Según la Ley de parto humanizado, que prioriza el nacimiento natural por sobre la cesárea, las mujeres tienen derecho a expresar cómo quieren enfrentar el dolor (con o sin peridural), a elegir un acompañante, a no rasurarse o a que no les pongan un edema ni una vía en el brazo que les quita movilidad, a tener o no una episiotomía, a que les administren o no oxitocina sintética para aumentar las contracciones y acelerar el parto y a que les informen de cada procedimiento médico. También, después del nacimiento, tienen derecho a no ser separadas de su bebe salvo que haya un motivo justificado para hacerlo. La ley, sancionada en 2004 y reglamentada recién en 2015, viene a poner claridad en un contexto de aumento de denuncias de violencia obstétrica.
Para muchos, el indicador más claro del aumento de la violencia obstétrica es la cantidad de cesáreas que se hacen en el país y en el mundo. En la Argentina, esas intervenciones quirúrgicas en los hospitales públicos duplican el 15% recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y lo triplican cuando se trata de los sanatorios y clínicas privadas. En los últimos años se ha invadido tanto a la madre, que es difícil llevarla a ese estado natural propicio para tener un parto hormonal. Cuando la parte que conecta con el bebe es la cerebral, aparecen los miedos, se agudizan los dolores y se inhibe el estímulo hormonal. En lugar de librar las hormonas, las reprimimos. Todo lo que nos hace estar en alerta nos prepara para pelearnos o huir. Hay muchas mujeres que tuvieron malas experiencias, que se van con la sensación de que se sintieron como un número o las maltrataron. Los partos hogareños volvieron justamente buscando salir de eso. Pero es posible tener un parto humanizado en una institución. Si la partera y el obstetra están alineados, uno puede poner un cerco protector al sistema que proteja a la madre y al bebe del entorno hospitalario.
La Trinidad de Palermo, el hospital Penna, el hospital Alemán y el Cemic de Saavedra, además del hospital Austral, son algunas de las instituciones donde es posible aspirar a partos más humanizados. La intervención médica va a surgir cuando sea necesaria. El Programa Parto sin Intervención del Hospital Austral coordinado por el doctor Héctor Beccar Varela, es uno de los que mejor se ajustan a esta definición. Dejan que la futura madre se mueva y elija la posición. Las doulas y las parteras van dando estrategias, hay pelotas, eslingas para colgarse, hornitos con fragancias, música, luz tenue y , sobre todo, privacidad.
En el ámbito público, el hospital Penna también tiene un espacio acondicionado para partos humanizados. Hay pelotas, lianas, banquitos, y todo lo necesario para que las mujeres puedan atravesar como ellas quieran ese momento. Es un espacio con las mismas prestaciones que un sanatorio privado y, la gente sin recursos puede acceder a este servicio de calidad.
En el parto humanizado el poder lo tiene la mujer, que confía en lo que la naturaleza le brinda a ella y al bebe para nacer y los prepara para el ese momento mágico sin ayuda médica. Es importante que exista un trabajo de parto porque un parto natural es un parto hormonal, que tiene un fuerte impacto emocional. Así se liberan oxitocinas que son las encargadas de que la mamá y el bebe se enamoren, algo importantísimo para atravesar lo que viene. Tener un parto humanizado aumenta nuestra capacidad de amar, de cuidado, de protección. Pero todo esto que nos da la naturaleza, el sistema médico se encarga de neutralizarlo.
Pero más allá del lugar, el dónde, lo importante siempre es el cómo. Una mujer con miedo, le da poder al médico y, una mujer sin temor, en cambio, asume el protagonismo de ese nacimiento y puede parir como quiera.