Esos tan bien conocidos llantos descontrolados, rabietas o berrinches suelen comenzar a aparecer cuando nuestros hijos dejan ser bebés y empiezan a manifestar cada vez más su propia voluntad. La gran mayoría de las veces, debido a la falta de vocabulario, deben valerse de otras herramientas para comunicar lo que desean y estas van desde las señas, los balbuceos, ciertos gestos y… los llantos descontrolados. Ante estos episodios en los que los niños se angustian más de lo normal (que además pueden repetirse varias veces en el día), a veces pareciera que no hay forma de calmarlos y generalmente, no entendemos el por qué de semejante enojo.
Los benditos berrinches suelen darse en una determinada etapa evolutiva y desarrollo socio-emocional del niño, alrededor del año y medio y los 3 años de vida porque los pequeños presentan ambivalencia entre sus necesidades de autonomía y dependencia.. La expresión de sus emociones resulta más impulsiva y poco regulada, se les dificulta esperar para satisfacer sus necesidades y tolerar la frustración. Esta conducta de los niños pequeños refleja un malestar en el que confluyen muchas veces emociones intensas, difíciles de controlar y auto-regular. Esta situación puede deberse a una frustración, decepción, a querer tomar sus propias decisiones y no conseguir lo que quieren, a estar cansados o con hambre. Los niños en esta etapa de desarrollo suelen expresarse con llanto, gritos, pataleo, debido a que todavía no han adquirido la capacidad y los recursos necesarios para manifestar lo que les sucede y manejar la situación de manera regulada y asertiva.
Cada niño se manifiesta de manera particular, teniendo en cuenta su temperamento, experiencias vividas, su contexto y el vínculo establecido con sus padres. Como consuelo, es bueno saber que esta etapa es un proceso en el que el niño va a ir aprendiendo a controlar esto que le sucede sin el recurso del berrinche, pero que tambiém va a depender en gran parte, de la manera en que manejen estas situaciones.
Los berrinches pueden ser especialmente intensos o repetitivos ante algún cambio importante en la vida del niño, como el nacimiento de un hermano, una mudanza, la separación de sus padres, etc. El chiquito puede reaccionar de diversas maneras, dependiendo de su edad, características personales, su tolerancia frente a los cambios y el vínculo con sus padres. Pero generalmente, cuando surge una nueva situación desconocida, pueden surgir miedos, fantasías angustiosas y ansiedades. Y esto puede verse reflejado en cambios en la conducta del niño (más irritable, peleador, oposicionista, hace más berrinches), en el sueño del niño (no quiere dormirse, tiene pesadillas), en los hábitos alimentarios (disminución o aumento de ingesta), en la falta de control de esfínteres, en el lenguaje. Es importante que en estos momentos, los padres estén atentos al niño para contenerlo y ayudarlo a expresar lo que le sucede, y poder así, validar y calmar su angustia y ansiedades.
Cómo enfrentar éstas situaciones
A partir de los 3 años y medio, el niño comienza a registrar y reconocer aquellas emociones auto-valorativas, como el orgullo, vergüenza y culpa. Por lo tanto, los niños están preparados para recibir y obedecer las normas y reglas de su entorno, pero resulta indispensable que los padres puedan manejar la situación y lograr una adecuada puesta de límites. Cuando el niño comprende el significado de las reglas y normas sociales y toma consciencia de su repercusión, comienza a entenderlas y respetarlas. Ya sabe que a los adultos hay que escucharlos y respetar aquello que nos marcan como adecuado e inadecuado.
Sin embargo, hay que estar atentos cuando estos episodios del niño se agravan aumentando su intensidad y frecuencia durante un tiempo prolongado, ya que pueden estar sucediendo otros temas además de la variable evolutiva del niño. Por ejemplo, que el niño esté viviendo una situación estresante dentro de su ámbito familiar, o algo falle en el estilo de crianza de los padres. En estos casos, los episodios de berrinche probablemente sean un llamado de atención o que el niño lo tenga como único recurso para expresar lo que le sucede. Si se está instaurando como un patrón de conducta disfuncional, en el que el niño toma como único recurso esa conducta para resolver diversas situaciones que se le presentan en los diferentes ámbitos de su vida cotidiana, cosa que termina afectando su bienestar y calidad de vida, entonces podría resultar necesario consultar con un profesional, especialista en psicología de niños.
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