Cuando somos padres y buscamos tener un diálogo con nuestros hijos, que nos presten atención o que realmente nos escuchen, existen frases que conviene evitar porque, de lo contrario, lo que obtendremos es el efecto inverso.
Algunas de estas frases son:
- No molestes! Dejáme en paz!
Un padre que no anhela un descanso ocasional es un ser sobrenatural, un marciano o un mártir, o alguien que está tan sobrepasado y sobresaturado que se ha olvidado de los beneficios de recargar las pilas. El problema es que, cuando habitualmente decimos: “No me molestes” o “estoy ocupada”, se internaliza ese mensaje. Los niños empiezan a pensar que no tiene sentido hablar con nosotros porque siempre estamos intentando quitarnoslos. Si configuramos este patrón cuando sus hijos son pequeños, entonces pueden ser menos propensos a decir las cosas a medida que envejecen. Desde la infancia, los niños deben adquirir el hábito de ver a sus padres tomarse un tiempo para ellos mismos. Usar válvulas de liberación de presión (contar con la niñera, pedirle a nuestra pareja o a un pariente para que cuide de los niños, o incluso el colocar a nuestro hijo delante de un vídeo de modo que podamos tener media hora para descansar y reagruparse.
En esos momentos en los que estamos preocupados, concentrados en alguna actividad, o estresados, resulta necesario configurar algunos parámetros de antemano. Conviene respirar hondo por unos segundos y decir “Mamá tiene que terminar una cosa, así que necesito que dibujen tranquilos y en silencio durante unos minutos. Cuando termine, vamos a jugar o me cuentan que quieren”. Hay que ser realistas, porque un chiquito de 2 , 3 o 4 años es muy probable que no sepan divertirse solos durante 1 hora entera.
- Etiquetar a los chicos
Las etiquetas son totalmente injustas para los niños: “¿Por qué sos tan desordenado como Juan?” o “¿Cómo podés ser tan gritón? A veces los niños nos escuchan hablar a los demás: “Es que él es muy tímido”. Los niños pequeños creen lo que escuchan sin lugar a dudas, incluso cuando se trata de ellos mismos. Así, etiquetas negativas pueden convertirse en una profecía autocumplida. Esto termina socavando su confianza. Incluso las marcas que parecen neutrales o positivas – “tímido” o “inteligente” – encasillan a un niño y lo colocan en un lugar innecesario o generan expectativas inadecuadas sobre la criatura. Las peores etiquetas pueden tocar muy hondo. Muchos padres pueden, aún vívidamente y con amargura, recordar cuando su propio padre dijo algo así como “Eres tan inútil” (o “perezoso” o “estúpido”). Un enfoque mucho mejor es abordar el comportamiento específico y dejar los adjetivos sobre la personalidad de tu hijo fuera de él. Un enfoque podría decir el preguntarle qué le pasa , cómo poder ayudarlo a que sea más ordenado y explicarle por qué es mejor no gritar tanto.
- ¡No llores! ¡No seas un bebé! ¡No estés triste/malhumorado! ¡No tengas miedo! etc
Los niños no se molestan lo suficiente como para llorar, especialmente los niños pequeños, que no siempre pueden expresar sus sentimientos con palabras. Ellos se ponen tristes, se asustan. Es natural querer proteger a un niño de esos sentimientos, pero decir “no ser” no hace que un niño se sienta mejor, y también puede enviar el mensaje de que sus emociones no son válidas y que, por ende, no está bien estar triste o asustado. En lugar de negar que tu hijo se siente de manera particular – cuando, obviamente lo está – reconocer la emoción en una primera instancia. “Debes haberte sentido realmente triste cuando Pedro dijo que no quería ser tu amigo…” “Sí, las olas pueden dar miedo cuando no estás acostumbrado a ellas. Pero sólo tendremos que estar aquí juntos en la orilla y dejar que el agua nos toque los pies, nada más”. Al nombrar los verdaderos sentimientos que nuestro hijo tiene, le damos las palabras para expresarse – y le mostramos lo que significa ser empático. En última instancia, va a llorar menos y describir sus emociones en su lugar.
- Comparar a nuestros hijos/as
Puede ser que parezca útil para mantener a un hermano o amigo como un ejemplo brillante. “Mirálo a Juan, qué bien se viste sólo! Por qué no hacés lo mismo?” Las comparaciones casi siempre son contraproducentes. cada chico es único. Es natural que los padres comparen a sus hijos, para buscar un marco de referencia sobre sus logros o su comportamiento. Pero no hay que dejar que los chicos nos escuchen.Los niños se desarrollan a su propio ritmo y tienen su propio temperamento y personalidad. Al comparar a nuestro hijo con otra persona implica que nosotros estamos deseando que sea diferente. Hacer comparaciones tampoco ayuda a cambiar el comportamiento. Siendo presionados para hacer algo que no están listos para (o no les gusta) hacer puede ser confuso para un niño pequeño y puede minar su confianza en sí mismo. Es probable que también se nos ponga en contra y no haga lo que buscamos, en una prueba de lucha de voluntades. En su lugar, mejor es estimular sus logros actuales: “Qué bueno, lograste sacarte la remera!”
