Se tiene entendido que el cerebro materno tiene muchas variaciones con respecto a aquel que no lo es, lo que implica una serie de acciones y sentimientos diferentes del resto de la humanidad. Sin embargo, cuando hablamos de emociones no todas son positivas y tampoco son consistentes en la mayoría de las personas.
La maternidad puede transformarte de muchas maneras, por eso también es capaz de cambiar tus emociones. La llegada de nuestro primer bebé puede aflorar sentimientos nunca antes sentidos, porque es diferente a cualquier otra emoción previamente experimentada; se trata además, de un cambio permanente en nuestras vidas. Estas emociones pueden cambiar para bien o, para mal. Podemos hablar de un vínculo afectivo imposible de disolver, pero que es diferente en cada persona. Desde el embarazo, se experimenta un cambio emocional en principio achacado a las alteraciones hormonales, pero que luego se traspasa a un reflejo instintivo que sabemos no es del todo comprobable.
De cualquier manera, es un hecho que nos transformamos emocionalmente cuando somos madres, aun cuando la personalidad sea incorruptible. Las emociones positivas nos harán más felices y fundamentarán la mayoría de las creencias acerca de la maternidad, por su parte, las negativas justificarán el origen de ciertas patologías psicológicas posteriores al parto.
La maternidad es desde el embarazo un proceso revolucionario que puede desconcertar a cualquier mujer, sobre todo en el caso de las primerizas. Así como el cambio físico, se produce una transformación integral que nos hace desconocernos a nostras mismas. Una vez que nace el bebé, la vida no para de cambiar y asimismo las emociones. Cada acción nos lleva a modificar nuestra percepción del mundo y los sentimientos revolucionan nuestra mente por completo.
A pesar de que la mayoría de las emociones que cambian se relacionan al aspecto positivo, los especialistas consideran que son muchas las emociones negativas que afectan a las madres desde el proceso de gestación. La maternidad, hace a las mujeres más propensas a la depresión, ansiedad, estrés postraumático y cierto grado de frustración.
En algún momento, las madres empiezan a sentir que perdieron su independencia, sus facultades e incluso su atractivo físico. También, es imposible evitar el sentimiento de angustia y aquel temor de que a su hijo le pase algo malo. Otro sentimiento perturbador surge cuando se piensa en el futuro de una manera incierta. Si no estamos trabajando o no tenemos compañero para sostener la crianza, representa un estado de incertidumbre que es difícil de controlar.
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