Cómo encarar el desafío que genera el crecimiento de los hijos

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La adolescencia es una etapa especial para los hijos, pero también para los padres. Ahora bien, ¿Cómo enfocarla para que la relación no se rompa? ¿Cómo podemos ayudarlos cuando parecen alejarse cada vez más?

El salto a la edad adulta es un espacio temporal que la mayoría de las culturas toman de distintas maneras. En nuestra sociedad, ha sido bautizado con el nombre de adolescencia: una etapa maravillosamente trágica o cautivadora por la intensidad emocional de todo lo que la acompaña. En este sentido, lo inanimado es capaz de producirnos emociones, pero la vida social es una fuete mucho más importante y, en la adolescencia, de alguna manera, esta empieza de nuevo. Así, junto a la inestabilidad e intensidad emocional, otro de los fenómenos que predominan en este periodo es la confusión. El adolescente tiene que empezar a construir un nuevo esquema del mundo, mucho más complejo que el anterior, con menos axiomas y más excepciones, en el que tengan cabida todos los matices que está empezando a apreciar.

Finalmente, la adolescencia también es el comienzo de la convivencia con la contradicción. Los adolescentes empiezan a pensar de una manera, a sentir de otra y a comportarse de otra. Y si a los adultos, con la corteza prefrontal completamente desarrollada, esto nos cuesta, a ellos mucho más. Pensemos que cuentan con menos estrategias y experiencia, pero también con una menor capacidad fisiológica. La van a tener que desarrollar. Lo bueno es que como padres, familiares o educadores, les vamos a poder ayudar.

El objetivo para los padres será conseguir que la relación siga manteniéndose como un espacio abierto a la comunicación, lo que no quiere decir que esta siempre tenga que existir. El adolescente va a preferir compartir determinadas dudas o inquietudes con sus compañeros antes que con las figuras que hasta ahora han predominado como referencia. Esta evolución, por otro lado natural, no habla ni mejor ni peor de la relación de unos padres con sus hijos. Sin embargo, lo que sí lo hace es la disposición que tengan estos para la escucha. Dicho de otra manera, lo importante es que los padres estén ahí cuando el adolescente quiera comunicarse (la relación gana en simetría, pero sigue siendo asimétrica / los padres siguen siendo proveedores, los hijos benefactores), igual que lo están cuando son pequeños, les llevan al parque y dejan que se alejen un poquito para explorar. La diferencia es que ahora nuestra mirada no podrá supervisar todo lo que hagan, así que tendremos que empezar a confiar en ellos y en la educación que les hemos dado. Como padres, alimentar el debate nos hará sentir inseguros, incluso demandará de nosotros la inversión de más recursos. De alguna manera, si queremos acompañarles de verdad tenemos que crecer con ellos.

Ya antes de llegar a esta etapa, los adolescentes han empezado a intuir que los padres también se equivocan (malo si no es así). Dicho esto, no hacemos bien en mantener posturas que sabemos que son erróneas por intentar darle continuidad a este mito. Así, el reto en la adolescencia es trabajar en esa realidad que el adolescente ya conoce… y no fuera de ella, como a veces puede ser tentador. Quizás parte de la admiración de nuestros hijos se haya ido con la ruptura del mito. Quizás ya no nos miren embobados o nos sigan a todas partes. Sin embargo, esto no quita para que nos sigan mirando de reojo, para que sigamos siendo una referencia para ellos. Es curioso, pero a la larga, si la relación no se rompe, las personas solemos recuperar una imagen un tanto idealizada de los padres, quizás por contraste al maltrato, sobre todo con la crítica, a la que la hemos sometido antes en el camino hacia la independencia.

El hogar por encima del colegio

El colegio es importante y las notas también lo son. Sin embargo, el hogar, la casa no tiene que dejar de ser nunca la primera escuela. Las matemáticas, la física o la filosofía son importantes, pero lo es más la calidad humana y es precisamente en casa donde tenemos que construir la base sobre la que se asiente. Por otro lado, como hemos dicho, las notas son importantes, pero lo es más el propio conocimiento y la curiosidad que pueda despertar. Más de diez años como profesor me han enseñado que un alumno que sabe puede suspender un examen y, sí, un alumno que no sabe, aprobarlo. Además, poniendo nuestra mirada en las notas, lo que estimulamos es la ambición o el miedo al castigo, relegando la propia curiosidad. Existen alumnos enamorados de la lectura y que no son especialmente buenos analizando frases. Su conocimiento de la lengua es muy superior al de sus compañeros, su precisión en la expresión una maravilla, ¿por qué no incentivarles a explotar esto? ¿Por qué centrar una y otra vez la atención en lo que no son tan capaces?

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