Lo primero que debemos tener en claro al hablar de la dislexia es saber que la misma no se trata de un déficit, sino que consiste en una organización distinta del pensamiento. Esta es la clave a la hora de comprender cómo funciona el cerebro de una persona que convive con ella. Nada tiene que ver con las capacidades para aprender sino con la fluidez, la decodificación y la comprensión de las palabras. Para quienes tienen esta dificultad, la complicación está en la separación de los sonidos y en aprender cómo las letras representan esos sonidos; esto se denomina conciencia fonológica y es fundamental para lograr una lectura corrida y un buen entendimiento de lo que se está leyendo.
Existen distintos grados de dislexia. En algunos casos puede pasar desapercibida y los signos (faltas de ortografía, letras dadas vuelta, no poder retener números) se toman como un rasgo de distracción o falta de atención. Como es hereditaria, en una familia puede haber uno o más casos y no es nada raro que los adultos se enteren de que son disléxicos recién cuando diagnostican a sus hijos.
La dislexia puede estar acompañada o no por otras condiciones como:
- dispraxia (afecta la motricidad)
- dislalia (trastorno del lenguaje)
- disgrafía (dificultad para la organización de las letras y en la ortografía)
- discalculia (problemas con el procesamiento numérico o los cálculos)
Como no hay fluidez, cuando se llega al final de una oración larga, es probable olvidar lo que se leyó al principio y perder la comprensión. Esto es algo común, porque en la dislexia hay un menor desarrollo del hemisferio izquierdo, donde está el centro del lenguaje, pero una mayor apertura del derecho, donde residen la creatividad, la intuición, la resolución de problemas y la imaginación. Los chicos con dislexia tienen inteligencia común o incluso muchos de ellos un alto coeficiente intelectual, presentan ideas muy originales y creativas, pero en la escuela es muy dificultoso mostrar estas aptitudes porque la escritura plagada de errores ortográficos y sintácticos, junto con una letra poco legible, inhibe sus habilidades. Además, en promedio, una persona con dislexia tarda 5 veces más en leer que alguien sin esta dificultad.
Una persona con dislexia tiene un procesamiento visual rápido y una perspectiva global de las cosas (ven el bosque y no el árbol), y esto hace que muchos sean grandes talentos, en arte, arquitectura o medicina. Hay premios Nobel con dislexia, un estudio reciente reveló que en Estados Unidos más del 25 % de los CEO tienen esta dificultad y artistas como Walt Disney, Richard Rogers, el autor del Centro Pompidou en Francia; el inglés Richard Bronson, creador de Virgin Group; Steve Jobs, artífice de Apple; Bill Gates, de Microsoft; Albert Einstein o , Steven Spielberg, gran director y productor o el mismísimo John Lennon, fueron diagnosticados con dislexia.
Un diagnóstico temprano es fundamental
A corta edad existen indicios que anuncian la posibilidad de una dislexia; por ejemplo, dificultades o demora en la adquisición del lenguaje; buena memoria visual pero no recordar nombres; problemas con la numeración; dificultades motrices o en la coordinación como andar en bicicleta o atarse los cordones; o imposibilidad de dibujar. Estas características se denominan predictores y pueden actuar como alarmas antes de llegar a la primaria. Para el tratamiento hay que recurrir a especialistas en psicopedagogía y el primer estudio que se debe hacer es un psicodiagnóstico neurocognitivo para evaluar inteligencia, atención, memoria y lectoescritura. Si bien se puede trabajar durante toda la vida, existe una ventana de oportunidad hasta los 8 años; es decir, que cuanto antes se intervenga en la conciencia fonológica, la automatización y la memoria de trabajo, mayor va a ser el grado de progreso y antes se puede empezar a trabajar la autoestima y los problemas emocionales que acarrea la dislexia a causa de la frustración de no poder aprender como los otros.
Tan importante como los distintos espacios terapéuticos, son las adecuaciones (soporte, tiempos, etc.) dentro de la escuela. La tecnología es la gran aliada para las personas con dislexia. Por ejemplo, el uso de netbooks en el aula para escribir y presentar los trabajos; entregar las tareas por e-mail o en un pendrive; utilizar calculadoras para matemática; tomar las pruebas en forma oral; dar más tiempo para que completen una evaluación; o permitir los lectores de texto, que van resaltando lo que está escrito para no perder el estímulo visual y donde el alumno puede dictar para que la computadora escriba o guardar el contenido en mp3 y escucharlo para estudiar. Estas adecuaciones son derechos que las personas con dislexia tienen y no implica una modificación de los contenidos sino de acceso. Los maestros y todo el sistema educativo deben entender que si el alumno con dislexia no lo puede hacer de una manera, sí podrá de otra. Lo que hay que cambiar es la metodología para que puedan lograr una escolaridad satisfactoria. Algo similar sucede con las faltas de ortografía, que son parte de la dificultad; por ejemplo, en un texto pueden escribir una misma palabra de tres maneras distintas. La idea es no restar puntos por las faltas o que utilicen los correctores que ofrecen las computadoras. También es polémico el tema de los idiomas. Hace años, se desaconsejaba el aprendizaje de una segunda lengua porque apenas se podía aprender a leer en la primera, pero hoy esto cambió y no existe ninguna dificultad si a los idiomas se los aborda oralmente.