Se predica con el ejemplo. Ser coherentes con lo que decimos y hacemos es básico porque, aunque nuestros hijos no lo digan, somos los modelos y ejemplos a seguir en la vida. Ellos nos observan y toman notas mentales sobre aquello que está bien y aquello que está mal. La educación sexual es una parte más de la educación vital y somos los padres los primeros educadores. Educamos a través de las prohibiciones y permisos, de los juicios de valor del entorno relacionado con el sexo, con nuestras miradas de aprobación y rechazo, con la relación que tengamos con nuestra pareja.
Hay que saber que los niños comienzan con sus dudas desde muy pequeños. Alrededor de los 2 y 3 años ya nos sorprenden con sus preguntas explícitas sobre sexo, ya que a esa edad descubren sus genitales como aquello que diferencia a las nenas y nenes. Estos interrogantes, además, son generalmente expresados sin tapujos por los pequeños, que todavía no sienten la presión de la censura social sobre el tema. Entonces, partiendo de la base de que el niño es un ser sexuado y sexual desde el nacimiento, su desarrollo es el que nos va dando la pauta sobre qué y cuándo debemos informarlo, simplemente atendiendo a sus preguntas, sus curiosidades, sus miedos, sus gustos y disgustos.
Ante preguntas tales como ¿todos los nenes tienen pito? o ¿por qué las mamás tienen tetas grandes?, la especialista recomienda responderles con la verdad para así generar en ellos la confianza necesaria en cuanto a que nosotros somos la mejor fuente de información y así, cuando tengan preguntas más complicadas, acudirán a los padres también. Además, de esta manera, se va generando el hábito y el vínculo comunicativo, algo que puede facilitar la interacción a futuro. A los niños hay que decirles la verdad. Algunos padres, al enfrentarse a una pregunta delicada, pueden desear dar una respuesta verdadera pero sentir al mismo tiempo que sus hijos no están preparados para conocer los detalles. Probablemente ambas ideas sean correctas, pero en lugar de desentenderse o dar una versión modificada de la realidad, es preferible optar por proveer la cantidad de verdades que el niño pueda manejar. Callar los interrogantes de nuestros hijos es también una forma de educar; con el silencio y la evasión estamos enseñando que del sexo no se habla ni se pregunta.
Es normal que muchas veces no sepamos cómo responder, pero siempre es mejor asumir la situación que andar escapándose y huyendo de la misma. Si nos equivocamos en algo, siempre podemos corregirnos y si aceptamos nuestro desconocimiento, podemos invitar a nuestros hijos a investigar juntos sobre el tema. Es importante que él sepa que estamos dispuestos a escucharlo, creando puentes de comunicación. Además, nos tranquiliza también en caso de exceso de datos porque si le hemos dado mayor información de la que nos pide, o nos hemos puesto catedráticos, él se encargará de hacérnoslo saber, ya sea aburriéndose o simplemente filtrando lo que responde a su interés del momento. Entonces, cuando no sabemos, podemos recurrir tanto a libros como a videos útiles sobre el tema (por supuesto, la idea es que los lean o vean en familia para conversar las dudas y para que el chico se sienta respaldado y acompañado). Pero, definitivamente, lo que no podemos hacer es desentendernos y dejar que la televisión, los amigos y hasta sus fantasías los eduquen. La educación sexual no es sólo una explicación de cómo son los genitales o el funcionamiento mecánico de los mismos, ni de las prevenciones ante las enfermedades de transmisión sexual o las maneras de evitar un embarazo, ni de indicar a la gente ciertas y determinadas prescripciones, sino que también es una explicación sobre que, y quizás esto parecerá obvio, el sexo va ligado al goce y al placer.
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