- “Yo se que vos podés hacerlo mejor!”
Como las comparaciones, las presiones pueden provocar reacciones inéditas e insólitas. Por un lado, un niño en realidad puede no haber sabido hacerlo mejor. El aprendizaje es un proceso de ensayo y error. ¿Tu hijo realmente sabía que la bola de un lanzador sería difícil de atrapar? Tal vez no me pareció del todo, o que era diferente a la que había atrapado con éxito de por sí en el preescolar. E incluso si él cometió el mismo error que ayer, su comentario no es ni productivo ni de apoyo. Hay que darle el beneficio de la duda, y ser específico. Decir “me gusta más si lo haces de esta manera, gracias.”
Frases similares incluyen “No puedo creer que hicieras eso!” y “Ya era hora!” No parecen horribles, pero es mejor no decirlas demasiado. Ellos las acumulan, y el mensaje subyacente que los niños escuchan es: “Eres un dolor de cabeza, y nunca haces nada bien”.
- Las “amenazas”
Las amenazas, por lo general son el resultado de la frustración parental y rara vez terminan resultando eficaces. Solemos realizar advertencias como “Hacé esto o sino…..” o “Si lo haces una vez más, te pego!” El problema es que tarde o temprano se tiene que hacer valer la amenaza o de lo contrario pierde su poder. Se ha encontrado que las amenazas de golpear o dar chirlos no son una forma efectiva para cambiar el comportamiento. Cuanto más joven es el niño, más tiempo se necesita para que una lección sea asimilada Los estudios han demostrado que las probabilidades de que un niño de 2 años de edad, repita una travesura más tarde en el mismo día son del 80%. No importa qué tipo de disciplina se utilice. Incluso con chicos mayores, no hay una estrategia disciplinaria que produzca resultados infalibles. Así que es más eficaz para desarrollar un repertorio de tácticas constructivas, como la redirección, retirar al niño de la situación, o tiempos de espera, de lo que es confiar en los que tienen consecuencias negativas probadas, así como las amenazas verbales y los azotes.
“Ya vas a ver cuando llegue papá a casa !!” Este familiarizado cliché de crianza no es más que otro tipo de amenaza. Para ser eficaz, hay que hacerse cargo de la situación de inmediato, una misma. La disciplina que se pospone no conecta las consecuencias con las acciones del chico. En el momento en que el padre llega a casa, lo más probable es que nuestro hijo en realidad se haya olvidado lo que hizo mal. Alternativamente, la agonía de anticipar un castigo puede ser peor que lo que merecía la falta original. Pasar la pelota a otra persona también socava tu autoridad. “Por qué debería escuchar a mamá si ella no va a hacer nada de todos modos?”, nuestro hijo puede razonar. No menos importante, estamos poniendo al papá en el rol inmerecido de ser el policía malo de la película.
“¡Apurateeeeeee!!!! ¡Daleeeee!”
Esto es algo que le pasa a todo padre cuyo hijo no puede encontrar sus zapatos o que no sabe ponerse las medias por sí mismo. Hay que considerar el tono de voz que usamos cuando pedimos a un niño que se dé prisa, y con qué frecuencia se le dice. Si nos quejamos, suspiramos, taconeamos, etc, hay que tener cuidado. Hay una tendencia cuando estamos presionados a hacer que nuestros hijos se sientan culpables. La culpa puede hacer que se sientan mal, pero no motivar a que se muevan más rápido. En lugar de acoso verbal (“Te dije que apagaras la televisión hace cinco minutos!”), mejor es buscar la manera de calmar antes de acelerar las cosas (que se apague el propio juego). Está bueno poder explicarles el tiempo que llevará hacer tal cosa, o bien, si está entretenido en algo y hay que irse, 5 minutos antes explicarle que van a estar saliendo y que se tiene que ir preparando. Explicandoles con tiempo lo que estará por suceder, ayuda, y mucho. Otra opción es contar hasta 10, pero siempre hay que cumplir lo que se dice.
- Alabarlos y felicitarlos constantemente
¿Qué podría estar mal con las felicitaciones? El refuerzo positivo, después de todo, es una de las herramientas más eficaces que tenemos los padres. El problema viene cuando el elogio es vago e indiscriminado. Lanzando “¡Buen trabajo!” por cada pequeña cosa que hace el chico – desde terminar su leche hasta hacer un dibujo – pierde sentido. Los niños lo detectan enseguida. También pueden establecer la diferencia entre la alabanza por haber hecho algo rutinario o simple y elogios por un trabajo real. Para salir de la costumbre de tanta efusividad hay que felicitar sólo los logros que requieren un esfuerzo real. El acabado de un vaso de leche no es suficiente. Tampoco hacer un dibujo, si tu hijo es del tipo que hace decenas de ellos cada día. También, hay que ser específicos. En lugar de “Buen trabajo”, decir “Qué colores brillantes y alegres que elegiste para pintar la casita!” Alabado sea el comportamiento en lugar de al niño: “Bien! Estabas tan tranquilo con tu rompecabezas mientras yo estaba terminando de trabajar, tal como te lo había pedido.”