A lo largo de la historia se ha descrito la mente de diversas formas. Con los avances en la investigación y a través de ciertas disciplinas hoy conocemos más. Pero, ¿Alguna vez te preguntaste cómo es la mente de un bebé? ¿Es igual a la de un adulto o un niño? Se trata de un tema fascinante que no lleva demasiado tiempo estudiándose de manera rigurosa. Además, diversos autores a lo largo de la historia han visto a los bebés como adultos en miniatura y no como seres cualitativamente diferentes. Con el tiempo y diversas teorías filosóficas, psicológicas y biológicas, el conocimiento y la reflexión se han hecho más certeros y profundos.
La neurociencia actual cuenta con medios que nos permiten destacar o descartar hipótesis pretéritas. A través de técnicas que miden la actividad del cerebro de los bebés, sabemos que son capaces de procesar información en plazos cortos. Entonces, cuentan con la facultad de captar diversas sensaciones y darles un cierto sentido. Es así como los bebés pueden detectar estímulos inusuales, aunque no se centren en algo específico. Se trata de una facultad maravillosa y necesaria para el aprendizaje. Además, la ausencia de prejuicios hace que se le atribuya una creatividad potencial mayor. Por otra parte, sabemos que el bebé cuenta con más neuronas que el cerebro adulto. A medida que nos vamos desarrollando se va dando un proceso denominado poda neuronal, en el que vamos eliminando conexiones y neuronas que no nos resultan tan útiles.
Por otro lado, tras analizar las conexiones de las regiones de la corteza cerebral del bebé, se vio que están mejor conectadas que en el adulto, sobre todo, en regiones dedicadas a las funciones ejecutivas. Esto resulta fascinante, podría ser precisamente uno de los fenómenos responsables de que seamos capaces de aprender tanto en las primeras etapas de nuestra vida. Nuestro cableado cerebral interno sería un elemento facilitador. Así como en el cerebro adulto los neurotransmisores son importantes, en el del bebé también. En este sentido, su peculiar liberación haría que los bebés fueran menos selectivos filtrando estímulos.
Por otro lado, la psicología perinatal nos ha mostrado la importancia de las relaciones del bebé para su futuro desarrollo. Mientras, el conductismo se ha centrado en cómo funcionan la habituación y la sensibilización. Ahora bien, gracias a estos y otros enfoques, hoy sabemos que el bebé cuenta con funciones que en el pasado se creían inexistentes.
A medida que los bebés van creciendo, van cambiando. Algunos de estos cambios los apreciamos, mientras que otros son tan graduales o internos que pasan desapercibidos. Por ejemplo, un niño de cero a dos años aprende a manipular objetos a través de los sentidos. Además, cuando emiezan a gatear tienen mayor acceso al lenguaje y comienzan a desarrollar su apego. Entonces, la mente no va a ser igual a la de un niño de 3 años, ¿por qué? Al interactuar con el ambiente, el cerebro del bebé va cambiando, estableciendo nuevas conexiones y desechando aquellas que no son eficaces. Y, lo hace según la etapa del desarrollo en la que se encuentre. A nivel cerebral se dan diferencias mes a mes. Esto va a depender de los factores biológicos propios de niño y de su interacción con el ambiente. Así, cada hito favorece el desarrollo del bebé.
En conclusión: la mente de un bebé es realmente fascinante, establece conexiones tras cada aprendizaje, necesita del otro para potenciar un desarrollo óptimo y, al no tener prejuicios, podría contar con una maravillosa capacidad creativa. Por otro lado, todavía nos quedan un montón de preguntas por responder y otras que ni siquiera hemos llegado a formular: la investigación está en eso.
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