Al hablar de rendimiento de un niño nos referimos a su capacidad cognitiva, no a la escolarización. Casi todos los artículos están referidos a los resultados en el colegio. Sin embargo, el fracaso escolar o la falta de rendimiento en el colegio no deja de ser una consecuencia de las circunstancias de cada niño. Puede ser por la educación recibida, porque padece algún tipo de enfermedad, porque es superdotado, por malos hábitos o simplemente por un entorno que no estimula para nada su aprendizaje.
Sea como fuere, no debemos olvidar que el rendimiento de un niño está relacionado con su capacidad cognitiva, su inteligencia, su motivación, sus circunstancias particulares, sus hábitos adquiridos y su entorno. Así, hablamos de un asunto mucho más complejo que un simple “no quiere estudiar”: son muchos los actores involucrados, desde la familia y el propio chico hasta la escuela o los amigos.
El bajo rendimiento de un niño no es un acto casual que se da porque es vago o no le gusta la escuela. Si un chico tiene un mal expediente académico, debemos buscar el problema en su origen e intervenir lo antes que podamos. Sin precipitarnos, pero teniendo en cuenta que las intervenciones tempranas también suelen ser intervenciones menos complejas y con mejores resultados.
De hecho, el mal expediente académico puede ser una consecuencia de su bajo rendimiento intelectual. Un chico que no ha sido motivado, al que no se le ha estimulado la curiosidad y no ha encontrado el interés por el conocimiento, o simplemente no puede, no es porque no le guste la escuela, es que directamente no aprecia su importancia ni la encuentra atractiva. Pero el problema en muchos casos va más allá de unas notas bajas. En estas ocasiones, la causa tiene que ver con la motivación, con el motor, con la inquietud por formarse, aprender y evolucionar.
Por eso, es importante interpretar las circunstancias de cada niño. Su entorno familiar, sus posibles problemas físicos o psicológicos, sus propias capacidades cognitivas. Lo mejor es que cada factor sea evaluado y que cada niño sea tratado de manera individual, de manera que podamos explotar con él su riqueza.
Mejorar el rendimiento de un niño no es una tarea imposible de llevar a cabo. Eso sí, es necesario tomar cartas en el asunto lo antes posible. Los institutos nacionales de salud de diferentes países estudian la necesidad de una alimentación equilibrada para mejorar y evitar la degeneración cognitiva. Es esencial para un organismo sano el consumo de vitaminas o flavonoides, por ejemplo. Tal vez alguien piense que no están relacionados, pero una dieta sana predispone al cerebro a la salud y al equilibrio.
Varios autores recomiendan la práctica de la concentración. Los ejercicios en este sentido pueden agrandar los circuitos funcionales del cerebro. Para ello es bueno realizar actividades que supongan un desafío cognitivo y que mantengan al niño atento. Actividades que tengan la suficiente dificultad para que le niño tenga que esforzarse, sin que este a priori las vea imposibles. A su vez, es importante la sensación de recompensa. Una forma de estimular al cerebro -se eleven los niveles de dopamina- tiene que ver con que el niño encuentre un fin para el aprendizaje que le motive.
Actitud positiva: Encontrar soluciones creativas y mejorar la capacidad de resolución de problemas depende de la energía con la que se aborden. Favorecer una buena actitud ante los problemas hará que el niño los afronte.
Entrenamiento cerebral (brain training): se trata de llevar adelante ejercicios que realmente aumenten la capacidad cerebral y el potencial del chico. A veces son tan sencillos como hacer un crucigrama o un sudoku.
Es importante no confundir el bajo rendimiento de un niño con su expediente escolar. Los motivos no siempre son sencillos. Un estudio personalizado del chico y la aplicación de medidas correctoras y motivadoras darán mucho más resultado que el clásico “no estudiás porque sos un vago” o “no tenés ganas”.
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