La infancia debe ser una etapa feliz, o al menos debería serlo. No sólo porque los chicos (al igual que los adultos), lo merecen, sino porque en la infancia es más complicado poder lidiar con problemas emocionales ya que los niños no cuentan con las herramientas, la experiencia y la madurez necesaria para poder lidiar con este tipo de asuntos. Los niños deberían pasar su tiempo sintiendo emociones positivas. Sin embargo, la realidad es que, al igual que los adultos, los chicos pueden sufrir problemas emocionales. Como con las personas mayores, hay una serie de características personales y sociales que nos hacen vulnerables y que pueden contribuir a que el malestar se vuelva perjudicial.
En primer lugar, no olvidemos que las emociones cumplen una función, incluyendo las que son negativas. Por eso, es necesario que en ocasiones sintamos enojo para defendernos de algo que es injusto. O que tengamos miedo para poder protegernos de un peligro. O que nos invada la tristeza para transitar por algún proceso de duelo que acompaña a las pérdidas importantes. El problema viene cuando esas emociones negativas son muy intensas, aparecen gran parte del tiempo y de forma muy frecuente. Dicho de otra manera, las emociones negativas nos hacen daño, y les hacen daño, cuando no somos capaces de utilizar la energía y el mensaje que nos quieren comunicar a nuestro favor. Este proceso, si es complicado de llevar en los adultos, se intensifica en los niños.
Es importante que, como adultos y/o padres, podamos brindarles nuestra ayuda, ser tolerantes y pacientes. En los más pequeños hay ciertos factores de riesgo asociados con los problemas de regulación emocional. Tener un temperamento difícil o una alta introversión son dos de ellos. Otros pueden ser una baja conciencia, impulsividad, ineficacia, problemas de atención, hiperactividad, alta inseguridad o déficits en el procesamiento de la información. Los niños que presentan estas características son más proclives a sufrir problemas de regulación emocional. Además, hay otros factores, tanto familiares como sociales y escolares, que pueden hacer que el riesgo se eleve.
La familia es una parte fundamental en la vida de los pequeños. Si viven y se crían en un ambiente hostil y violento, esto va a potenciar que los menores sufran a nivel emocional. También, van a provocar esto el desamor y el rechazo. En cuanto a los padres, influye que haya falta de control, falta de consenso entre ellos o problemas legales, además de otros de tipo psiquiátrico. A nivel social, influyen los problemas económicos y que haya falta de recursos sociales. En el plano escolar, parece que los colegios pequeños favorecen una mejor gestión de las emociones. También,están asociadas a un mayor riesgo las expectativas negativas del profesorado, la escala implicación escolar, el aprendizaje no cooperativo o el aislamiento y rechazo de los compañeros.
¿Cómo detectar si nuestro hijo/a tiene problemas emocionales?
En primer lugar, puede que los niños pidan ayuda si se sienten mal, pero no es lo común. Son los adultos que tratan con ellos, tanto padres como profesores, los que tienen que estar alerta de posible malestar emocional en los pequeños. Para notarlo, podemos observar una serie de síntomas a nivel físico, como taquicardias, fatiga, náuseas, boca seca o tensión muscular. Los niños, en estas circunstancias, suelen presentar algunas conductas características, como evitaciones, apatía, morderse las uñas, llorar, temblar, gritar, romper objetos, pelearse…etc. Hay que estar atentos a los pensamientos que manifieste. Estos pueden ser de contaminación, autocrítica, culpa y temor. También, pueden presentar una imaginación morbosa o le puede ser difícil generar pensamientos alternativos. Además, pueden bloquearse o no concentrarse. Todo eto ya indica que el niño no la está pasando nada bien y, es entonces cuando debemos intervenir y buscar ayuda profesional, en caso que no sepamos cómo manejar la situación.