El modelo de madre abnegada como causa de un hijo perfecto es un mito casi desterrado. La maternidad también tiene su lado amargo y no placentero. Cada vez son más las mujeres las que se quejan sin culpa y que no son mal vistas por eso. Animarse a ser políticamente incorrectas con respecto al rol de ser madre ya dejó de ser un tabú para las mujeres.
Te dicen que vas a ser la mujer más feliz del mundo. Todo es un cuento color de rosas, meloso y edulcorado. Pero es mentira. Nadie habla bien sobre la depresión posparto, sobre sus efectos, que mientras amamantás, los pechos se hinchan y duelen. Te sentís dentro de un cuerpo extraño que tarda en recuperar su “forma”. Que tenés en forma constante y sin pausa a un bebé que depende absolutamente de una. Tampoco existen momentos para relajarse, ni para ir al baño o darse una ducha en paz. Como si fuera poco, las gente que nos rodea opina sin filtro. Y, las madres, frente a todo este “torbellino” de situaciones y emociones, siente culpa y sufre.
Mujeres y expertos en crianza lo confirman. Reconocen que los sentimientos ambivalentes como el de ser muy feliz por ese nuevo hijo y, al mismo tiempo, querer desaparecer del planeta para no escuchar más ese llanto que no se detiene. No hacen a una mujer peor ni mejor madre, sino más bien la muestran un poco más humana.
El fenómeno de revelar el lado B de la maternidad, de admitir que las responsabilidades de la crianza hoy colisionan más que hace algunas décadas con el mundo profesional de las mujeres, sus proyectos laborales y otros aspectos personales que también necesitan ser atendidos, se expone con mayor frecuencia en películas, libros y hasta algunas obras de teatro.
La maternidad NO es sencilla. Además, el hecho de pensar que es algo natural, hace que las mujeres crean que todo se desarrollará sin dificultades, y que las respuestas de su organismo y de su psiquismo se adaptarán fácilmente a los cambios. Y esto no sucede así. El problema es que, como la sociedad festeja el embarazo y el parto, las mujeres no encuentran eco para manifestarse. Entonces, para no ser tildadas de “malas” o “desagradecidas” sufren en silencio.
Si estamos de acuerdo en que la mujer actual tiene diferentes centros de interés, que la maternidad no es su único e inefable destino, por qué esperamos que no haya días buenos y otros no tanto, noches de ensueños y otras de pesadillas. Por qué suponemos que una mujer, por el hecho de ser madre, deja de tener sus crisis, sus gustos, sus contradicciones, sus angustias, sus miedos y sus elecciones. Si no tuviera la imagen de una madre abnegada como aquella mujer que soporta todo, con una paciencia inagotable, con ganas de estar con sus hijos todo el día y su imborrable sonrisa, tal vez, las madres podríamos pasarlo mejor desde el primer día.
El vínculo con el bebe, como todo vínculo, se construye paso a paso. Con días buenos y otros difíciles. Tener un hijo significa bajar las revoluciones. Quedarse en casa, estar todo el día con ese bebe. Las mujeres hoy quieren despegar cuanto antes. Salir a trabajar y revivir la adrenalina perdida. Los sentimientos ambivalentes siempre existieron. El amor y sus sombras. Pero hace varias décadas era un lugar de reconocimiento que ahora se ha perdido. Los primeros tiempos siempre son los más difíciles. Hasta el año es la etapa más dura, pero las mujeres tenemos que aprender a decir que no. Queremos hacer todo y volver rápido a nuestra rutina, y es imposible. Además, a diferencia de antes, hoy las madres estamos más conectadas con las necesidades emocionales del bebé. Eso hace que la situación se vuelva más compleja porque el agobio llega más rápido.
Si quejarse de sus propios bebes dejó de ser tabú para las madres, también hay que reconocer que los hombres están participando cada vez más de la crianza de los hijos. Son más afectivos, colaboradores y paternales. Mamaderas y pañales forman parte de sus rutinas diarias mientras las madres no están en casa. La flexibilización de los roles de madre y padre diluyó, en parte, las marcas propias de la crianza. Hoy necesitamos hablar de familias en plural como de modos posibles de encarar la maternidad. Cuanto más aceitado esté el equipo, cuanto más apuntalada y comprendida se sienta la mamá en su desborde, menores serán los efectos en los vínculos.
A diferencia de décadas pasadas, el nuevo rol del padre es muy diferente. Ahora asume tareas que antes eran casi exclusivas de las madres, como cambiar pañales, levantarse a la noche, cocinar y bañar a sus hijos. Hoy están pendientes de las responsabilidades que implica participar de la consulta al médico, las reuniones en las instituciones educativas y realizar actividades antes asumidas como de madres. Los padres piden estar cerca. La nueva paternidad, sin generalizar claro, basa muchas de sus acciones en el acercamiento afectivo con los hijos. Los padres hoy le dan más importancia al hecho de que sus hijos los quieran más que los respeten como sucedía antes.
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