La adicción a las drogas es una enfermedad crónica y recurrente. Se caracteriza por la búsqueda y el consumo compulsivo de estas sustancias, a pesar del conocimiento de sus consecuencias nocivas. Se considera una enfermedad mental porque las drogas modifican la estructura y funcionamiento del cerebro, condicionando y limitando seriamente la vida del enfermo. La adicción cambia al cerebro de manera fundamental, ya que interrumpe la jerarquía normal de las necesidades y los deseos y los sustituye con nuevas prioridades relacionadas con la obtención y el consumo de drogas. Los comportamientos compulsivos resultantes debilitan la capacidad para controlar los impulsos a pesar de las consecuencias negativas. Estos comportamientos son similares a las características básicas de otras enfermedades mentales.
Aunque la decisión inicial de consumir drogas es voluntaria, el consumo continuo de estas sustancias altera la capacidad de una persona para ejercer el autocontrol, que puede verse seriamente afectada. Este deterioro en el autocontrol es el sello distintivo de la adicción.
Estudios de imágenes cerebrales de personas con adicciones muestran cambios físicos en áreas del cerebro que son esenciales para el juicio, la toma de decisiones, el aprendizaje y la memoria, así como para el control del comportamiento. Los científicos creen que estos cambios alteran la forma en la que funciona el cerebro y pueden ayudar a explicar los comportamientos compulsivos y destructivos de la adicción.
El cerebro humano no se desarrolla completamente hasta aproximadamente 25 años de edad. En concreto, la corteza pre-frontal, responsable de la toma de decisiones y el control emocional, está todavía en desarrollo. Hasta ese momento, los adolescentes y los adultos jóvenes están en busca de aceptación y de la manera de impresionar a los otros sin considerar las consecuencias. Todavía son propensos a tomar decisiones impulsivas, sin dar parte a las emociones y a la razón. Esto les hace particularmente susceptibles a desarrollar múltiples problemas de salud mental.
Los abusos verbales o físicos durante la infancia y la adolescencia pueden dejar cicatrices físicas y emocionales. Los jóvenes que hayan sido víctimas de estos abusos buscarán cualquier forma de suprimir el dolor sufrido, incluso mucho tiempo después de sufrir esos abusos. Las cicatrices causadas por el el abuso suelen venir acompañadas de baja autoestima, desesperanza, paranoia e incluso pensamientos de suicidio. Algo que no facilita precisamente la reflexión sobre el daño que el abuso de sustancias produce en el cuerpo, sino todo lo contrario.
Las estadísticas han demostrado que cuando los niños están expuestos a las drogas y/o o alcohol son más propensos a desarrollar problemas de adicción. Basta con que lo vean en su entorno más cercano. El consumo de drogas o alcohol durante la adolescencia puede ser un factor que contribuye a la inestabilidad mental, especialmente a una edad temprana, ya que los fármacos pueden alterar el desarrollo de los sistemas neurológicos de los jóvenes y cómo responden al estrés.
El entorno está presionando constantemente a los jóvenes respecto a lo que deben o no deben hacer. Padres, educadores y medios de comunicación ejercen presión sobre los adolescentes, que se sienten presionados por todas parte por convertirse en personas perfectas. Toda esta presión es sin duda un factor contribuye a que los jóvenes sientan ansiedad y baja autoestima, así como a experimentar dudas. Esto da lugar a una batalla interna, constante e innecesaria de autodefensa que puede acabar en adicción, depresión y pensamientos o tendencias suicidas. Los adultos sabemos que es imposible complacer a todo el mundo. Sin embargo, los adolescentes todavía están aprendiendo.
El consumo temprano de drogas (niñez y adolescencia) aumenta las posibilidades de que una persona desarrolle una adicción. La prevención del consumo temprano de drogas o alcohol puede marcar una gran diferencia en la reducción de estos riesgos. Si podemos evitar que los jóvenes experimenten con drogas, podemos prevenir la drogadicción. El riesgo del abuso de drogas aumenta en momentos de transición. En la adolescencia temprana, cuando los niños pasan de la primaria a la escuela media, se enfrentan a nuevas y desafiantes situaciones sociales y académicas, y son más “vulnerables”. Por eso, también es importante que los padres estén atentos (sin ejercer presión) al “entorno” de sus hijos (amigos, sitios que suelen frecuentar, etc).
Durante este período, por primera vez los niños están expuestos a sustancias que se prestan al abuso (como tabaco y alcohol) por primera vez. Cuando empiezan los estudios de secundaria, los adolescentes tienen más cerca los canales de acceso a las drogas y no es raro que terminen siendo testigo de su consumo. Al mismo tiempo, muchos comportamientos normales de su desarrollo, como el deseo de probar cosas nuevas o correr mayores riesgos, pueden aumentar su tendencia a experimentar con drogas. Otros, pueden pensar que consumir drogas (sobre todo en la adolescencia) mejora su apariencia física o su rendimiento intelectual o deportivo, que disminuirá su ansiedad en situaciones sociales. Por otra parte, las habilidades de los adolescentes para ejercer el buen criterio y tomar decisiones están aún en desarrollo. Entonces pueden limitar su capacidad para evaluar con precisión los riesgos de todas estas formas de consumo de drogas.
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