un nuevo camino: las familias ya no son numerosas (tener 4 o 5 hijos ya es visto como una “rareza”, como algo excepcional) y están aumentando los hogares con un sólo hijo/a. La duda que muchas veces tienen los padres es que, salvo que exista algún impedimento fuerte e imposible de cambiar, es si estarán haciendo bien al no brindarle a ese hijo la posibilidad de tener un hermano o hermana, de saber en qué consiste esa experiencia.
¿Es mejor para los chicos tener hermanos?
Siempre ha existido el mito de que los hijos únicos son extremadamente protegidos, egoístas, y malcriados. Hoy sabemos que esto no es tan así. Puede existir cierta “inclinación” a que se comporten así pero, la realidad es que su desarrollo depende del vínculo y la educación que le den sus padres. El hecho de ser hijo único no es un elemento que define por sí solo el futuro de un niño. Su evolución, como la de cualquier otro, depende de la educación que le den sus padres. El hijo único puede tener un desarrollo tan sano como el de un hijo con hermanos.
Los hijos únicos comparten algunas características: poseen mayor dedicación por parte de los padres, pueden recibir más oportunidades y facilidades, pero también, al no tener que disputar con otros el espacio, ni la atención de sus padres, pueden tener dificultades para aprender a compartir. Suelen sufrir las exigencias, frustraciones, miedos y errores de sus padres sin poder compartirlos con otros hermanos. Pueden sentirse más presionados y aburrirse un poco más de lo habitual.
Igualmente, ninguna de estas situaciones se produce de manera inevitable. Sólo son tendencias que suelen aparecer, pero dependerá de cómo los padres se aboquen a la crianza de los niños. Por eso, en los casos en que las parejas deciden tener un sólo hijo es importante fomentar la autoestima y la autoimagen positiva del niño sin caer en exageraciones poco realistas, valorar los logros sin elogiarlo por demás, estar atentos a medida que el niño crece, para que vaya comprendiendo que él o ella no es el centro del universo. Es él quien debe ir adaptándose a dicho universo y no a la inversa. La clave es poner límites con cariño.
A veces, el hijo único puede presentar cierto grado de sobreadaptación o de inmadurez emocional y preferir la compañía de adultos, o niños mayores o menores que él. Ante esto es conveniente estimularlo a jugar con otros niños y no con nosotros. Es primordial buscar actividades lúdicas y deportivas para que pueda interactuar y compartir experiencias con otros niños de la misma edad. Hay que permitir que nuestro hijo/a invite a sus amigos a la casa y que él pueda ir también a casas ajenas. Es recomendable intentar fomentar la individualidad: el niño debe realizar actividades en forma independiente de sus padres. Aceptar que elija a partir de sus deseos e inclinaciones. No hay que ser demasiado protectores o posesivos con el chico y, tolerar sus defectos y errores.
En resúmen: no es necesario darle un hermanito al niño. No por tener hermanos, será un niño más o menos feliz. Al momento de tomar la decisión, lo primordial es que los padres consideren cuánto están deseando un segundo hijo y cuánta disponibilidad emocional, de tiempo y económica tienen para enfrentar un nuevo nacimiento. Ser padre es complejo y maravilloso, y nunca debería tomarse a la ligera.