Tener expectativas es algo completamente normal y necesario, en cierta medida. Al extraer información del medio, elaboramos suposiciones similares para el futuro. Y esto proporciona orden a nuestra mente y dirección a nuestros actos. Si no utilizásemos las experiencias previas para anticipar el futuro, estaríamos desperdiciando datos muy valiosos y nos moveríamos a ciegas.
Las expectativas cumplen una función en la vida de los niños, pero si no las manejan adecuadamente, pueden conducirles a experimentar frustración y decepción. Cuando los niños empiezan a comprender el mundo, empiezan a generar ideas de lo que puede ocurrir a continuación. Este proceso les sirve para seleccionar y dirigir su conducta; es un modo de dar significado a los acontecimientos que los rodean y de actuar en consecuencia a esas previsiones. No obstante, si no enseñamos a los niños a manejar sus expectativas, estas pueden conducirles a la decepción.
Por lo tanto, el objetivo no consiste en intentar que los pequeños vivan libres de toda expectativa, sino en enseñarles a flexibilizar su pensamiento, a ser adaptables y capaces de tolerar la frustración. De esta manera, reduciremos la probabilidad de que experimenten estados emocionales negativos cuando la realidad no se ajuste a sus ideales.
A lo largo de nuestro día, generamos expectativas incesantemente; muchas de ellas nos ayudan a actuar de un modo más funcional. Por ejemplo, con base en experiencias pasadas, sé que un local no abre los domingos y por eso, elijo otro día para ir a comprar. Del mismo modo, cuento con información sobre el hecho de que mi amigo es una persona sensible y emocional. Por eso, espero que un regalo hecho a mano le resulte más agradable que algo material, y actúo en consecuencia.
En realidad, las expectativas cumplen una función. El problema aparece cuando estas se generan con base en una información insuficiente, o cuando son excesivamente rígidas. Por ejemplo, un menor que comienza su primer año del colegio convencido de que podrá obtener sobresalientes casi sin estudiar, porque así sucedió durante sus años de colegio. Es muy probable que ante su primer examen obtenga una nota baja y se encuentre cara a cara con la frustración y la decepción.
Lo que ha ocurrido es que ha dado por hecho un resultado sin contar con suficientes datos para hacerlo, pues nunca antes había tenido esa experiencia. O, por ejemplo, si un niño espera que un compañero de clase lo invite a su cumpleaños porque él hizo lo mismo en el suyo. Se trata de una expectativa lógica, pero, si la establece con un grado de convicción total, la decepción puede ser devastadora en el caso de que esto no ocurra. En definitiva, es el contraste entre lo que esperamos que suceda y lo que termina ocurriendo lo que nos genera sufrimiento. Por ello, es importante enseñar a los más pequeños a manejar sus expectativas desde el principio.
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