Dormir es una de las funciones fisiológicas más placenteras que puede experimentar el ser humano. Además del placer de un buen sueño, dormir es imprescindible para conservar energías, asegurar la consolidación y aprendizaje de nueva información así como mejorar la función inmune y endocrina. Cuando nacemos, tenemos que pasar primero por un proceso de adaptación hasta que consolidamos nuestro sueño.
Difícilmente un bebé duerme seguido toda la noche y los despertares nocturnos acompañados de llantos son de lo más frecuente. Esto en muchas ocasiones acaba desesperando a los padres que no saben qué remedio poner para que su hijo duerma bien. La realidad es que, la única clave que existe es tener buenas dosis de paciencia y no olvidarnos de que como cualquier ser humano, el niño acabará durmiendo antes o después.
Actualmente, se ha desarrollado una corriente denominada “crianza con apego natural” que promueve que los hijos, para que no sufran, han de dormir en la misma cama de los padres hasta el día en el que ellos decidan irse a dormir solos a sus camas y dormitorios. Esta corriente, que cada vez es más practicada en Occidente, ha generado mucha controversia y existen padres que la defienden al extremo, alegando que esto repercutirá satisfactoriamente en la autoestima y confianza de los pequeños, y otros que no están para nada de acuerdo.
Los defensores de este tipo de crianza se basan en los estudios realizados por el psicoanalista John Bowlby. Él desarrolló lo que conocemos en la actualidad como “teoría del apego”, pero la buena o mala noticia es que nada tiene que ver con lo que la crianza con apego promulga. Bowlby nació en Londres, en una familia de clase alta. Su padre fue cirujano de la Casa Real Británica. Como era común en la época, fue cuidado por una niñera, quien fue su principal fuente de apego. Veía muy poco a sus padres. A sus 4 años, su niñera se marcha y él describió esa separación como algo trágico. Posteriormente, a los 7 años, fue enviado a un internado en el que se sentía muy ansioso e inseguro. Es lógico que este niño se sintiese así y que posteriormente, de adulto, realizase estudios que confirmarían que el apego es crucial en los primeros seis meses de vida del bebé.
Bowlby descubrió la importancia de ese vínculo al observar que los niños que sufrían una privación extrema de atención y cariño eran más propensos al fracaso escolar y social, a los problemas mentales y a enfermedades crónicas. Pero hablamos de privación extrema, de maltrato, de negligencia, dejadez o abandono. La teoría ha sido tremendamente tergiversada en la actualidad y muchas familias piensan que el apego se construye estando las 24 horas del día pendiente del niño: portándolo el mayor tiempo posible, atendiendo de forma inmediata todos sus llantos, alargando el periodo de lactancia o durmiendo en la misma cama durante varios años.
Este movimiento es un engaño. Ha tomado el mismo nombre que un campo de la ciencia que estudia el desarrollo del ser humano y eso provoca mucha confusión, afirma uno de los principales referentes en la investigación científica sobre el apego, el psicólogo Alan Sroufe. Los estudios de Sroufe, profesor emérito de la Universidad de Wisconsin y que lleva más de 30 años estudiando el desarrollo en niños, finalmente han demostrado que un apego seguro no se consigue por dormir con los padres, lactar de forma prolongada o portar al niño, sino por ser capaz de responder a las señales del bebé de forma sensible, apropiada y efectiva. El apego se irá formando con la persona que sea capaz de hacer esto y si el niño confía en esa persona.
Hay que tener cautela a la hora de interpretar las teorías porque nada es de color blanco o negro cuando hablamos de estadísticas y mucho menos se ha de juzgar a quien tome una decisión u otra con su familia. William Sears, ferviente defensor del co-lecho, argumenta a favor de este diciendo que un llanto excesivo en el bebé puede ser dañino para su cerebro debido a la alta exposición a las hormonas del estrés. Pero Sears vuelve a exagerar ya que el estrés de algunas noches de insomnio no puede calificarse como crónico y compararse con el estrés que sufrió Bowlby, que recibió las negligencias y abandonos de sus padres. Es obvio que no es lo mismo. De forma opuesta, las técnicas psicológicas para el entrenamiento del sueño sí son avaladas de forma científica y no producen ningún daño emocional en los niños, según estudios realizados por la Academia Estadounidense de Medicina.
La conclusión a la que podemos llegar tras todos estos datos es la más sencilla: cada familia ha de hacer lo que su instinto le diga, pero siempre teniendo en cuenta que no existe un único método para conseguir que los hijos sean más o menos seguros, con autoestima o fuertes emocionalmente. No es lo que se practica, sino cómo se practica. Para eso, debemos ser hábiles a la hora de interpretar las señales del niño y saber discernir cuando es necesidad de proximidad, sueño, hambre u otra necesidad. Ni un extremo es totalmente saludable ni el otro tampoco, todo depende de cómo lo hagamos. Ceder a todos los reclamos del niño también puede dañar su autoestima y sobre todo, hacerlo intolerante a las frustraciones que en un futuro encontrará en su vida. Por el contrario, ser totalmente negligentes a sus necesidades tampoco es la mejor vía para la crianza de un niño: este depende de nosotros y necesita que respondamos cuando es preciso.
Entonces, ¿dormir o no dormir con los padres? Todo con mesura y sin tergiversar la ciencia. Ppdés dormir por gusto o placer con tu hijo, pero no pensando que por eso será un ser más preparado para la vida que los demás. Por otro lado, hay que tener en mente que las personas somos seres de hábitos y enseñar a un niño a dormir en su habitación puede ser muy beneficioso para su salud mental y para el descanso de toda la familia.
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