Culpa, vergüenza y orgullo son las principales emociones autoconscientes que experimentamos todos los seres humanos. Son emociones secundarias (derivadas de otras más simples) y complejas: existen ciertos requisitos para su aparición. El requerimiento primordial es el que pone nombre a este tipo de experiencias emocionales: es necesario tener conciencia de uno mismo.
Erguirse y levantar el rostro tras un logro o encogerse y desviar la mirada tras un mal comportamiento. Estas son solo algunas de las primeras manifestaciones de emociones autoconscientes en los niños. Al tratarse de emociones complejas, muchas veces no les prestamos la atención necesaria y, por ende, descuidamos nuestra labor de ayudar al niño a gestionarlas. Sin embargo, son emociones de gran importancia relacionadas con la visión que el niño tiene de sí mismo. Están implicadas en muchas de las interacciones sociales e influyen enormemente en cómo el pequeño va a dirigir su conducta. Por eso, es recomendable que dediquemos tiempo a explicarles por qué aparecen estas emociones y cómo pueden lidiar con ellas.
El término ‘autoconscientes‘ puede dar lugar a confusiones. La realidad es que estas emociones, muy a menudo, surgen de manera automática, sin que la conciencia medie en el proceso. El origen de su nombre proviene de la necesidad de que el pequeño sea consciente de su propia existencia, que sea capaz de reconocer que es un individuo independiente, separado de su madre. Este hito evolutivo suele alcanzarse alrededor de los dos años de edad, por lo que es poco probable encontrar muestras de emociones autoconscientes en etapas anteriores. Entre los 16 y los 24 meses, los chiquitos comienzan a desarrollar un rudimentario sentido del yo y es entonces cuando estas emociones empiezan a surgir. Varios estudios han demostrado que solo aquellos niños capaces de reconocerse en un espejo daban muestras de vergüenza, la más temprana de las emociones autoconscientes.
Por otro lado, el rasgo fundamental de las mismas es la presencia de algún tipo de evaluación relativa al propio yo. Para que la culpa, la vergüenza o el orgullo aparezcan, el niño tiene que haber interiorizado unos criterios acerca de lo que es bueno o malo, esperable o indeseable respecto a su modo de comportarse. Con base en estos criterios, evalúa su propia conducta y se genera una emoción. Si su conducta se ajusta a los criterios, lo considerará un éxito y experimentará orgullo. Por el contrario, si actúa en contra de esos valores interiorizados, lo interpretará como un fracaso y sentirá culpa o vergüenza. Sin embargo, no hay que olvidar que estos estándares o normas que diferencian lo correcto de lo incorrecto son diferentes en cada cultura e, incluso, en cada persona. Es aquí cuando la labor de los padres cobra relevancia. El núcleo familiar es el principal referente del niño en la construcción de sus valores. Las reacciones que tengan sus padres a sus conductas le permitirá indentificar qué está bien y qué mal. Del mismo modo, observando los actos y emociones de sus progenitores, irá interiorizando unas normas de conducta.
Por último, recordemos el importante papel que cumplen las emociones autoconscientes en las relaciones sociales. Gracias a ellas preservamos y reparamos nuestras relaciones con los otros. Dirigimos nuestro comportamiento para evitar la vergüenza, reparar la culpa y lograr el orgullo. Por tanto, si deseamos que nuestros niños gocen de unas buenas habilidades interpersonales, hemos de enseñarles a relacionarse con sus emociones autoconscientes. En primer lugar, demos un lugar y una definición a estas emociones en la mente de los pequeños. Contar con un amplio vocabulario emocional es un paso imprescindible para aprender a gestionar las emociones. Expliquémosles, con ejemplos cotidianos, en qué momentos aparece cada una de las emociones. Y, sobre todo, recalquemos que ninguna de ellas aparece para hacernos sufrir, sino para orientarnos sobre cómo debemos actuar. El orgullo aparece para demostrarnos que esforzarse en la escuela, aunque es costoso, merece la pena. La vergüenza nos ayuda a saber mantener los modales en situaciones formales y relajarnos cuando estamos con amigos. Y la culpa aparece para mostrarnos que hemos herido a alguien a quien queremos y debemos reparar el daño. Si desde pequeños les hablamos de emociones, aprenderán de una forma mucho más sencilla y natural a identificarlas y emplearlas a su favor.
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