El estrés no entiende de edades. Por eso, nuestros hijos también pueden estar estresados desde incluso, antes de nacer. Durante la infancia, los factores desencadenantes suelen ser circunstancias que, aunque a los adultos nos puedan parecer intrascendentes, para ellos son un auténtico reto. De ahí la importancia de promover una infancia relajada para garantizar una adultez libre de ansiedades.
La separación de los padres al irse al colegio, una regañina de la profesora, pelearse con los amigos en el recreo, un castigo por no comerse lo que tiene en el plato o dormir solo. Son pequeños problemas que el niño debe ir solventando en su día a día con los recursos de los que dispone, que aún son escasos. Los pequeños aún no han alcanzado el suficiente desarrollo madurativo como para lidiar con ese estrés.
El estado afectivo de la madre embarazada influye más a largo plazo en el niño, que el estado emocional del propio niño durante su primer año de vida. Con esta afirmación nos damos cuenta de que cualquier agente externo que pueda generar estrés a la madre repercute en mayor o menor medida en el feto.
Es importante cuidar y proteger el estado emocional de las mujeres embarazadas, puesto que ellas están gestando las generaciones futuras, y de su bienestar y equilibrio emocional, depende la salud física y emocional de esas criaturas por nacer.
Durante el embarazo, la mujer se enfrenta a momentos puntuales de nerviosismo: sometimiento a pruebas, molestias, preocupaciones… Sin embargo, estos no tienen por qué perjudicar al feto si son ocasionales. Solamente cuando el estrés se mantiene durante un período de tiempo prolongado puede dañar física y mentalmente a ambos.
El ambiente prenatal del útero es mucho más constante que el mundo externo. No obstante, existen muchos tipos de factores ambientales que pueden afectar al embrión y perturbar una infancia relajada. Son los llamados agentes teratógenos. De alcanzar al pequeño pueden causarle, directa o indirectamente, anomalías estructurales o funcionales, incluso después de su nacimiento.
Las consecuencias que pueden llegar a ocasionar los teratógenos pueden ser realmente graves. Desde provocar bajo peso al nacer y prematuridad hasta causar deformidades, defectos físicos o incluso la muerte. Por ello, los padres y la sociedad tienen mucho que hacer para crear un ambiente seguro para el desarrollo antes del nacimiento. Algunos de estos teratógenos son sustancias psicoactivas. De hecho, el efecto más conocido de la nicotina del tabaco durante el embarazo es bajo peso al nacer. Pero, también puede llegar a provocar un aborto. Igualmente la radiación, la contaminación ambiental o las enfermedades bacterianas y parasitarias como la toxoplasmosis, la varicela o las paperas.
La alimentación equilibrada y correcta de la madre antes y durante el embarazo es fundamental para que el niño se desarrolle de manera sana en el útero y afronte preparado el momento del nacimiento. De hecho, el estado nutricional en el que se encuentre antes de quedarse embaraza influye más en el peso del bebé que su aumento de peso durante el proceso de gestación. Si la embarazada presenta carencias nutricionales será difícil que el niño disfrute de una infancia relajada. Algunos efectos que de esta malnutrición son la reducción de la eficiencia inmunológica del bebé, la prematuridad o la interrupción del desarrollo de su sistema nervioso.
El nacimiento para el bebé es un momento altamente estresante y “traumático”. La criatura cambia un medio uterino protector y dependiente por otro exterior en el que debe respirar por sí mismo. Pasa a notar una temperatura más baja, cambios de luminosidad, distintos efectos sonoros y además, se le exige cierta autonomía. La ciencia ha demostrado que es más saludable para el bebé y la madre el parto natural. Porque de esa manera no se produce la administración de hormonas sintéticas. Por ejemplo, la oxitocina sintética que puede acarrear ciertas dificultades. Pero, aunque el parto sea no intervenido, el bebé sigue recibiendo el impacto de este nuevo medio. Así, para promover una infancia relajada hay que generar unas condiciones favorables para su desarrollo. Tras el parto, es importante que el neonato adapte adecuadamente su sistema de regulación interno, tanto visceral como nervioso.
El instante en el que el recién nacido se pone en contacto piel con piel sobre el pecho de la madre es de extrema relevancia. Está demostrado que el contacto físico temprano mejora la lactancia y promueve una infancia relajada, ya que hace que las horas posteriores al parto el pequeño no sienta tanto estrés. En ese momento se produce además la transición ecológica. Es decir, el momento en que el acoplamiento físico del cuerpo materno y el del feto durante el embarazo es sustituido por otro de índole psicológica tras el parto.
Pasado el nacimiento, llega la exterogestación, los segundos nueve meses del bebé. Es una etapa en la que el pequeño continúa “gestándose” fuera del útero. La madre se convierte en su regulador fisiológico y emocional, por lo que esta ha de prestar atención a todo lo que le transmite. Por eso, si se muestra estresada, el bebé puede reproducir esa misma respuesta tóxica.
A medida que el niño va creciendo, también lo hacen sus relaciones sociales y su círculo íntimo. Entonces, es necesario que tenga una serie de adultos de referencia que formen su red de protección y sostén. No significa que esté sobreprotegido, sino que cuente con un punto de apoyo al que acudir para ir superando posibles dificultades. En vez de manifestar hipersensibilización al estrés, su infancia le permitirá desarrollar resiliencia, la capacidad de superar adversidades. Si por cualquier circunstancia, el niño llega a generar una respuesta de estrés, su figura principal de apego le servirá de amortiguador. De modo que sufrirá más daño si no tiene ese adulto de contención que le otorgue amor, cuidado y protección. Solamente con esa barrera de sujeción podrá tener una infancia relajada.
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