Muchas personas leen o escuchan lo que se les explica sobre el “chirlo” y el castigo, piensan en la infancia, recuerdan cómo se sentían cuando sus padres les pegaban o castigaban y empiezan a abrir la mente. Tu hijo acaba de hacer algo que no te gusta, te molesta o consideras que no está bien. Te planteas la posibilidad de castigarle, porque es lo que sueles hacer, o porque en esa situación la mayoría de padres harían eso (o cuando eras pequeño y lo hacías, a ti te castigaban).
Antes de hacer nada hay que hacerse esta pregunta: ¿Lo ha hecho queriendo o sin querer?
Los niños no son tan hábiles como lo somos nosotros y a veces intentan hacer las cosas por sí mismos. Si nosotros les echamos un vaso de agua seguro que todo el líquido cae en el vaso. Si ellos deciden hacerlo por sí mismos, seguro que parte cae en el vaso, parte en la mesa y parte en el suelo. Si es agua, se seca rápido, pero imagina que se ha echado leche o jugo o gaseosas azucaradas. Da mucha bronca y nos enojamos bastante. Todo el suelo queda pegajoso, vemos salpicaduras por todas partes y tendremos que limpiar todo por un buen rato. Dan ganas de castigarlo, pero hay que saber frenarse unos segundos porque, el chiquito no lo ha hecho a propósito, queriendo. De hecho, estaba haciendo una de las cosas que más les gusta a los padres: ser independiente. Todos los padres quieren que sus hijos sean independientes, que pasen tiempo solos, que se entretengan con sus cosas sin tener que estar llamando a papá y mamá constantemente para todo. Pues bien, resulta que tiene que ser independiente y autónomo pero solo a ratos. Si es para echarse bebida, mejor que no lo sea. Los niños se hacen autónomos para todo (así que somos nosotros los que tenemos que decirles “me encanta que intentes hacerlo solo, pero para servirte agua, leche o gasesosas, por favor, avisáme y te ayudo. Haciéndonos la pregunta nos damos cuenta de que sólo quería beber, y por no molestar, o porque ha aprendido, ha decidido hacerlo solo. Sólo con esto debemos tener claro que no podemos castigarle.
¿No será que espero demasiado de él?
Porque lo comparamos con otros niños, porque alguien nos ha dicho que con esa edad ya debería hacer tal o cual o ya no debería hacer tal o cual, porque acaba de tener un hermano y entonces ya es “mayor”, muchas veces les estamos exigiendo de más. esto se encuentra ligado con el punto anterior. Son niños, son pequeños y a veces creemos que han vivido lo mismo que nosotros o que, porque les hemos explicado algo una vez, ya tienen que controlar totalmente todas las situaciones. Debemos hacernos esta pregunta: ¿No estarán nuestras expectativas por encima de sus posibilidades? Porque si es así viviremos un conflicto tras otro. Llevan poco tiempo con nosotros, así que por ser nuevos en el mundo merecen paciencia infinita y mucho diálogo. No puede ser que tengamos más paciencia con los adultos que con ellos.
¿Por qué lo ha hecho?
No podemos quedarnos con el acto concreto, porque estaríamos trabajando a nivel superficial.Puede ser que lo haya hecho porque está aburrido, porque se siente solo, porque pide pasar tiempo con nosotros, porque siente que no lo queremos, porque haciendo cosas “malas” es la única manera de que le prestemos la atención que necesita. La causa es importante. Solucionando la causa se evitan mayores inconvenientes.
Cuando nos enfadamos, cuando perdemos la paciencia, cuando notamos que llegamos a nuestro límite, nuestro cerebro racional se desconecta, pero no es el único, el emocional también lo hace y entonces entramos en lo que más de una vez he definido como “modo automático”, o lo que es lo mismo, entra en funcionamiento el cerebro reptil, el más primitivo, el que sólo tiene como función prepararnos para la huida o la lucha. Vamos, que sale lo peor de nosotros, los gritos, el “ya está bien”, el cachetazo, las reacciones y decisiones tomadas “en caliente”. Es la lucha con nuestro hijo o hija. En ese momento no pensamos en que podemos hacerle daño físico o daño moral (el racional desconectado) y en ese momento no sentimos (el emocional desconectado) y no hay nada que pueda evitar el “automático” contra ese niño que en otras circunstancias nos comemos a besos inundados de amor. Iniciamos la lucha porque sabemos que no podemos perder. El problema es que pierde nuestro hijo y, en cierto modo, perdemos nosotros. Si abusamos del automático nos acostumbramos a él y saltará cada vez más a menudo. Si usamos el automático, alejamos a nuestro hijo de nosotros. Le alejamos emocionalmente. Podemos conseguir que pierda la confianza en nosotros, y ninguna relación de amor o cariño necesita que los que la forman pierdan confianza el uno en el otro, sino todo lo contrario.
Por eso no luches, huye. Si ves que perdés el control, si ves que podés hacer algo de lo que te vas a arrepentir luego, lo mejor es “escapar”. No afrontar, aún, el problema. Respirar hondo, no intentar educar a nuestro hijo en ese momento o de explicarle nada contar hasta 10 o 10.000 y volver a controlarnos. Ahi sí, entonces, con la calma retomada, buscar el diálogo.
¿Cuál es la consecuencia real de lo que ha hecho?
Los castigos son consecuencias que los adultos inventamos ante un acto que no nos gusta: sin postre, sin tele un día, tantos minutos en la habitación, sin parque, etc. Cada padre o madre inventa la consecuencia según la gravedad del acto o según el momento del día, pues al mediodía, con más paciencia, el castigo es más leve que en la tarde noche, cuando uno está más cansado y lo último que queremos es tener que lidiar con algún problema similar. Pero esto es un error. El niño puede no aprender porque no es capaz de realizar la asociación entre lo que ocurre y lo que ha hecho, básicamente porque la consecuencia puede ser siempre diferente y porque, en realidad, no tiene nada que ver una cosa con otra. ¿Qué tiene que ver que haya roto algo con que no pueda ver la tele? Debemos tratar de ayudar a los niños a ver cuáles son las consecuencias reales de lo que han hecho. Si nuestro hijo ha roto algo, debe ver que está roto y, si se puede, arreglarlo con él. Si ha manchado algo, limpiarlo con él. Sí, con él. La consecuencia de mancharlo todo es que hay que limpiarlo y “yo te ayudo, pero ten en cuenta que vamos a perder un montón de tiempo limpiando, tú y yo. Podríamos estar jugando juntos, o leyendo un cuento, o haciendo algo más divertido, pero ahora tenemos que limpiar, y yo prefiero jugar, leer o hacer otra cosa”. Si ha hecho daño a alguien, explicarle que el otro niño está llorando, decirle “mira cómo llora el niño, no creo que quiera volver a jugar contigo” y ponerle en su lugar “imagina que estás jugando y viene otro niño y te pega. No te gustaría, ¿verdad? Pues a él tampoco le ha gustado”.
Esas son las consecuencias reales de sus actos. Eso es lo que deben conocer y muchos niños no conocen porque son castigados con otras cosas sin saber el alcance de lo que han hecho. “Pídele perdón y nos vamos”, dicen algunos padres. Pues “perdón”, un beso, y nos vamos a casa. No, así no. Un día vi a un niño cascando a otro y, al decirle “no se pega” se acercó al niño, le dio un beso y se fue tan contento. Claro, le habían enseñado a solucionarlo así.