Los niños pequeños no tienen un control de sus impulsos de angustia, miedo, rabia… La parte superior de su cerebro se está todavía formando y tienen dificultadas para controlar sus impulsos primarios. De todas formas, la etapa de la agresividad es pasajera ya que paulatinamente, van logrando tener una mayor capacidad de tomar en cuenta los sentimientos propios y los del otro. Además, lo principal a la hora de enfrentarse a estos comportamientos pasajeros de burlas e incluso acosos verbales es comprender las causas que los provocan, y también hacer acopio de una importante dosis de paciencia para evitar las excesivas prohibiciones, buscando un equilibrio donde los niños puedan ir desarrollando su autonomía.
En muchas ocasiones, las conductas agresivas en la infancia están relacionadas con las frustraciones. Los componentes agresivos suelen caracterizarse por la irritabilidad, destructividad, desafío a la autoridad y necesidad de llamar la atención. Por otra parte, los niños están expuestos a un mundo lleno de prisas, ansiedad, tensión, estrés…, elementos estos que favorecen las conductas agresivas.
Alrededor de los dos años encontramos el pico de tendencia agresiva de los niños, porque antes de lesa edad no son capaces de incorporar el sentido de los demás, son egocéntricos y, prácticamente sólo existen ellos mismos. Existen ciertos grados en las manifestaciones agresivas, y si estas requieren la intervención de un especialista nos estamos acercando al concepto de “agresividad patológica”. Dentro de las formas más frecuentes de este trastorno podríamos destacar las manifestaciones agresivas de carácter incontrolado y explosivo, la agresividad contra uno mismo y una cierta obsesión del niño por la interpretación de los mensajes de los demás como un acto de provocación contra él. En estos casos, es conveniente que el niño pueda desahogarse en un lugar retirado para canalizar su agresividad a través de juegos o deportes y reforzando sus conductas positivas y razonando en la medida de lo posible sobre la inutilidad de las rabietas cuando esté más calmado. No es recomendable concederle caprichos o sobreprotegerlo, sino fomentar un clima en el que se sienta querido, con la autoridad adecuada y marcando la existencia de límites.
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